Japón gira a la derecha con su primera “Dama de Hierro”

Sanae Takaichi: la nueva era de hierro en Japón

La llegada de Sanae Takaichi a la jefatura del Gobierno japonés marca un viraje ideológico, económico y geopolítico que podría redefinir el papel de Tokio en Asia y su relación con China.

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Japón 24h

Japón, la tercera economía mundial en términos nominales y la cuarta en paridad de poder adquisitivo, ha vuelto a sorprender al mundo político con un giro inesperado: la llegada de Sanae Takaichi al poder.
En apenas cinco años, el país ha visto desfilar cuatro primeros ministros. Pero Takaichi no es una líder más: es la primera mujer en ocupar el cargo y la figura más abiertamente conservadora que Japón ha tenido en décadas.

Apodada por la prensa nipona como la “Dama de Hierro japonesa”, Takaichi ha prometido una mezcla de disciplina fiscal, nacionalismo económico y firmeza exterior. Inspirada en Shinzō Abe —su mentor político— y en Margaret Thatcher, la nueva primera ministra encarna la esperanza de una derecha japonesa deseosa de recuperar protagonismo y orgullo nacional tras años de parálisis.

Sin embargo, el contexto que hereda es endiablado: una economía frágil, un electorado envejecido, una deuda pública del 240% del PIB y un sistema político dividido. Su reto será mantener el equilibrio entre un discurso de firmeza y la necesidad de gobernar con una coalición fragmentada.

Un liderazgo entre crisis y fracturas

La llegada de Takaichi al poder no fue producto de la estabilidad, sino de la descomposición progresiva del Partido Liberal Democrático (LDP). Tras la dimisión de su predecesor, Shigeru Ishiba, acorralado por la inflación, la caída de los salarios reales y una crisis de deuda, la dirección del LDP se vio obligada a buscar un rostro nuevo que devolviera impulso al electorado.

La elección de Takaichi fue, en parte, una apuesta desesperada. Con apenas 196 de los 465 escaños en la Cámara Baja, el LDP gobierna en minoría técnica y sin el apoyo de su histórico aliado, el partido Komeito, con el que rompió una coalición de 26 años.
El divorcio político fue tan ruidoso como simbólico: Komeito, de corte budista moderado y progresista, acusó al LDP de deriva ultranacionalista y corrupción interna, tras el escándalo financiero que disolvió la influyente facción de Abe.

Sin embargo, el vacío de poder fue rápidamente llenado por otro actor: el Japan Innovation Party (Ishin no Kai), una formación emergente de derecha liberal que comparte con Takaichi la idea de un Estado más pequeño, menor gasto público, dureza con China y un papel militar más activo.
La alianza entre el LDP y Ishin no constituye una mayoría sólida —solo les faltan dos votos para el control absoluto—, pero redefine el eje político japonés hacia posiciones más nacionalistas y económicamente ortodoxas.

La sombra de Abenomics y el riesgo del déjà vu

Sanae Takaichi reivindica con orgullo el legado de Abe. Su programa, bautizado informalmente como “Abenomics 2.0”, busca combinar expansión monetaria, estímulo fiscal y reformas estructurales para devolver competitividad al país.
Sin embargo, el contexto actual es diametralmente opuesto al que permitió aquel experimento.

En 2012, cuando Abe lanzó su estrategia, el yen estaba fuerte, Japón sufría deflación crónica, y los mercados confiaban en la intervención masiva del Banco de Japón (BoJ).
Hoy, la realidad es la inversa: inflación del 2,7%, moneda depreciada un 50% frente al dólar (más de 150 yenes por unidad) y una deuda que asusta a los inversores.

El BoJ ya no puede comprar deuda con la misma voracidad de antaño. Los rendimientos de los bonos a diez años se encuentran en máximos de 17 años, y las agencias de rating advierten que una expansión fiscal sin control podría provocar una crisis de confianza.

En este escenario, Takaichi se encuentra entre dos fuegos: por un lado, los sectores más duros de su partido exigen reducir impuestos y desregular; por otro, los moderados —liderados por el influyente ex primer ministro Tarō Asō, hoy vicepresidente del LDP— insisten en contener el déficit y mantener la estabilidad financiera.
Asō, veterano guardián de la ortodoxia fiscal, fue quien impulsó su candidatura a cambio de poder supervisar las cuentas públicas desde la cúpula del partido. Su influencia garantiza que el impulso de gasto prometido por la nueva primera ministra se verá drásticamente limitado.

Una “Dama de Hierro” con pies de barro

Aunque Takaichi se presenta como la encarnación de la firmeza, su margen de maniobra es mínimo.
Sin mayoría parlamentaria, sin aliados ideológicos estables y con un partido dividido entre moderados y nacionalistas, su agenda económica enfrenta obstáculos estructurales.

El riesgo, como señalan varios analistas de Tokio, es que la nueva mandataria termine más parecida a Liz Truss que a Margaret Thatcher: mucho ideario, poca ejecución y un mercado financiero sin paciencia.
La situación fiscal del país limita cualquier “bazuca monetaria” y las promesas de estímulo sin contrapartidas podrían hundir todavía más el yen y reavivar la inflación.

Pese a ello, Takaichi insiste en que su prioridad será “el crecimiento antes que la consolidación fiscal”, convencida de que solo un repunte de la productividad permitirá sostener el modelo social japonés. Su discurso combina la retórica del orgullo nacional con una nostalgia por el Japón industrial de los años 80, aquel que desafiaba a Occidente en tecnología y exportaciones.

Pero esa nostalgia choca con la realidad de un país que envejece a un ritmo sin precedentes: uno de cada tres japoneses tendrá más de 65 años en 2035, una dinámica que drena el consumo, el ahorro y la fuerza laboral.

El nuevo triángulo del Pacífico

Si la economía ofrece dudas, la política exterior parece más definida. Takaichi ha prometido fortalecer el eje Tokio–Washington–Seúl, acelerar el desarrollo del QUAD (Japón, India, Australia y Estados Unidos) y mantener una línea de contención firme frente a China.

Su discurso es abiertamente nacionalista: apoya el aumento del gasto en defensa hasta el 2% del PIB, impulsa la reinterpretación del artículo 9 de la Constitución, que prohíbe formalmente un ejército japonés, y defiende la autonomía tecnológica en semiconductores, baterías y tierras raras.
En materia energética, promueve el regreso progresivo de la energía nuclear, suspendida tras Fukushima, y un plan para reducir la dependencia de combustibles importados.

En este punto, la coincidencia con su nuevo socio Ishin no Kai es total. Ambos partidos comparten la idea de que Japón debe recuperar orgullo, capacidad estratégica y soberanía tecnológica.
Su alianza con Washington refuerza ese objetivo: el Gobierno estadounidense ve en Tokio un pilar del orden regional frente a Pekín, y Takaichi parece decidida a aceptar ese papel sin ambigüedades.

Sin embargo, sus gestos simbólicos —como sus polémicas visitas pasadas al santuario Yasukuni, donde reposan criminales de guerra japoneses— podrían reavivar las tensiones con China y Corea del Sur, países aún marcados por el recuerdo de la ocupación imperial.

Una coalición frágil, un mandato incierto

El futuro de Takaichi depende tanto de su gestión económica como de su habilidad política.
Su alianza con Ishin no Kai es estratégica pero delicada: el partido de Osaka busca descentralizar el poder, convertir su región en una “segunda capital” y limitar el gasto social, prioridades que podrían chocar con las del LDP más tradicional.

Además, la corrupción sigue pesando como una losa. Los escándalos de financiación irregular y los vínculos con organizaciones religiosas continúan erosionando la credibilidad del partido gobernante.
Komeito, su exaliado, ya insinúa que podría apoyar mociones de censura puntuales si las encuestas siguen cayendo.

A pesar de todo, el nombramiento de Takaichi ha despertado una ola de expectativas entre sectores conservadores que ven en ella la oportunidad de restaurar el orgullo japonés y reivindicar el papel femenino desde una visión de autoridad y sacrificio, más que de feminismo clásico.

La prueba del poder

Sanae Takaichi ha logrado algo que pocos creían posible: encarnar la nostalgia de Abe y el simbolismo de Thatcher al mismo tiempo. Pero el desafío de gobernar Japón no se mide en metáforas, sino en balances, tipos de interés y cohesión política.

Su mandato será un campo minado: un Parlamento dividido, una economía vulnerable, un yen bajo presión y una sociedad que envejece en silencio.
Si logra navegar ese laberinto sin sucumbir a la tormenta, pasará a la historia como la mujer que reconfiguró el poder japonés en el siglo XXI.

Si no, será recordada como otra líder efímera en la interminable rotación de primeros ministros, una “Dama de Hierro” sin hierro suficiente para forjar el nuevo Japón que prometió.