Ocho años han pasado desde aquel desafortunado vídeo que transformó su vida para siempre.
Simón Pérez, quien alguna vez fue director financiero y colaborador en diversos medios, hoy se encuentra en el punto más bajo de su trayectoria.
Acepta cualquier desafío, por arriesgado que sea, a cambio de unas monedas virtuales que le permitan seguir alimentando sus adicciones.
Su caída comenzó en 2017 con aquel clip viral sobre hipotecas a tipo fijo, grabado junto a Silvia Charro. Lo que parecía un simple error se ha convertido en una espiral autodestructiva sin control.
La transformación es asombrosa.
De lucir un traje de ejecutivo ha pasado a depender de las donaciones de una audiencia dispuesta a pagar por ver su degradación.
Pérez lo dice sin rodeos: «Yo ahora mismo estoy quebrado. Estoy viviendo de la mendicidad digital». Esta declaración refleja con crudeza la realidad de alguien que solía tener casa, pareja y una situación económica estable, y que ahora vive al vaivén de los caprichos de seguidores que disfrutan presenciando su caída en tiempo real.
De economista respetado a fenómeno viral
La historia comenzó con el polémico vídeo de Pérez y Charro en 2017, donde promocionaban las ventajas de las hipotecas a tipo fijo. Nadie imaginaba que ambos estaban claramente influenciados por la cocaína, algo que posteriormente admitirían. El clip se viralizó rápidamente, convirtiéndose en uno de los memes más recordados del panorama digital en España. Sin embargo, el precio de esa fama fue devastador: Pérez perdió su empleo y su reputación profesional quedó hecha trizas.
Sin posibilidad de recuperar su carrera anterior, tanto él como Charro se vieron obligados a buscar formas alternativas para mantenerse. Tras un fallido intento de negocio relacionado con el cultivo de marihuana, solo les quedaba una opción: encadenar directos en plataformas digitales vendiéndose al mejor postor.
La espiral hacia el abismo
La actual deriva de Simón Pérez supera cualquier límite imaginable. En las últimas semanas, miles han sido testigos de cómo se droga durante horas, tira impresoras desde balcones o se disfraza para salir a la calle. También ha afeitarse las cejas, ha actuado como un perro e incluso ha bebido su propia orina o restregado una lasaña sobre su cuerpo. Todo esto por unos euros con los que financia sus adicciones mientras su audiencia disfruta del espectáculo macabro.
Los retos que acepta oscilan entre lo grotesco y lo peligrosamente irresponsable. «Tiré una impresora por la ventana y tengo un juicio pendiente», confesó recientemente en el programa Equipo de Investigación de La Sexta. Esta declaración no solo pone al descubierto la naturaleza extrema de sus desafíos, sino también las consecuencias legales que está enfrentando debido a sus acciones desesperadas.
Expulsado de todas las plataformas
La gravedad del contenido producido por Pérez y Charro les ha llevado a ser expulsados progresivamente de todas las plataformas principales. Primero fue YouTube, luego Twitch, y finalmente Kick, donde las normas son más laxas pero aún así no toleran ciertos excesos. Cada expulsión les empuja hacia espacios más marginales, alejándolos del público general pero acercándolos a audiencias cada vez más extremas.
El contenido que producen ha cruzado todas las líneas rojas posibles. Desde casinos online hasta drogas en directo forman parte del cóctel tóxico que convierte sus streams en un descenso al abismo retransmitido al instante. Más de 30.000 seguidores contemplan este espectáculo regularmente, alimentando con sus donaciones un círculo vicioso que parece interminable.
El intento fallido de rehabilitación
Hace aproximadamente un mes, Pérez decidió ingresar voluntariamente en un centro psiquiátrico buscando romper con esta espiral autodestructiva. Sin embargo, el internamiento duró poco tiempo y pronto regresó a las plataformas digitales para continuar con sus retos extremos y su degradación pública.
En uno de sus últimos vídeos, visiblemente afectado y entre balbuceos evidentes, confesaba estar sufriendo alucinaciones. Esta situación pone en evidencia su grave estado físico y mental, pero no parece detenerlo ni tampoco a su audiencia, quienes siguen exigiendo contenido cada vez más extremo.
El morbo como negocio
La historia de Simón Pérez plantea serias preguntas sobre los límites del entretenimiento digital y la responsabilidad tanto de las plataformas como del propio público. Su caso se ha convertido en un ejemplo extremo donde el morbo se transforma en modelo comercial; aquí la degradación humana se monetiza ante aquellos dispuestos a pagar por ver la autodestrucción ajena.
Lo que comenzó como un error puntual bajo los efectos del consumo excesivo se ha convertido en una tragedia moderna transmitida al mundo entero. Pérez ha pasado del respeto profesional a convertirse en protagonista involuntario de un reality show macabro donde cada día arriesga literalmente su vida por unas monedas virtuales.
Surge así la inquietud sobre hasta dónde puede descender esta espiral antes que alguien intervenga o antes que él mismo encuentre la fuerza necesaria para ponerle freno. Mientras tanto, su audiencia permanece expectante ante cada nuevo reto, cada nuevo límite traspasado; alimentando con su morbo una tragedia que parece no tener final.

