Barreras para el progreso: lecciones de Thomas Sowell en su «Economía Básica»

Luis Suñer es licenciado en informática y economista, mentor e inversión en pequeños proyectos que ambicionen ser grandes. Además, es miembro del Think Tank Acción Liberal.

Barreras para el progreso: lecciones de Thomas Sowell en su "Economía Básica"

De vez en cuando releo algunas páginas de un libro que recomiendo siempre a cualquier persona que quiera acercarse a la economía desde una perspectiva liberal. Se trata del libro “Economía Básica”, escrito por uno de los grandes economistas liberales de nuestro tiempo, Thomas Sowell.

En un mismo día, me encontré con un artículo sobre el descenso significativo del peso de la actividad industrial en el País Vasco en los últimos 40 años, acompañado de un estancamiento y envejecimiento de su población, sin comparación con cualquier región desarrollada en Europa, y con la noticia del traslado de la sede social (y fiscal) del grupo Ferrovial a los Países Bajos. Dos asuntos aparentemente desconectados, pero tan nuestros.

Volví entonces a repasar algunos pasajes del libro de Sowell relativos a las disparidades de la riqueza a nivel internacional, donde comenta muchas de las causas que han influido, y siguen influyendo, en las dificultades que tienen ciertas sociedades frente a otras para progresar social y económicamente.

Nos habla de que, tradicionalmente, las montañas, los desiertos u otras barreras geográficas crearon el equivalente de “islas” en tierra firme, donde las sociedades quedaron aisladas del progreso experimentado por el resto del mundo. Estas islas culturales se vieron privadas de los beneficios económicos del progreso (no confundir con el progresismo) y de oportunidades para desarrollarse como individuos y como sociedades a través de la transmisión de conocimiento, es decir, de aprender cómo se hacían las cosas en otros lugares. En la revolución digital que vivimos, las barreras geográficas pretenden ser sustituidas por barreras ideológicas, fiscales y burocráticas, en un empeño constante por aislarse, expulsar al disidente o evitar que se pueda elegir libremente donde vivir.

Entre otras maneras en que las islas culturales se obstaculizan a sí mismas está limitar qué segmentos de la población pueden desempeñar determinados roles en la economía o en la sociedad. Es el ejemplo de los médicos que no pueden ejercer si no dominan el idioma co-oficial, aunque dominen el idioma común. Al final, esta distribución cultural de los papeles no suele corresponder con los talentos innatos de las personas, con lo que esa sociedad acaba siendo menos próspera que otras sin esas restricciones autoimpuestas al libre desarrollo de las capacidades de las personas.

Al fin y al cabo, las sociedades menos restrictivas y represivas siempre se han beneficiado de la llegada de personas con talento y capacidad. Los políticos, a menudo, han culpado a otras culturas que les han ayudado a avanzar, y gastado sus energías en oponerse a ellas y a las ventajas que les traían. Ese falso patriotismo que culpa a los que no son de su “isla” o al enemigo exterior, el “dumping fiscal”, representa una actitud que sólo beneficia a los políticos, pero en ningún caso a los intereses de los gobernados. Cuando echamos la culpa a los demás, estamos intentando hacer ver que tenemos razón pero, en realidad, demostramos que hemos perdido el control de la situación porque no hay nada que yo pueda hacer sobre los errores de otros, solamente sobre los míos.

Decía Locke que el estado natural de la persona es un estado de perfecta libertad para decidir sus acciones y disponer de sus posesiones como mejor considere, dentro de los límites de la ley (natural), y sin tener que pedir permiso a ningún otro hombre. Pues así ha sido, tanto en un caso como en el otro.

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