‘Los partidos políticos’ de Robert Michels y su ley de hierro de la oligarquía

La icónica obra del sociólogo y politólogo alemán

'Los partidos políticos' de Robert Michels y su ley de hierro de la oligarquía

Muchos de los problemas sociales surgieron en el último siglo y medio a causa, principalmente de la psicología humana. El “ principio de nacionalidad” surge como solución a los problemas raciales y lingüísticos que surgen en Europa con la guerra y las revoluciones. Económicamente el problema social amenaza la paz del mundo y el “derecho del trabajador al producto total de su trabajo” ha llegado a convertirse en una de las cuestiones más importantes. Para finalizar, el principio de autogobierno es la solución al problema de la nacionalidad, ya que acepta la idea de un gobierno popular.  Todas estas ideas con el tiempo se comprobó que no tuvieron la repercusión deseada.

Este trabajo tiene como finalidad el estudio crítico del problema de la democracia, que según el autor, inicia ahora una fase crítica de la cual será difícil salir. La democracia ha encontrado muchos obstáculos, algunos tal vez sólo podrán ser solucionados en parte. Este estudio tiene como objetivo promover la comprensión de la democracia. La democracia conduce a la oligarquía, y contiene un núcleo oligárquico.

El estudio y el análisis de los partidos políticos constituye una nueva rama de la ciencia, se encuentra entre las disciplinas sociales y la sociología aplicada. La tarea de este trabajo es analizar la naturaleza de los partidos, tarea muy complicada.

1.Introducción

La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los delegados sobre las delegadores. Quien dice organización dice oligarquía. Esta palabras resumen la “ley de hierro de la oligarquía “ de Michels. En Los partidos políticos Michels sostiene que el mal funcionamiento de la democracia fue una característica de todo sistema social complejo. La oligarquía, el dominio de una sociedad o de una organización por quienes están en la cumbre, es parte intrínseca de la burocracia de la organización en gran escala. El hombre no puede tener grandes instituciones grandes instituciones, tales como estados nacionales, gremios, partidos políticos ni iglesias, sin ceder el poder efectivo a los pocos que ocupan los cargos superiores de esas instituciones. Para demostrar su teoría examina la conducta de los partidos socialista en Alemania y en otras partes que querían difundir la democracia. Los partidos conservadores no eran democráticos y los socialistas, por otra parte, si no eran democráticos internamente la democratización sería un fracaso.

En este punto encontramos la teoría de la organización de Michels, en la que dice que las organizaciones a gran escala dan a sus funcionarios casi un monopolio de poder. Los partidos políticos suelen utilizar un sistema de organización racional organizado jerárquicamente. Esto tiene como consecuencia un aumento de la concentración del poder en la cumbre, los líderes cuentan con recursos que le dan una ventaja insuperable de los otros miembros que intentan cambiar la política. Entre estos recursos podemos encontrar los conocimientos superiores, el control sobre los medios formales de comunicación con los miembros del partido y la pericia en el arte de la política.

Las masas son incapaces de participar en el proceso de toma de decisiones, y necesitan un liderazgo fuerte, pues al poco interés y la escasa participación se le suma el hecho de que los miembros de la organización de masa tienen menos educación e ilustración general que los líderes, esto provoca una necesidad inmensa de dirección.

Por otra parte, Michels rechazó específicamente la suposición de que existiera un liderazgo representativo, pues aquellos que habían pertenecido a la clase de los gobernados habían llegado a formar parte de la oligarquía gobernante, por lo que eran parte de la “élite de poder” y buscaban intereses privilegiados.

Para Michels el partido socialista que llegara al poder dejaría de ser socialista para convertirse en otro grupo de élite, así el poder pasaría de un grupo de élite a otro. Esta teoría ha quedado demostrada en muchos casos.

La respuesta marxista tradicional ha sido negar que la organización burocrática pudiera dar lugar al advenimiento de una nueva clase dirigente, pues la base requerida por estas clases no es de forma técnica de organización, sino de propiedad de recursos económicos.  La comunista, por otra parte, reconocía la importancia de obra de Michels, pero no puso a prueba la hipótesis, e insistió en cambiar la situación de las clases inferiores, y encontrar una manera de solventar la estabilidad de los grupos socialistas dirigentes.

Además del problemas de la oligarquía encontramos el problema de representatividad, debido a la ausencia de alternativas entre las que poder elegir.

Para Michels la democracia era imposible y demostró la imposibilidad técnica  de poner fin a la división entre gobernante y gobernados dentro de una sociedad compleja.

El concepto del poder, de Michels, reside fundamentalmente en la suposición de que la conducta de todas las minorías dominantes debe ser interpretada, en primer lugar, como siguiendo una lógica de autointerés, una explotación de las masas para mantener o extender sus propios privilegios y poder. A este respecto, Michels acepta explícitamente la concepción materialista de la historia del marxismo.

  1. LOS PARTIDOS POLÍTICOS

La aristocracia democrática y la democracia aristocrática

Para Michels la forma más restringida de oligarquía, la monarquía absoluta, se funda sobre la voluntad de un solo individuo. El fundamento lógico de toda monarquía reside en una apelación a Dios. Como consecuencia de esto, es imposible la abolición legal, jurídica y legítima de la monarquía. Por otro lado está la democracia, que niega el derecho de uno sobre los demás. Da a cada uno de ellos la posibilidad de ascender a la cumbre de la escala social, facilita así el camino a los derechos de la comunidad, al anular ante la ley todos los privilegios de nacimiento y al desear que en la sociedad humana la lucha por la preeminencia se decida únicamente de acuerdo con la capacidad individual. Para Michels nuestra era ha destruido todas las formas antiguas y rígidas de la aristocracia: las ha destruido, al menos, en ciertas regiones importantes de la vida política constitucional.

El partido político se funda, en la mayor parte de los casos, sobre el principio de la mayoría, y siempre sobre el principio de la masa. Resultado de esto es que los partidos de la aristocracia han perdido irrevocablemente la pureza aristocrática de sus principios.En períodos y entre naciones donde los viejos elementos conservadores han sido excluidos de la participación directa en el poder, y fueron reemplazados por innovadores que luchan bajo el estandarte de la democracia, el partido conservador ha adoptado un aspecto hostil hacia el orden estatal existente y, a veces, aun carácter revolucionario. No obstante, se realiza una metamorfosis en el partido conservador, que de una camarilla que perseguía un exclusivismo aristocrático, a la vez por instinto y por convicción, se ha transformado ahora en un partido popular. El método democrático es el único practicable mediante el cual la vieja aristocracia puede recuperar renovado el dominio. En países donde prevalece un régimen democrático, se vuelven espontáneamente hacia la clase trabajadora donde quiera que ésta constituye la parte más notable de las masas. La aristocracia se mantiene hoy en el poder por medios diferentes de los parlamentarios, en la mayor parte de las monarquías, al menos, no necesita una mayoría parlamentaria para manejar las riendas que sirven para guiar la vida política del Estado.

La influencia del sufragio popular sobre la conducta exterior de los candidatos conservadores es tanta, que cuando dos candidatos de las mismas opiniones políticas se presentan en un mismo distrito, cada uno de ellos está obligado a tratar de diferenciarse de su rival mediante un movimiento hacia la izquierda, dando gran importancia a sus principios tenidos por democráticos.

Tampoco la teoría del liberalismo basa sus aspiraciones sobre las masas, pues reclama apoyo de ciertas clases definidas, que en otros campos de actividad ya han madurado para la conducción, pero que no poseen aún privilegios políticos ya que acude a las clases cultas y pudientes. También para los liberales la masa pura y simple es nada más que un mal necesario, cuya única utilidad es ayudar a los otros a alcanzar objetivos que les son extraños.

En la vida partidaria moderna la aristocracia se complace en presentarse con apariencia democrática, en tanto que la sustancia de la democracia se impregna de elementos aristocráticos. Por una parte tenemos a una aristocracia con forma democrática, y por la otra a la democracia con contenido aristocrático. La forma externa democrática que caracteriza la vida de los partidos políticos bien puede enmascarar la tendencia hacia la aristocracia, o mejor dicho, hacia la oligarquía, que es propia de toda organización de partido. La aparición de los fenómenos oligárquicos en el propio seno de los partidos revolucionarios es una prueba terminante de la existencia de tendencias oligárquicas inminentes en todo tipo de organización humana que persigue el logro de fines definidos. En teoría, la meta principal de los partidos socialistas y democráticos es la lucha contra la oligarquía en todas sus formas.

La «justificación» ética de las luchas sociales.

La transmisión hereditaria del poder político fue siempre el medio más eficaz de perpetuar un gobierno clasista. La aristocracia se ha introducido de dos maneras: a un tiempo por la vía de una tradición resucitada, y por la del nacimiento de nuevas fuerzas económicas.

La mayor ambición de los burgueses enriquecidos es fusionarse con la nobleza y extraer de esa fusión una especie de título legitimado para relacionarse con la clase dominante, un título que pueda ser exhibido como algo existente por derecho hereditario, no adquirido. Así vemos que el principio hereditario acelera mucho el proceso de “entrenamiento” social, acelera la adaptación de las nuevas fuerzas sociales al medio aristocrático antiguo. En la lucha entre la nueva clase de los que surgen y el estrato antiguo de quienes experimentan una decadencia, en parte aparente y en parte real lucha que a menudo se desarrolla en la oscuridad, para no atraer casi la atención, hay consideraciones morales llevadas y traídas por los diversos partidos antagónicos, que las emplean para disfrazar los verdaderos fines. En una era de democracia, lo ético constituye un arma que cualquiera puede emplear. La democracia adopta un curso más diplomático y mas prudente: rechaza aquellas pretensiones por poco éticas.

Hoy todos los factores de la vida pública luchan en nombre del pueblo y todos declaran que, en sus actos, procuran la mera satisfacción de la voluntad nacional. Los partidos políticos, por mucho que se fundamenten sobre estrechos intereses de clase, y por muy evidente que sea su acción contra los intereses de la mayoría, quieren identificarse con el universo o presentarse como colaboradores de todos los ciudadanos del país, y proclamar que luchan en el nombre de todos y por el bien de todos.

En el mundo todos los movimientos clasistas que pregonan el propósito del bien para toda la comunidad, incurren inevitablemente en la contradicción. La humanidad no puede prescindir de las “clases políticas” y por su misma naturaleza estas clases son solo partes de la sociedad.

3.PRIMERA PARTE

En la primera parte, Michels expone que la organización y la jerarquía son elementos indispensables en la sociedad democrática rechazando el anarquismo individualista. Nos dice que uno de los problemas de la democracia es gobernar a la masa que supone la población, para solucionar este problema presenta una idea que se llevo a cabo en Prusia en 1849, la idea de dividir a la población en secciones iguales que puedan formar sus propias asambleas para llevar sus propuestas al gobierno. A la hora de desarrollar la idea recuerda las asambleas formadas por el laborismo británico en sus orígenes en las que se elegía al representante de forma periódica. Este sistema acarreaba consigo el problema de que se daba la situación en la que un líder muy competente en su trabajo era sustituido por uno peor a pesar de que todos los miembros del partido habrían preferido mantener al primero.

La obra de Michels sobre los partidos políticos viene inspirada por un ejemplo, el Partido Socialista Alemán (SPD), explica como este tiene sus propias escuelas en las que se enseña a los miembros los valores democráticos y de la política para que todos estén preparados para participar en esta. También habla sobre L’Umanitaria, una escuela creada en Italia a principios del siglo XX en la que se enseñaba a los obreros como estos podían ser inspectores de sus propias fábricas. Con estos ejemplos Michels trata de presentar que el líder solo será competente si aquellos encargados de elegirlo y valorarlo también lo son.

Para Michels la participación política es un privilegio que solo se da en sociedades avanzadas y que aquellas sociedades menos avanzadas están condenadas a sufrir bajo tiranías. Al necesitar las organizaciones políticas un liderazgo fuerte y competente acaba naciendo el político profesional. El político profesional es aquel al que se le da bien liderar las organizaciones políticas, sin embargo su propia existencia acarrea para Michels una gran contradicción y es que en el momento en el que el ciudadano no está representado por su igual sino por una suerte de “experto en representar” llega lo que Michels llama “…el principio del fin de la democracia”. Con la llegada del político profesional el sistema representativo no hace para Michels más que sustituir a un rey por “muchos reyezuelos”.

4.SEGUNDA PARTE

 El movimiento socialista alemán destaca por su estabilidad y gran sentimiento hacia el partido. Sin embargo, algunos lo abandonaron para dedicarse a los estudios, y otros terminaron obsesionándose con la idea de la democracia social.

Con las leyes antisocialistas y el régimen de Bismarck muchos tuvieron que emigrar, lo que supuso una gran pérdida. Se defiende la idea de que para mantener estable el sistema democrático, se deben realizar elecciones frecuentemente, y evitar también la rutina en el gobierno, pero esto no siempre se lleva a la práctica. Un ejemplo es la democracia social alemana, dónde los líderes son prácticamente inamovibles, e intentar evitar esta situación generaría descontento.

La rotación de cargo es un principio importante de la democracia, pero se contrasta con la explotación de líderes. Se requiere por lo tanto continuidad, o la autoridad política de la organización se deterioraría. La democracia peca entonces por su falta de estabilidad y dificultad de movilización, y en ocasiones ha tratado de establecer medidas de coerción moral para subordinar al líder a la voluntad de la masa.

Además, los líderes tienden a aislarse y aceptar únicamente a aquellos que concuerdan con su forma de pensar. Intentan escoger por ellos mismos a los sucesores en vez de dejarlo en manos del pueblo. Rara vez un ejecutivo que ha cumplido su deber no vuelve a ser escogido. Esto hace que algunos consideren esta situación como el inicio de un paso de la democracia a un sistema de bonapartismo plebiscitario y a otro sistema de monarquía hereditaria.

En general, el partido socialista alemán no ha sufrido traiciones de sus líderes, y el liderazgo se ha reforzado con partidos de la izquierda. Sí que hubo casos de paso de partidos socialistas a otras formas de socialismo militante, antiparlamentarismo y posteriormente el anarquismo.

Se tiende a apartar a los obreros de la actividad política y parlamentaria. Un ejemplo es Francia, donde la sociedad se dividía en el colectivo abstencionista y el dominado por el “jemenfichisme”. De todos modos, en Alemania los líderes no están influenciados por las preferencias personales. Aun no se ha perdido contacto con la masa a pesar de las ideas contrarias, y la que prevalece sigue siendo la del grupo socialista parlamentario. Esto se debe a la confianza que los líderes transmiten, ya sea porque nunca han sido expuestos a grandes tentaciones, no hay probabilidad de corrupción intelectual, el amor de los alemanes por su vocación, y motivos materiales como incentivos a quien ofrece servicios al partido. En ocasiones también se realizan donaciones al partido, y el hecho de pagar por los servicios tiende a alcanzar en un futuro una burocracia partidaria y centralizada.

En regímenes aristocráticos los funcionarios realizan su labor de manera voluntaria, y en ocasiones en los regímenes democráticos también. Esto hace que los partidos más pobres dependan de estas acciones, por lo que se fiscaliza su política. Están obligados a abandonar la idea de verse representados en el congreso, lo que es considerado un caso de corrupción y traición. Para mejorar esta situación, se propusieron alternativas como asignar los gastos de la delegación a la tesorería central o unificar los distritos en federaciones provinciales, y los partidos con buena tesorería podrían por lo tanto conseguir funcionarios leales.

En países donde los representantes no son pagados por el gobierno ni por el partido surge el problema de la plutocracia. En Francia se estableció un pago por ello, que costó la renuncia a la afiliación de muchos. Sin embargo, no supuso una mejora.

Los obreros son desconfiados y exigentes, y los miembros de la organización se consideran capitalistas. Se mantuvo durante mucho tiempo la idea de que periodistas y demás empleados de los partidos no debían ser remunerados al nivel que lo estaban, cuando en realidad, su salario era demasiado bajo. Con el tiempo esta situación ha ido mejorando, y los alemanes se han acostumbrado a pagar a los empleados con liberalidad. Se debe tener un salario digno, ya que de lo contrario se conduciría a la corrupción y desmoralización.

Los partidos democráticos se exponen al riesgo de la jerarquía, todo el mundo dependía del partido al no tener participación en beneficios líquidos, derechos a administrar bienes sociales…y en ocasiones se establecieron métodos de opresión al que no compartiese sus intereses, estableciendo una relación de dependencia, superioridad, basada en el dinero.

En cuanto a la prensa, se trata de un elemento importante para la preservación de poder en los líderes, así se consigue difundir la información sobre ellos en el pueblo, o atacar a sus adversarios. En lugares como Francia, Inglaterra e Italia, el líder democrático se considera responsable de todo lo escrito, siendo firmados por el y por lo tanto consiguiendo ser conocido en todo el pueblo. En otros países el periodismo suele ser anónimo, ya que la fe de las masas hacia las autoridades ya es lo suficientemente grande. Además, esto crea una mejor opinión pública hacia los periodistas en su conjunto, sin preferencias. Sin embargo, esto también supone un riesgo porque hay quien se esconde en ese anonimato para escribir de forma polémica y con ataques a terceros. Esto solo supone una forma de auto hundimiento ya que el pueblo lo considera un acto grave, y todo el conjunto periodístico se ve afectado.

El nivel más alto de proletariado son los miembros del parlamento, y están dotados de cierta independencia, su poder viene de la masa electoral.El parlamentarismo es relevante sobre todo en la democracia social alemana. Apenas hay críticas hacia sus miembros, y esto es porque asumen que se llevará a cabo una lucha en el parlamento acerca de sus objetivos, por lo que tratan de evitarlo. Tienen derecho a votar en el congreso del partido, excepto en las actividades parlamentarias, aunque posteriormente podrán hacerlo en las deliberaciones más íntimas, como representantes de todo el electorado.

Los líderes creen tener el derecho de formar un organismo independiente, y cuando nos referimos al movimiento gremial, se puede decir que hay una mayor tendencia hacia un régimen autoritario y oligárquico que en las organizaciones políticas. La democracia centralizada es la culpable de esta tendencia. Cuando los líderes reclaman que son los únicos con derecho a decidir sobre un tema importante, los principios democráticos están en peligro.

En cuanto a las organizaciones cooperativas, son las que deberían llevar de mejor manera los principios democráticos. Deben ser organizadas por expertos, y existe un cierto aspecto monárquico. Sin embargo, surge el problema de que puede darse o bien la falta de autoridad, o el sometimiento a la voluntad de una minoría. La organización se acaba convirtiendo en una compañía de capital social, una empresa privada del administrador. Generalmente los líderes no se preocupan por el pueblo, y no le ofrece la capacidad de dirigir asuntos. La acumulación de poder en pequeñas manos genera abusos, y en cuanto la masa reclama sus derechos, las consecuencias son horribles.

En el capítulo 5, La lucha entre los líderes y las masas, se nos comienza exponiendo que el “derecho teórico” que la masa posee de destituir a los líderes y reaccionar cuando sus derechos son violados se ve interferido por la acción de una serie de tendencias conservadoras y, por ende, la supremacía de las masas autónomas y soberanas está en entredicho. Incluso, Michels nos advierte que la elección de los delegados a congresos, por ejemplo, es a veces manejada mediante acuerdos especiales en donde la participación de la masa es nula.

Cuando una lucha entre los líderes y las masas tiene lugar, si los líderes logran mantenerse unidos, ganarán. En muchos casos, las masas -a pesar de mostrarse molestas con sus jefes- no se rebelan pues les falta poder para castigar la traición de los jefes.

En este sentido, Robert Michels, predica que el poder de la oligarquía “en la vida partidaria” está lejos de aparecer pues está “aumentando la independencia de los líderes junto a su condición de indispensables” -pág.193-. Así mismo, la cada vez mayor influencia que los líderes ejercen y la seguridad económica que sus puestos proporcionan estimulan a los “efectivos” de la masa más talentosos por ingresar en la “burocracia privilegiada”.

En conclusión, es raro que las masas actúen como no sea por orden de sus líderes y, a pesar de la veracidad de que las masas se rebelan de tiempo en tiempo, no es menos cierto que esas rebeliones son siempre sofocadas.

En el sexto capítulo, La lucha entre los propios líderes, Robert Michels comienza poniéndonos de manifiesto que, en la práctica, los líderes gozan de un alto nivel de independencia y que solo en la teoría éstos están obligados por el poder de las masas. Así mismo destaca que la promoción de nuevos líderes supone siempre un peligro para los que ya ostentan o están en posesión del poder (pues podrían verse obligados a dejar su lugar frente a los venidos). De ahí a que, en la teoría, el viejo líder deba mantenerse siempre en sintonía con las masas y deba parecer que es guiado por éstas. Es más, el acto de sumisión de los viejos líderes hacia los nuevos responde, más bien, a un acto de previsión dirigido a evitar la influencia de estos nuevos rivales.

Robert Michels es claro: “no debemos acusar a la multitud de levantarse contra sus líderes y hacer a las masas responsables de las caídas de éstos. No son las masas las que han devorado a los líderes: los jefes se han devorado entre sí”. Son, en efecto, la lucha entablada entre los líderes y sus celos lo que lleva a la caída de éstos. Hay, al mismo tiempo, muchos tipos diferentes de luchas entre líderes: los conflictos pueden ser simplemente entre los más ancianos y los más jóvenes; entre los “grandes hombres” y sus nuevos rivales; en otras ocasiones las luchas provienen de la diversidad de origen social (proletarios versus burgueses); por la disputa acaecida entre los líderes de las diversas tendencias del partido; por causa de la estratificación horizontal (entre uno y otro estrato de la burocracia) o la estratificación vertical (conflicto entre grupos locales o nacionales de líderes) o, incluso, por causa de las diferencias raciales entre los socialistas.

Además, también debemos tener en consideración que las diferencias entre los diversos grupos de líderes pueden sobrevenir por dos circunstancias: por la divergencia de opiniones entre éstos o por las luchas que obedecen a razones meramente personales (antipatía, envidia, celos…). La oligarquía surgida de la democracia también se encuentra amenazada por dos peligros: la rebelión de las masas y por la transición hacia una dictadura.

En cuanto a los viejos líderes, Michels hace hincapié en que éstos se resisten con firmeza y no ceden terreno; por ello, en muchas ocasiones, los nuevos líderes asumen la derrota y se someten a la “tutela triunfal” de los hombres que ya gobiernan con el objetivo de atraer sus favores y satisfacer sus ambiciones. Llegados a este punto de lucha, es absolutamente reconocible que la libertad de la palabra y de pensamiento se vea comprometida. Los viejos líderes siempre intentarán fiscalizar la libertad de palabra de los compañeros con quienes no están de acuerdo. En este sentido, cabe destacar que son la masa de los partidos de clase trabajadora los que tienden a desconfiar de forma natural hacia los recién llegados (y, sobre todo, tienden a desconfiar de los camaradas que llegan de otra clase social).

Otra de las estrategias más destacables que los viejos líderes adoptan es la de atraer las fuerzas de los movimientos nuevos -que aún no tienen líderes poderosos- para sí y, por tanto, poder eliminar, desde el principio, la competencia que esa nueva corriente pueda ejercer.

Cabe destacar, también, que el ascenso de los nuevos aspirantes al poder siempre está sembrado de dificultades, cerrado por obstáculos de todas clases, y que solo son superables con el favor de las masas. Es más, es muy poco probable, según Michels, que la lucha entre los viejos y nuevos líderes se salde con la derrota completa de los primeros. En todo caso, el propio movimiento laborista tiene ejemplos de líderes destituidos y abandonados por sus adherentes, sin embargo, según nos advierte Robert Michels, estos casos son raros y solo excepcionalmente significan que las masas tienen más fuerza que los líderes.

En el séptimo capítulo, “La burocracia: tendencias de centralización y descentralización”, Michels comienza afirmando que la organización del Estado necesita una burocracia numerosa y complicada. Es más, el instinto de auto-conservación lleva al Estado moderno a unificarse y a incorporar el mayor número posible de intereses y, así, para asegurarse un gran número de defensores, constituye una casta numerosa de funcionarios que dependen directamente de él.

Debemos considerar que la burocracia estatal crece constantemente aunque no tan rápidamente como los elementos de descontento de la clase media. En toda burocracia observamos una cacería de puestos, una manía por el ascenso y una arrogancia hacia los inferiores y servilismo hacia los superiores. Asimismo, en toda burocracia y como en todo sistema de centralización, hace falta una cierta unidad administrativa para la conducción rápida y eficiente de los asuntos.

Robert Michels ejemplifica la Internacional de Trabajadores como un claro grupo dictatorial y regido bajo una férrea autoridad: Karl Marx. Así, la oligarquía “de jure” y la monarquía “de facto” fueron la causa más directa de la destrucción de la Vieja Internacional. La Nueva Internacional, en cambio, tomó la forma de un sistema muy laxo: se fraguó como una confederación de estados autónomos y careciente de una organización unitaria y homogénea; mientras que la Vieja Internacional, a descripción de Michels, era una dictadura individual, disfrazada de oligarquía.

Hacia el final del capítulo, Robert Michels, destaca la vigorosa centralización nacional que se está sucediendo hoy día. Concretamente, en el moderno movimiento laborista observamos tendencias de descentralización junto a las centralizadoras. Asimismo, destaca el autor del texto, que: “si aceptamos la hipótesis de que puede existir una verdadera democracia dentro del partido, la tendencia a la subdivisión de poderes es incuestionablemente antidemocrática, en tanto que, por lo contrario, la centralización es la mejor manera de dar validez indudable a la voluntad de las masas”. Es más, tomando como ejemplo Alemania, todos los partidos de las provincias desean mayor autonomía e independencia del ejecutivo central de Berlí; pero esto no impide que cada uno de ellos ejerza una autoridad centralizada dentro de su propio dominio. Podemos aludir, por tanto, a la existencia de unas corrientes descentralizadoras en el socialismo alemán. En conclusión, la tendencia a la descentralización del gobierno del partido, la oposición a la centralización internacional o a la centralización nacional, nada tienen que hacer con el deseo de más libertad individual.

Robert Michels concluye este libro con una afirmación cuanto menos característica: “el predominio de la oligarquía en la vida partidaria sigue siendo indestructible”.

 

Autor

24h Economía

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