El espejismo dorado de la inteligencia artificial

¿Es la economía de EE.UU. una gran burbuja de inteligencia artificial?

Gigantes tecnológicos, bancos centrales y economistas coinciden: el auge de la IA podría ser la mayor burbuja financiera de la era digital, y su estallido arrastraría a toda la economía estadounidense

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IA 24h

Del optimismo tecnológico al vértigo financiero

Lo que comenzó como una revolución prometedora en la inteligencia artificial (IA) parece estar convirtiéndose en una burbuja económica de proporciones históricas.
En apenas dos años, las grandes corporaciones tecnológicas han invertido sumas astronómicas en centros de datos, chips y modelos de lenguaje, impulsadas por la fe —y la presión— de no quedarse atrás en la nueva carrera digital.

Pero incluso los propios líderes del sector empiezan a dudar.
Figuras como Sam Altman (OpenAI), Jeff Bezos (Amazon) y Mark Zuckerberg (Meta) han admitido que el auge de la IA “se siente un poco burbujeante”.
Y no solo ellos: instituciones tradicionalmente prudentes como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco de Inglaterra ya han emitido advertencias sobre un posible colapso especulativo.

En otras palabras, el entusiasmo por la IA podría estar alimentando una economía sostenida más por expectativas que por resultados reales.

Una inversión desmesurada frente a beneficios mínimos

El primer indicio de burbuja es la enorme brecha entre el dinero invertido y los ingresos generados.
Solo en 2025, las empresas estadounidenses destinarán alrededor de 400.000 millones de dólares a centros de datos dedicados a IA.
De acuerdo con estimaciones de Morgan Stanley, el gasto total podría ascender a 2,9 billones de dólares antes de 2028, y McKinsey eleva la cifra a 6,7 billones en 2030.

El problema es que los ingresos de la IA apenas alcanzarán los 50.000 millones este año, según The Economist.
Esto significa que las inversiones superan entre siete y ocho veces los beneficios actuales, una proporción que duplica la de la burbuja ferroviaria del siglo XIX y triplica la de la burbuja de las telecomunicaciones a finales de los 90.

En resumen: el dinero fluye a una velocidad mucho mayor que la rentabilidad real del sector, lo que exige un crecimiento exponencial para justificar las valoraciones actuales.

Finanzas circulares y contabilidad creativa

El segundo signo de alarma proviene de la forma en que se financia esta expansión.
Un caso paradigmático fue el acuerdo entre NVIDIA y OpenAI:
la primera prometió invertir hasta 100.000 millones de dólares en la segunda para construir nuevos centros de datos, y OpenAI se comprometió a comprar millones de chips NVIDIA para esos mismos centros.

El resultado es un flujo circular de dinero, en el que ambas empresas inflan sus ingresos mutuos sin que haya un aumento real de valor productivo.
Y no están solas: NVIDIA mantiene acuerdos similares con casi todas las grandes firmas del sector, creando una red de interdependencia financiera que recuerda a las prácticas de Wall Street antes de la crisis de 2008.

Además, compañías sólidas como Meta y Microsoft han empezado a ocultar parte de su deuda mediante estructuras financieras opacas, conocidas como vehículos de propósito especial (SPV).
Estos mecanismos les permiten endeudarse sin reflejarlo directamente en sus balances, una estrategia que disfraza el riesgo real de sus inversiones.

Incluso los startups de IA parecen jugar al mismo juego:
empresas recién fundadas, sin productos ni modelos de negocio claros, alcanzan valoraciones superiores a los 10.000 millones de dólares únicamente por su promesa tecnológica.

Una economía sostenida por la ilusión tecnológica

Más allá del sector tecnológico, la IA ya sostiene buena parte del crecimiento del PIB estadounidense.
Según diversos analistas, el 40% del crecimiento total del PIB en 2025 proviene directa o indirectamente de la inversión en IA.

El mercado bursátil también refleja esta dependencia:
las empresas de IA o vinculadas a ella representan el 80% de las ganancias del índice S&P 500 en lo que va de año.
Este auge ha enriquecido aún más al 10% más rico de los estadounidenses, quienes ahora concentran la mitad del gasto nacional.

El problema es que este consumo de lujo se sostiene en la riqueza bursátil.
Si la burbuja de la IA estallara, los grandes inversores recortarían su gasto, arrastrando el consumo —y con él, al conjunto de la economía— a terreno negativo.

Hoy, el 30% del patrimonio neto de los hogares estadounidenses está invertido en acciones, la mayor proporción de la historia.
Esto significa que una corrección bursátil provocada por la caída del sector IA tendría un impacto inmediato en el consumo, la inversión y la confianza.

El riesgo sistémico: cuando la IA sostiene al PIB

El modelo de crecimiento actual de EE.UU. depende en exceso de la fiebre de la IA.
Si esa burbuja se desinfla, dos de los cuatro componentes del PIB (inversión y consumo) caerían simultáneamente, empujando al país hacia la recesión.

Y a diferencia de otras crisis, Washington tendría menos margen de maniobra fiscal:

  • La deuda pública supera el 120% del PIB, limitando la capacidad de estímulo.
  • El dólar ya no es percibido como el refugio infalible de antaño, lo que reduciría la confianza internacional.

En consecuencia, una crisis tecnológica podría transformarse rápidamente en una crisis económica nacional y luego global, dada la magnitud de los flujos financieros extranjeros invertidos en acciones estadounidenses.

¿Una “burbuja buena”? La defensa de los optimistas

Frente al pesimismo, algunos líderes tecnológicos defienden que incluso si la IA es una burbuja, es una “burbuja útil”.
Citan los precedentes históricos:
las vías férreas del siglo XIX y los cables de fibra óptica de los 90, infraestructuras que, aunque nacieron de burbujas, siguieron siendo útiles tras su colapso financiero.

Sin embargo, la comparación tiene límites.
Los chips de IA, que representan hasta el 60% del costo total de los centros de datos, se deprecian rápidamente.
A diferencia de una vía férrea o un cable de fibra, un chip obsoleto pierde valor en cuestión de meses, no décadas.

Esto significa que, si el mercado colapsa, los inversores se quedarán con miles de millones de dólares en hardware anticuado, incapaz de generar retorno alguno.

Conclusión: el riesgo de un espejismo tecnológico

La inteligencia artificial promete transformar la economía, pero su crecimiento actual parece más financiero que productivo.
El dinero fluye más rápido que la innovación real, y las valoraciones bursátiles reflejan expectativas desmedidas antes que beneficios sostenibles.

Si la burbuja estalla, no solo se hundirán las grandes tecnológicas, sino la estructura misma del crecimiento estadounidense, cada vez más dependiente del valor del Nasdaq.

La pregunta ya no es si la IA cambiará el mundo, sino si sobrevivirá al peso de su propio entusiasmo.

En este punto, la economía de EE. UU. se parece más a un algoritmo especulativo que a un modelo productivo real, donde la fe en el futuro vale más que los resultados del presente.