Entre chips, poder y geopolítica digital

Silicio y poder: cómo la decisión de Trump sobre Nvidia puede redefinir la carrera global por la inteligencia artificial

Trump, Nvidia y la delgada línea entre el liderazgo tecnológico y el riesgo estratégico frente a China

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Nvidia 24h

De la supremacía tecnológica al dilema político

La inteligencia artificial no solo es una revolución científica; es también la nueva frontera del poder mundial. En el centro de esta batalla se encuentra un actor inesperado: un diminuto chip de silicio. En 2025, la empresa estadounidense Nvidia se había consolidado como el corazón del ecosistema global de IA, fabricando más del 90 % de los procesadores que alimentan los modelos más avanzados del planeta.

El chip estrella era el H20, una versión ajustada para cumplir con las restricciones impuestas por Washington, que prohibían exportar los procesadores más potentes a China. Sin embargo, la tensión entre intereses comerciales y estratégicos alcanzó su punto crítico cuando el presidente Donald Trump decidió bloquear la venta de los H20 a empresas chinas.

La justificación parecía evidente: impedir que China reforzara su ventaja en inteligencia artificial, una tecnología con aplicaciones tanto económicas como militares. Pero tres meses después, tras una reunión privada entre Trump y el CEO de Nvidia, Jensen Huang, la Casa Blanca revirtió la decisión. Nvidia podría volver a vender chips a China.

El cambio de rumbo encendió alarmas. Para muchos expertos en seguridad, aquello equivalía a ceder el motor del futuro al principal competidor estratégico de Estados Unidos.

La carrera por la IA: un sprint hacia el dominio global

Imaginemos la competencia tecnológica como una carrera de Fórmula 1. China y Estados Unidos construyen los autos más veloces del planeta —sus sistemas de IA—, pero el verdadero secreto está en el motor: los chips de cómputo avanzado.

China produce buenos motores (a través de compañías como Huawei o Cambricon), pero los estadounidenses —Nvidia y AMD— fabrican los mejores. Esta diferencia permitió que EE. UU. liderara la carrera durante la década de 2010. Sin embargo, mientras sus empresas seguían vendiendo chips a China, el gigante asiático lograba mantenerse peligrosamente cerca.

A partir de 2018, Washington decidió cerrar el grifo tecnológico. Trump primero, y luego Biden, impusieron controles de exportación que prohibieron vender componentes avanzados a Pekín y bloquearon el acceso de fabricantes chinos a maquinaria estadounidense. El objetivo era claro: ralentizar el progreso de la inteligencia artificial china.

Estas restricciones funcionaron: mientras las empresas estadounidenses avanzaban con chips cada vez más potentes (como el H100), China se vio obligada a trabajar con versiones atrasadas o a depender de copias locales. Pero también hubo víctimas colaterales: Nvidia perdió más del 20 % de sus ingresos internacionales, y su cotización empezó a resentirse.

La compañía respondió con creatividad. Rediseñó sus chips para burlar las limitaciones sin violar la ley. Así nacieron los H800 y luego los H20, versiones menos potentes, pero igual de funcionales para muchas tareas de IA. China compró todos los que pudo y comenzó a desarrollar modelos competitivos, como el sistema DeepSeek, que sorprendió al mundo por superar a varios proyectos occidentales.

El giro de Trump: política, dinero y dependencia

Cuando Trump regresó al poder, quiso endurecer aún más la política de exportaciones. En abril de 2025 prohibió el envío de los chips H20. Pero apenas unos meses después, cambió de postura.

¿Por qué?
La explicación oficial se divide en dos argumentos, uno económico y otro estratégico.

El primero es simple: dinero. Nvidia genera miles de millones de dólares en ventas hacia Asia, y su éxito impulsa tanto el mercado bursátil estadounidense como la recaudación fiscal. Según el nuevo acuerdo, el gobierno estadounidense recibiría el 15 % de las ventas de chips a China, una inyección directa de divisas.

El segundo argumento es más sofisticado: la “trampa tecnológica”. La idea es vender a China chips lo bastante buenos como para que sus empresas se vuelvan dependientes de la arquitectura estadounidense, pero no tan avanzados como para igualar a los modelos de vanguardia.
En teoría, esto mantendría a China dentro del ecosistema de Nvidia, frenando la independencia de su industria local.

Sin embargo, muchos analistas ven en esto un error estratégico monumental. China no está dispuesta a depender de un proveedor extranjero para siempre. Al contrario, el gobierno de Xi Jinping ha lanzado un programa masivo de inversión pública para lograr autosuficiencia tecnológica, imponiendo incluso cuotas mínimas de uso de chips nacionales.

En otras palabras, los chips de Nvidia podrían ser solo un puente temporal para que China cruce hacia su propio dominio.

El riesgo del “Blackwell”: la línea que no debe cruzarse

A medida que las tensiones aumentan, Trump parece dispuesto a autorizar la venta de un chip aún más potente, el Blackwell B30. Este procesador es 12 veces más poderoso y 11 veces más rápido que el H20. Permitir su acceso a China equivaldría, según varios expertos, a entregarle la llave del liderazgo mundial en IA.

Con chips de ese nivel, China podría alcanzar o incluso superar a EE. UU. en desarrollo de modelos avanzados, integrando capacidades de lenguaje, defensa y análisis de datos a escala masiva.

Los críticos advierten que, si eso ocurre, Estados Unidos perdería su ventaja estratégica no solo en innovación civil, sino en campos militares, cibernéticos y espaciales. La IA ya no sería un motor de crecimiento, sino un campo de vulnerabilidad.

Una paradoja estadounidense

El dilema de Trump resume la contradicción central del liderazgo estadounidense en tecnología: ¿proteger la seguridad nacional o proteger las ganancias corporativas?

Washington busca mantener su ventaja frente a Pekín, pero sus empresas —desde Nvidia hasta Apple— dependen del enorme mercado chino, que representa miles de millones de dólares en ventas.
En un sistema donde el capital y la política chocan constantemente, la estrategia de control puede convertirse en su propio talón de Aquiles.

Al abrir la puerta de nuevo a China, Trump puede estar comprando tiempo económico a cambio de perder tiempo tecnológico.
Porque una cosa es clara: la inteligencia artificial no espera a nadie.

Epílogo: el futuro se escribe en código

La historia del chip H20 y del posible Blackwell no trata solo de semiconductores. Habla del nervio central del siglo XXI: la lucha por quién controla la infraestructura digital del planeta.

Si Estados Unidos continúa usando su poder tecnológico como herramienta de negociación comercial, corre el riesgo de transformar una ventaja estratégica en un arma de doble filo.
Y si China logra independencia plena, el mundo podría entrar en una era de bipolaridad tecnológica, donde cada bloque diseña, fabrica y entrena su propio universo de IA.

Trump puede creer que permitir a Nvidia vender chips es una jugada maestra de economía. Pero en la carrera por la inteligencia artificial, una sola curva mal tomada puede cambiarlo todo.

La pregunta que queda es simple y urgente:
¿está Estados Unidos vendiendo los motores de su propia supremacía?