Un experimento geopolítico en el corazón del Sahel africano

La Confederación del Sahel: tres dictaduras que buscan reinventar África occidental

Los regímenes militares de Mali, Níger y Burkina Faso buscan unir fuerzas en una nueva confederación política y económica para resistir el aislamiento internacional y recuperar control sobre su seguridad

Tuareg
Tuareg 24h

Del caos político a la idea de un nuevo país

Lo que comenzó como una serie de golpes de Estado aislados en África Occidental está dando paso a un experimento político sin precedentes: la creación de una confederación entre Mali, Níger y Burkina Faso.

Estos tres países, todos gobernados por juntas militares tras derrocar a sus gobiernos civiles, firmaron en septiembre de 2023 un pacto de defensa mutua y ahora planean avanzar hacia una unión económica y diplomática.
El objetivo declarado es fortalecer la soberanía regional y la seguridad interna, pero el contexto revela una motivación más pragmática: sobrevivir al aislamiento internacional impuesto tras los golpes y consolidar el poder militar.

Según los primeros borradores filtrados, la llamada “Confederación del Sahel” contemplaría una moneda común, una banca de desarrollo compartida, y la integración de las fuerzas armadas de los tres Estados.
Sin embargo, los desafíos son enormes: pobreza extrema, inseguridad persistente, infraestructura deficiente y desconfianza internacional.

Un triángulo militarizado en el desierto

Mali, Níger y Burkina Faso comparten una geografía adversa: el Sahel, una franja semiárida que se extiende desde el Atlántico hasta el Mar Rojo, marcada por la desertificación, la violencia y la fragilidad institucional.

Los tres países son totalmente interiores, sin salida al mar, lo que limita su acceso a los mercados internacionales.
Su dependencia de ríos como el Níger o el Volta, poco navegables, restringe aún más su integración comercial.

Durante años, esta región fue uno de los principales frentes de la lucha contra el yihadismo en África, con presencia militar francesa, de Naciones Unidas y de la Unión Europea.
Pero tras los golpes, los nuevos regímenes expulsaron a las tropas francesas y rompieron vínculos con Occidente, reemplazándolos por asesores y mercenarios del grupo Wagner, financiados con oro, uranio y diamantes.

El resultado ha sido ambiguo: la violencia no ha disminuido y los grupos armados se han expandido hacia el sur, afectando incluso a Ghana, Togo y Benín.

Del sueño de integración al riesgo de aislamiento

La nueva alianza, formalmente conocida como la Alianza de los Estados del Sahel (AES), se presenta como una respuesta soberanista frente a la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental), bloque del que los tres países están suspendidos desde sus respectivos golpes.

Pero esta ruptura puede tener un alto costo económico.
Salir de la CEDEAO implicaría perder acceso a:

  • El franco CFA, moneda común respaldada por el Tesoro francés y utilizada por 14 países africanos.
  • El puerto de Abiyán (Costa de Marfil), esencial para las exportaciones de Mali y Burkina Faso.
  • Los mercados financieros regionales, como la Bolsa BRVM, que canaliza inversiones hacia el África francófona.

Los analistas coinciden en que el comercio intrarregional podría colapsar si la Confederación del Sahel rompe definitivamente con la CEDEAO.
Además, crear una nueva moneda requeriría décadas de coordinación macroeconómica, algo que ni siquiera los países europeos lograron sin fricciones.

En palabras del economista senegalés Ndongo Sylla,

“El problema no es solo crear una moneda; es garantizar que esa moneda valga algo y que la gente la quiera usar.”

La geopolítica del Sahel: independencia o aislamiento

Más allá de lo económico, el impulso de la confederación responde a un profundo cambio geopolítico.
La retirada de Francia, la expansión de la influencia rusa y la creciente desconfianza hacia las instituciones occidentales han dejado un vacío de poder que las juntas militares buscan llenar.

Algunos líderes africanos lo presentan como un acto de emancipación poscolonial:
una forma de romper con la tutela francesa y con el “neocolonialismo económico” representado por el franco CFA y las sanciones de la CEDEAO.

Sin embargo, la dependencia de los mercenarios rusos y la falta de legitimidad democrática dificultan ver a la Confederación del Sahel como un verdadero proyecto soberano.
Más bien, parece un intento de blindar el poder militar bajo un discurso nacionalista que mezcla soberanía con autocracia.

Los obstáculos de una unión improvisada

La historia de África está llena de intentos fallidos de integración.
La Federación de Mali (1959), la Confederación Senegambia (1982) o incluso la Unión del Magreb Árabe se desmoronaron por divergencias políticas, rivalidades internas y desequilibrios económicos.

El caso del Sahel no parece distinto:

  • Economías frágiles y poco diversificadas.
  • Fronteras porosas, imposibles de controlar sin afectar a comunidades nómadas como los tuaregs.
  • Presencia persistente de grupos yihadistas.
  • Falta de infraestructura de transporte y energía.

Además, la coordinación militar, teóricamente el pilar más fuerte de la Confederación sigue siendo mínima:
no existen ejercicios conjuntos ni un mando unificado.
El precedente del grupo Wagner en otros países africanos, como Mozambique o la República Centroafricana, demuestra los límites de la cooperación militar extranjera sin una estrategia nacional coherente.

¿Hacia un nuevo mapa africano o un espejismo político?

A pesar de los obstáculos, los gobiernos de Bamako, Niamey y Uagadugú insisten en que el proyecto sigue adelante.
Los parlamentos de los tres países ya discuten un tratado de integración formal, y algunos portavoces lo presentan como el nacimiento de un nuevo Estado panafricano.

Pero la pregunta clave es si esta alianza tiene viabilidad más allá del simbolismo político.
En la práctica, la Confederación del Sahel podría terminar siendo un frente militar informal, más que una unión política real.
Y si uno de los tres gobiernos cae —como ya ha ocurrido varias veces en la región—, todo el proyecto se desmoronaría.

La politóloga nigerina Hassana Mainassara resume la paradoja con claridad:

“El Sahel busca unidad, pero sus gobiernos se basan en la división: ejército contra civiles, Estado contra clanes, poder contra pobreza.”

Entre el ideal panafricano y la realidad del desierto

La Confederación del Sahel encarna tanto una aspiración legítima de independencia africana como un síntoma de la fragilidad del continente.
Nacida del resentimiento hacia potencias externas y del fracaso de los modelos democráticos, su éxito dependerá menos de la ideología que de la gestión práctica: seguridad, alimentos, infraestructura y educación.

Si logra estabilizar su territorio y reducir la violencia, podría sentar un precedente histórico.
Pero si fracasa —como tantos experimentos anteriores—, solo añadirá otra capa de inestabilidad al mapa ya fracturado del África subsahariana.