Estudio de la burocracia: desde Max Weber hasta Ludwig von Mises

El problema de la burocracia no es la burocracia en sí misma, sino su expansión.

Estudio de la burocracia: desde Max Weber hasta Ludwig von Mises

Aunque desde una perspectiva económica, uno de mis autores favoritos, por su erudición y claridad explicativa, Ludwig von Mises, se convirtió en uno de los primeros economistas que realizó, como decía, un análisis económico del comportamiento de los burócratas. Y creo que precisamente tal análisis permitirá completar a la perfección el texto de Weber que comentamos y su propia teorización de la burocracia que desde un sentido sociológico nos proporcionó. En su Bureaucracy, Mises afirma que la administración pública debe ser necesariamente burocrática pues al no regirse por la lógica de las pérdidas y las ganancias, que serviría como indicador para determinar la eficiencia y eficacia de las políticas que ejecuta, no están incentivadas a actuar como las empresas privadas. Es más, lejos de ejercer la habitual crítica que se le hace a la administración pública, que es justamente su gran cantidad de procedimientos, normas y reglas que justamente retrasan la toma de decisiones o su ejecución, Mises manifiesta que esas reglas y conductas sirven para proteger a los ciudadanos de la arbitrariedad de los funcionarios públicos, especialmente de las altas autoridades. Asimismo y en este sentido, Mises reconoce que algunos servicios públicos, como el cuerpo de la Policía, no podrían funcionar de la forma que funcionan si actuaran desde la iniciativa privada y, por tanto, persiguiendo el lucro.

Otro de los aspectos en los que con un gran acierto incide Mises es precisamente que el problema de la burocracia no es la burocracia en sí misma, sino su expansión, esto es, el sometimiento de cada vez más ámbitos de la esfera privada a la lógica de ésta a raíz de que las “zarpas del Estado” cada vez intervienen más en asuntos que no le deberían competer. Y justamente abandonar el “ánimo de lucro” que tanto le molesta a los progresistas pero que luego tanto se benefician de él -más impuestos se podrán extraer coactivamente de la población cuanto mejor funcione el sector privado-, es sinónimo de eliminar el cálculo económico -al no contar con los precios y su capacidad de aportarnos información- y de no seguir la racional lógica de la satisfacción de necesidades: si, una vez más repitámoslo, carecemos de los precios que nos aportan información relativa a la oferta y demanda que se debe de producir de cada bien -o servicio- nunca podremos llegar a conocer si estamos o no satisfaciendo las necesidades de la población o si, por el contrario, estamos malgastando recursos de los contribuyentes.

En cualquier caso, la idea que implícitamente subyace bajo toda burocracia y expansión de la administración es que el Gobierno sabe qué es lo mejor para los ciudadanos. Sin embargo, las dos principales premisas para que se pudiera pensar que esto es cierto son evidentemente falsas: 1) el Gobierno no puede tener una información perfecta: pues gran parte del conocimiento empresarial es tácito y no es fácilmente transmisible, por lo que el Gobierno no podrá planificar eficazmente al tener solo información pasada y no futura; y 2) El Gobierno tiene por objetivo lograr el bien común: esto es materialmente imposible en el sector público pues al no moverse bajo la lógica del beneficio empresarial y, por ende, al no funcionar el cálculo económico ya antes comentado no habrá forma de conocer qué gasto público se ha dispuesto para alcanzar ese bienestar común. Y todo ello sin contar que tal ‘bien común’ es ideal y prácticamente imposible de definir: no hay un bien que sea compartido por todos y cada uno de los ciudadanos de un país. Hay múltiples necesidades, valores, prioridades y, en fin, escalas de satisfacciones diferentes para cada individuo.

Otro de los aspectos a tener en cuenta al hablar de burocracia es lo que yo llamo la “espiral de la intervención”, esto es, no hay ninguna intervención que afecte al ámbito privado de las personas que no tenga una o varias consecuencias o no previstas o no deseadas en los individuos. Ninguna política pública, máxime si afecta de lleno al entorno privado, es neutra. Y en esto reside la base de tal espiral: una intervención pública generará un efecto o no previsto o no deseado que en la mayoría de los casos resultará en la necesidad de ejecutar otra política pública para solventarlos que, a su vez, volverá a generar otros ‘daños colaterales’ que serán tratados de solventar con otra política pública y así sine die. Por ello, cada vez más ámbitos privados son y serán intervenidos por ese ente tan benevolente [entiéndase la ironía] llamado Estado.

Si bien veíamos que para Mises un rasgo relevante de la burocracia son las leyes, para Hayek éstas tienen un sentido diferente: la Ley tiene un carácter evolutivo y consuetudinario, esto es, es producto de la costumbre y del paso de un periodo de tiempo dilatado. Partiendo de esta base, mientras que las Leyes que van evolucionando con el paso del tiempo -que no se crean, sino que se encuentran- permiten preservar la libertad del individuo, las normas desarrolladas por la burocracia tienen el efecto contrario: restringir la esfera privada de libertad del individuo.

Al tratar el tema de la burocracia no podemos olvidarnos de lo que nos explica el sociólogo Robert Michels en su obra Los partidos políticos. En ella se introduce la célebre “Ley de Hierro de la oligarquía”, esto es, que cualquier organización de individuos tenderá a ser dirigida por una élite pequeña. Y precisamente en la burocracia, al haber ausencia de mercado, la selección de esa élite que mandará no se hace mayoritariamente por el mérito sino, más bien, por la antigüedad o experiencia de la persona en la administración. Asimismo, aunque ya lo introdujimos anteriormente, cabe recordar que la administración, al no estar regida por la lógica de mercado, no se puede medir la eficiencia de los funcionarios por lo que se le suponen un sentido de la responsabilidad que, seamos realistas, no se cumple en la totalidad de los casos.

Y no podríamos terminar un comentario en una facultad de Ciencia Política de un texto de Weber que versa sobre los funcionarios y la burocracia sin recordar el incipiente Paradigma de la Nueva Gestión Pública (NGP) que pretende introducir racionalidad en la burocracia gracias a la adopción de características propias de las empresas privadas. Los funcionarios dejarían de ser meras ‘máquinas’ para convertirse en seres pensantes que aprovechen los problemas que encuentren en su trabajo para innovar. Con la lógica de la nueva gestión pública, por  tanto, los problemas dejan de ser dificultades y se convierten en oportunidades para mejorar e innovar y tal innovación acabará por ser recompensada. Asimismo, nosotros mismos dejaremos de ser simples personas para los funcionarios y pasaremos a ser vistos como clientes. Otro de los aspectos más relevantes que concibe este nuevo paradigma es la necesidad de introducir el incentivo para lograr una mejoría en el nivel de eficiencia y eficacia de los trabajadores públicos. Sin duda, un paradigma que de adoptarlo mejoraría sustancialmente la calidad de los servicios públicos.

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24h Economía

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