La recensión que me dispongo a presentar abarcará la obra El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, un autor cuya lectura es imprescindible para cualquier estudiante de Ciencia Política. Nicolás Maquiavelo, nacido en Florencia en el año 1469 y fallecido en esa misma ciudad en el año 1527, fue un filósofo y un escritor italiano que, además, trabajó como diplomático y funcionario en la ciudad-Estado de Florencia. Así, pues, podemos considerar a Maquiavelo como un personaje muy significativo en todos los aspectos. En el ámbito político, ocupó la presidencia de la Segunda Cancillería y, ante su forma arrogante y poco tradicional de trabajar, las críticas e, incluso, su posterior destitución no tardó en llegar. Durante su vida política, dos acontecimientos serán claves para entender su obra e incluso su filosofía: en primer lugar es de destacar su estancia en la Corte de Luis XII -lo que le llevó a vivir en sus carnes el ingente poderío de la monarquía francesa- y, en segundo lugar, las relaciones diplomáticas que mantuvo con César Borgia -Duque de Valentinois y personaje que acabará protagonizando el papel de modelo en El Príncipe-. El año 1513 será una fecha clave en el proceso vital de Maquiavelo pues, tras ser acusado de complot contra los Medici, ingresó en prisión y fue sometido a tortura. Verdaderamente su estancia en la cárcel no se prolongó demasiado y tras salir de ella -ante la incapacidad de encontrar un cargo público- se instaló en Percussia para atender de su pequeña granja en San’t Andrea. Desde este momento comenzará la etapa y obra de un Maquiavelo que se postergará hasta la actualidad.
Bien es cierto que en la actualidad la figura de Maquiavelo encarna dudas, misterio e incluso una gran controversia, además de una admiración por parte de muchos estudiosos. El Maquiavelo “inmortal” se debe a su soberbio trabajo de teorización del pensamiento político, siendo, por ello, considerado por muchos como el padre de la Ciencia Política moderna. Esta afirmación, sin embargo, no es abalada por toda la comunidad científica pues, a pesar de su innovadora presentación de la política como una técnica -si cabe como un arte- independiente de la moral y articulada bajo el objetivo de alcanzar y mantener el poder, su falta de metodología y los notorios apuntes subjetivos de su obra, hacen imposible certificarlo como el padre de esta ciencia. Así mismo, podemos calificar a este pensador como un prolífico escritor, entre sus múltiples obras podemos destacar las siguientes: Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1512-1517), El Príncipe (1513), La Mandrágora (1518), Del arte de la guerra (1519-1520) y La vida de Castruccio Castracani (1520).
La obra que comento, El Príncipe, fue escrita en el año 1513 aunque su publicación original no se sucedió hasta el año 1532. Este libro se convertirá en la Italia del S.XIX en uno de los libros más recurridos y leídos, en parte por el deseo de descubrir las indicaciones que Maquiavelo propone en este libro para el alcance y la preservación del poder político y en parte por ser el preludio de una ensoñación que viajará a través de los tiempos en Italia, su unificación. En este sentido, cabe destacar, que en El Príncipe, en el capítulo XXVI se relata una auténtica metodología para expulsar a los bárbaros de Italia y conseguir esa unificación italiana tan ansiada por muchos y que no fructificará hasta casi finales del S.XIX. Con todo, sería inexacto hablar de Maquiavelo como el teórico de la unificación italiana. Por todo ello, podemos calificar este libro como un perfecto manual para los Príncipes -sobre todo para los “nuevos”, por preferencia de Maquiavelo- para que puedan primeramente alcanzar el poder y en segundo lugar mantenerlo, siempre de una forma meritoria. Así, el florentino se opone a los tradicionales estados dinásticos gobernados por una persona hereditaria que nada ha hecho para merecerse el poder y gobernar, él, sin embargo, aboga por un príncipe nuevo que por su virtud (es decir, la capacidad de saber adaptarse a la coyuntura de cada momento y ser un modelo de comportamiento) alcance el poder y sea merecedor de gobernar a sus súbditos. Es por este motivo que para muchos estudiosos la calificación de Maquiavelo no sea otra que la de “preceptor de tiranos”.
Así mismo, cabe destacar que por las abundantes referencias al “estado” en esta obra, muchos -erróneamente- son los que apelan a Maquiavelo como el padre de la Teoría del Estado (moderno) cuando, en realidad, el Estado, como es entendido a día de hoy y nacido tras la caída de las monarquías absolutas de antaño, es decir, un ente despersonalizado, superior a cualquiera de nosotros, sustentado por las instituciones y limitado por la Ley Fundamental, no tiene ni punto de semejanza al estado propuesto por nuestro autor.
Así mismo los objetivos de El Príncipe aún no han sido clarificados, de ahí, en parte, la celebridad y actualidad de la obra en tiempos presentes, pues la intriga y la polémica que suscita no permiten dejarla de estudiar. Un objetivo que se baraja es el deseo por parte de Maquiavelo de desvelar las entrañas del poder y así hacer que la población se levantase contra los Medicis precipitando su caída; otros califican a este autor como el “teórico de la libertad” mientras que los más rectos y académicos sostienen que este libro no deja de ser un perverso manual que posee múltiples fórmulas para ejercitar la política sin tener en cuenta la ética y la moral.
La breve extensión del libro es un aspecto muy significativo así como su escrita en italiano toscano y no en latín (la lengua culta del momento). Este libro posee 26 capítulos siendo la mayor parte de ellos, sobre todo los últimos, muy breves. A ello se contraponen capítulos como el tercero que poseen una extensión un tanto considerable. El Príncipe comienza con un texto dirigido al “Mágnifico Lorenzo de Medici” al que le dedica y ofrece los conocimientos expuestos en este libro y del que trata conseguir su favor para alcanzar, como objetivo último, un puesto significativo en el Gobierno florentino, no olvidemos que la política y el poder son la añoranza de Maquiavelo. Así mismo, cabe destacar que muchos capítulos están relacionados entre sí y desarrollan una temática común. Es el caso del primer, segundo, tercero, noveno y undécimo capítulo que perfectamente podríamos adjuntarle el tema de los tipos de principados; a los capítulos sexto, séptimo y octavo se le puede atribuir la temática de las diversas formas para alcanzar un principado, por su parte, en los capítulos décimo quinto, décimo sexto y décimo séptimo se contraponen las diferentes virtudes que un príncipe pudiera tener con otras actitudes que son -a vistas actuales- moralmente negativas; los capítulos décimo octavo, décimo noveno, vigésimo, vigésimo primero, vigésimo segundo y vigésimo tercero son perfectamente asimilables a la temática de cómo preservar y mantener un principado en el tiempo.
La organización de El Príncipe sigue un orden intachable. La correlación de capítulos siguiendo un hilo conductor -como he especificado anteriormente- facilita mucho su lectura. Maquiavelo tiene, con este libro, la firme convicción de transmitir sus experiencias y conocimientos sobre el ámbito de la política y la diplomacia, por ello, ante esta claridad argumentativa, su discurso es ágil, directo y perfectamente comparable a otros estudios eruditos de la época. Así mismo, a lo largo de la obra, la vasta cultura de Nicolás Maquiavelo se deja entrever con los múltiples ejemplos históricos que introduce; así mismo, gracias a los múltiples ejemplos que se contextualizan en la contemporaneidad de su época, Maquiavelo consigue convertirse en un analista político de la época, son muchos los personajes coetáneos a Maquiavelo que tienen cabida en algún capítulo y que son usados como modelos, a veces positivos y a veces negativos. Todo ello le proporciona a la obra una capacidad de sorprender y de gustar incluso a un público que no está acostumbrado a leer textos antiguos y sobre temáticas tan eruditas como la política y la diplomacia.
La escritura de Maquiavelo es, así misma, directa y eficaz. Pues es capaz de transmitir a la perfección aquello que se propone contar. Su vocabulario es claro y perfectamente asequible, sin caer, obviamente, ni en la vulgaridad ni en la sencillez retórica. Como he comentado, la obra responde a un fin didáctico claro -mostrar al príncipe nuevo la habilidad de gobernar y preservar su mandato- pero, además, con los múltiples ejemplos que introduce, su obra se vuelve erudita y culturalmente enriquecedora -y esto no es un hándicap porque su lectura es igualmente amena-. Una de las figuras retóricas que Maquiavelo utiliza y que más me ha llamado la atención es el uso de la segunda forma del singular (tú) y no el pronombre personal “usted”, con ello, lejos de parecer un maleducado, pareciera que Maquiavelo se convierte en nuestro confidente y se inmiscuye en nuestros pensamientos. Un recurso, sin lugar a duda, fantástico.
Antes de comenzar a comentar el contenido de El Príncipe me parece oportuno describir a grandes rasgos el contexto histórico-social del momento, pues será clave para comprender este libro. La Italia del momento estaba dividida en una gran cantidad de ciudades-estado en constante disputa y que perfectamente se pueden considerar como “pequeños imperios”, ya que no dudarían en anexionar y someter a las ciudades más débiles que las rodeaban. Desde el S.XIV, muchas de las repúblicas existentes en Italia se fueron mudando cara otras formas de gobierno en donde solo los ricos podían tener un papel protagonista en la política activa. En este sentido, tenemos el caso de Florencia, que formalmente era una República pero su vida política estaba realmente dominada y gestionada por los Médicis. Dato muy significativo será la firma de la Paz de Lodi a la que, ante la amenaza turca, Venecia y Milán -posteriormente también otros estados- se unieron, logrando una especie de equilibrio político inestable. Ahora que ya tenemos una perspectiva sobre el contexto de la época, pasaremos a analizar el contenido de la obra.
En la dedicatoria inicial del libro, “Nicolás Maquiavelo al Magnífico Lorenzo de Medici, el Joven, salud”, se pone de manifiesto las ansias del propio Maquiavelo de recuperar protagonismo en la escena política además de ser notoria su afinidad con el nuevo régimen -quizás un tanto fingida-. Una de las ideas más importantes que el florentino expone en este texto es la necesidad de ser príncipe para conocer al pueblo y, viceversa, para conocer al príncipe hay que ser parte del pueblo. Es importante este concepto porque en capítulos posteriores lo ampliará, diciendo que una de las formas más fiables y eficaces de someter a un pueblo es que el príncipe resida en él.
En el primer capítulo, “De cuantas clases son los principados y de qué forma se adquieren”, hace una breve introducción a la tipología de principados que existen, algo que tratará y ampliará en los consiguientes capítulos. Así mismo, a la hora de clasificar los principados generaliza diciendo que los hay hereditarios o nuevos, poniendo como ejemplo al rey de España y a Francesco Sforza -príncipe de Milán-, respectivamente.
En el segundo capítulo, “De los principados hereditarios”, profundiza en esta forma de principado. Para ello introduce, a modo de ejemplo, la figura de los duques de Ferrara y la del Papa Julio, concluyendo que los hombres que ya han nacido príncipes -es decir, los príncipes hereditarios- son inmediatamente amados por el pueblo y, a excepción de que causen “agravios” o “tengan algún vicio”, continuarán siendo amados por los suyos.
En el tercer capítulo, “De los principados mixtos”, hace una ampliación de este tipo de principados. Primeramente hay que comentar qué son los principados mixtos, a palabras de Maquiavelo, un principado mixto es aquel que “no es totalmente nuevo, sino un miembro de otro (principado que podemos llamar cuasi mixto)” -pág. 70-. Con posterioridad, el autor nos indica que en ocasiones el pueblo cambia de príncipe “de buen grado” pero que, finalmente, ante su actuación, tienen que tomar armas contra él. Así mismo, Maquiavelo añade que si se mantienen y se respectan las tradiciones de antaño, las gentes vivirán pacíficamente. El final de este capítulo no es menos importante, Maquiavelo expone los cinco errores del rey Luis que le llevaron a “perder Milán tan rápido como la conquistó” -pág. 71-. Así mismo, acusa a Francia de ser la causante del ingente poderío que tiene la Iglesia en Italia, argumentando que, en parte, esto ha sido determinante en la caída del rey francés en Italia.
En el cuarto capítulo, “Por qué razón el reino de Darío, que Alejandro había ocupado, no se rebeló contra sus sucesores tras la muerte de Alejandro”, Maquiavelo nos explica el porqué de la pasividad del pueblo persa ante la entrada de un príncipe nuevo, de Alejandro Magno tras vencer a Darío III. La respuesta no es otra que la forma de gobierno que imperaba. El propio Maquiavelo lo explica: “En los estados gobernados por un príncipe y sus siervos, aquél está dotado del máximo poder y nadie reconoce una autoridad superior a la suya” -pág.79-. Para afianzar esta explicación, el florentino nos introduce dos ejemplos: la monarquía del Turco (en donde solo hay un señor y el territorio está dividido en sanjacados), que sigue esta forma de gobierno, y el reino de Francia en la que, contrariamente, existen una gran cantidad de señores “reconocidos y amados” -en este último caso, las dificultades para preservar el gobierno una vez conquistado el territorio, serían múltiples-. No es difícil deducir que la forma de gobierno de Darío III era muy parecida a la de los turcos, de ahí a la facilidad para mantener el gobierno una vez conquistado.
En el quinto capítulo, “De qué modo deben gobernarse las ciudades o principados que antes de ser ocupados vivían con sus propias leyes”, que es muy breve, nos proporciona las claves para mantener un gobierno en un territorio conquistado que poseía libertad y leyes propias. La solución de Maquiavelo es sencilla: hay que destruir este territorio. Así mismo, añade: “Quien pase a ser señor de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruye, que se prepare a ser destruido por ella” -pág. 83-. La acción la ejemplifica, en este capítulo, con los romanos que para conservar las ciudades que conquistaron, las destruyeron. Contrariamente hicieron los espartanos y los romanos, que no las destruyeron y la oligarquía que crearon, fue destruida.
En el sexto capítulo, “De los principados nuevos que se adquieren con armas propias y por virtud”, Maquiavelo nos exhorta la necesidad de conquistar los principados completamente nuevos con ejército propio y con virtud. El propio autor nos propone algunos ejemplos de hombres que han llegado a príncipe por virtud y no por fortuna, es el caso de: Moisés, Ciro, Rómulo, Teseo y otros personajes semejantes. Maquiavelo apunta que “quien se basa menos en la fortuna se mantiene mejor” -pág.84-, así, al analizar la obra y vida de Ciro y Moisés, se observa que “no obtuvieron de la fortuna otra cosa que la ocasión” y fue justamente eso lo que le propinó a estos hombres una virtud brillante. En este capítulo se introduce lo que posteriormente ampliará: aquellos príncipes nuevos que se valieron por fuerza ajena, “por ruegos”, para alcanzar el principado, acabaron siempre mal, aquellos que lo hicieron con “fuerza propia”, “rara vez corren peligro”. Y el florentino concluye: “lo que con gran esfuerzo consiguió, pudo mantenerlo con muy poco” -pág. 87-. Ampliaremos estas ideas en los próximos capítulos.
En el séptimo capítulo, “De los principados nuevos que se adquieren con armas y fortunas ajenas”, Maquiavelo pone, una vez más, de relieve la necesidad de adquirir los principados nuevos por virtud y no únicamente con fortuna; pues los hombres que se convierten en príncipes solo con fortuna, la conquista será rápida pero su preservación en el poder, muy incierta. En este sentido, como dice Maquiavelo: “Tal circunstancia se da cuando se otorga a alguien un estado por dinero o por gracia de quien lo concede” -pág. 87-. Así mismo, como es habitual, el autor florentino contrapone dos ejemplos: Francesco Sforza, que con su virtud llegó a príncipe, se mantuvo en el poder “con poca fatiga”, mientras que César Borgia, que consiguió el poder gracias a la fortuna de su padre, rápidamente perdió todo. Sin embargo, es al propio César Borgia a quien Maquiavelo pone de ejemplo o de modelo para aquellos que -quizás erróneamente- quieran alcanzar el poder por medio de fortunas y tropas ajenas. Tan solo se interpuso en su camino “la brevedad de la vida de Alejandro y su enfermedad”. Solo se le puede criticar a Borgia el Papa que eligió -o que permitió elegir-: Julio, pues él sería la causa de su derrota definitiva.
En el octavo capítulo, “De los que por medio de fechorías llegaron al poder”, se tratan dos formas de alcanzar el poder que en ningún caso se pueden atribuir a la fortuna o a la virtud. Estas dos formas son el ascenso al principado “de forma criminal” o el alcance del poder con el “favor de sus conciudadanos”. Para explicar esta posición asocia la acción a Agatocles, rey de Siracusa, que llegó al poder asesinando a sus conciudadanos, traicionando a sus amigos y olvidando la lealtad, la piedad y la religión. Todo ello, según Maquiavelo, reporta “poder, mas no gloria” -pág.96-. No se puede llamar virtud a esta acción, o en palabras de Maquiavelo: “no se puede pues, atribuir a la fortuna o a la virtud lo que él consiguió sin la una ni la otra”. Otro ejemplo muy sobresaliente que introduce Maquiavelo es el de Oliverotto de Fermo, quien se hizo con el poder de esta ciudad gracias a su astucia y el favor de sus conciudadanos “más afectos a la esclavitud que a la libertad de su patria”, pues tras convertirse en un importante militar, en un banquete con los grandes de Fermo, los asesinó a todos, consiguiendo así el poder. Así, podemos considerar que, en este caso, el miedo fue el que le permitió erigirse príncipe de Fermo. Al final de este capítulo, pero no menos importante, se sitúa el estudio que el florentino hace sobre la crueldad, quien afirma que la crueldad es beneficiosa cuando es usada con fuerza en un principio para posteriormente dejarla y es mala cuando es rara vez usada en un principio y frecuente con el paso del tiempo. Concluye diciendo que: “Los beneficios, en cambio, se deben dar poco a poco para que se saboreen mejor” -pág. 98-.
En el noveno capítulo, “Del principado civil”, Maquiavelo nos explica pormenorizadamente la segunda forma de alcanzar el poder que ya introdujo en el capítulo anterior: el alcance del poder por medio del favor de los conciudadanos. Así, este tipo de principado puede recibir el nombre de “principado civil” y para alcanzarlo “no son necesarias ni toda la virtud ni toda la fortuna, sino más bien una afortunada astucia” -pág. 99-. Así, podemos considerar que para alcanzar el poder mediante esta forma es necesario poseer el beneplácito del puedo o de los grandes de la ciudad. Y, aunque esta forma pudiera parecer legítima y modélica, Maquiavelo sostiene que “el principado con el favor popular está solo” y que “no se puede con la honestidad satisfacer a los grandes sin perjudicar a terceros”. Así mismo, en este capítulo, Maquiavelo introduce una máxima que reiterará en múltiples ocasiones a lo largo del libro y es que un príncipe no puede estar seguro en un principado donde su pueblo le odia. Con ello, concluye este capítulo diciendo: “un príncipe necesita estar a bien con su pueblo porque, de lo contrario, en la adversidad no tendrá remedio”. Por su parte, también clasifica en dos grupos a los “grandes”: los que no son ambiciosos y los que piensan más en sí mismos que en el príncipe, a los primeros hay que amarlos y de los segundos hay que prevenirse.
En el décimo capítulo, “De qué modo se deben medir las fuerzas de todo principado”, se nos habla de si es más conveniente poseer fuerza propia para preservar el principado en las adversidades o, por el contrario, valerse de fuerza ajena. El propio Maquiavelo considera que los príncipes se podrán sostener a sí mismos si “pueden reunir, por abundancia de hombres o de dinero, el ejército adecuado para presentar batalla a todo el que les ataque”. Así mismo, el autor pone de ejemplo las ciudades de Alemania, pues están fortificadas y todas poseen fosos y murallas adecuadas, además de darle mucha importancia al entrenamiento militar. Un príncipe con una ciudad así y que no se haga odiar, considera Maquiavelo, “no puede ser atacado”. Por su parte, también considera que el príncipe no debe recular cuando, tras un ataque bárbaro, la ciudad sea aniquilada y devastada pues “después de algunos días los ánimos se enfrían, los daños ya están hechos, se aceptan los males y es entonces cuando más desean unirse a su príncipe” -pág. 104-. Al príncipe no le resultará complicado mantener los ánimos en sus súbditos.
En el undécimo capítulo, “De los principados eclesiásticos” se habla, precisamente, de este tipo de principados. Maquiavelo sostiene que las dificultades para alcanzar el poder en este tipo de principados se da antes de poseerlos pues -y aquí se ve claramente la ironía de Maquiavelo-: “se consiguen por virtud o por fortuna y se mantienen sin la una ni la otra […] y es que se apoyan en inveteradas leyes de la religión”. Así mismo, en este capítulo, se introduce la figura de Alejandro VI como ejemplo de un príncipe que permaneció en el poder a través de la fortuna y las tropas. Las intenciones de Alejandro VI y de su sucesor, Julio -sin olvidar el breve pontificado de Pío III, no fueron engrandecer la Iglesia sino engrandecer su fortuna.
En el capítulo décimo segundo, “De los diferentes tipos de ejército y de las tropas mercenarias”, se nos profundiza sobre los diversos tipos de ejércitos que existen y, además, los tipos de ataques y defensas que cada uno de ellos puede proporcionar. Así, primeramente se nos comienza introduciendo en el tipo de tropas que existe: las propias, las mercenarias, las auxiliares o las mixtas. Así mismo, Maquiavelo nos adelanta que “las mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas” -pág.107-. Sobre las tropas mercenarias, escribe Maquiavelo, que en tiempos de paz son ellas las que te expolian; introduce, así mismo, un claro ejemplo: Italia. Dice que: “La actual ruina de Italia no está causada más que por haber confiado por muchos años en tropas mercenarias”. Por todo ello, Maquiavelo insiste en que la experiencia demuestra que los príncipes solo logran importantes victorias con armas propias y no con la contratación de tropas mercenarias. Como en cada capítulo, la acción se asocia a un ejemplo, en este sentido no debemos olvidar a los cartaginenses que, tras terminar la guerra contra los romanos, casi son aniquilados por sus propias tropas mercenarias.
En el capítulo décimo tercero, “De las tropas auxiliares, mixtas y propias”, se nos profundiza en estos tres tipos de tropas. Así, podemos considerar que son auxiliares aquellas tropas que se obtienen “cuando se llama a un poderoso que te venga a defender y ayudar con sus armas”, Maquiavelo sostiene que, con este tipo de tropas, si pierdes quedarás arruinado y, por el contrario, si ganas, prisionero de ellas. Por ello, según el autor, el príncipe prudente será aquel que deseche estas tropas y se incline por las propias. Como ejemplo de tropas mixtas nos introduce a Francia, donde los ejércitos eran, en parte mercenarios, en parte propios. Otro ejemplo que nos comenta es el del Imperio Romano, cuya primera causa de ruina fue haber pagado y reclutado a los godos -es decir, tropas mercenarias-. Por su parte, define a las tropas propias como aquellas que “están compuestas por súbditos, ciudadanos o siervos tuyos”. César Borgia, como príncipe prudente, primero se sirvió de un ejército auxiliar, como no le parecían seguras, contrató tropas mercenarias y, como estas las encontró desleales, recurrió a tropas propias. La victoria y la máxima consideración estaban aseguradas.
En el capítulo décimo cuarto, “De lo que conviene hacer al príncipe respecto a la milicia”, se nos dice que el objetivo principal de un príncipe debe ser mandar en la guerra y no ha de tomar ninguna otra responsabilidad que no sea esa. Así mismo recuerda la importancia de la guerra: “no sólo mantiene a los que han nacido príncipe, sino que hace muchas veces que los simples particulares asciendan a esa categoría” -pág.116-. Como ejemplo, Maquiavelo, introduce la figura de Filipómenes -príncipe de los Aqueos- que en tiempos de paz no pensaba en otra cosa que en la guerra.
En el capítulo décimo quinto, “De aquellas cosas por las que los hombres y especialmente los príncipes son alabados o vitupeados”, Maquiavelo recuerda que los príncipes deben evitar el descrédito de los vicios, pues serán éstos los que acaben por retirarlos del poder. Así mismo, recuerda que un príncipe no puede preocuparse por el desprestigio de los defectos que acarrea el querer salvar a un principado, añadiendo que: “un hombre que quiera hacer en todas partes profesión de bondad por fuerza se hundirá entre los muchos que no la profesan”-pág. 119-. Veamos en esta última cita el latente pesimismo antropológico de Maquiavelo que se hace presente en sus palabras.
En el capítulo décimo sexto, “De la libertad y la parsimonia”, Maquiavelo afirma que “estaría bien ser considerado un hombre liberal “ -entendiendo por liberal el distribuir generosamente sus bienes sin esperar recompensa- (pág.120), para luego añadir que el príncipe que solo se haya basado en la liberalidad para forjar su reputación, consumirá toda su fortuna y necesitará finalmente gravar al pueblo. Sin embargo, Maquiavelo sostiene que un hombre que esté en vías de convertirse en príncipe será muy necesario que sea considerado liberal. Así mismo, Maquiavelo insiste en que el príncipe, para no verse forzado a la rapiña, no debe preocuparse por ser considerado tacaño, pues considera que: “es uno de los defectos que le permiten reinar”.
En el capítulo décimo séptimo, “De la crueldad y la piedad; y si es mejor ser amado que temido o viceversa”, el autor florentino asegura que todo príncipe debe buscar ser considerado compasivo, aunque debe estar pendiente de no usar mal esa compasión. Así mismo, añade que “resulta mucho más ser temido que amado cuando se haya de prescindir de una de las dos” -pág.123-. Es el mismo Maquiavelo quien considera que ser temido no es incompatible con no ser odiado. El príncipe, pues, debe hacerse temer. En este capítulo, además, se puede apreciar el pesimismo antropológico del autor pues sostiene que: “el amor es sostenido por un vínculo de reconocimiento que, por la mezquina condición humana, […]” -pág. 123-.
En el capítulo décimo octavo, “De como deben los príncipes mantener su palabra”, se nos expone que, “los príncipes que han sabido incumplir su palabra y embaucar astutamente a los demás han hecho grandes cosas” -pág. 125-. Así mismo nos expone los dos modos de combatir: con las leyes -propio del hombre- y con la fuerza -propio de bestias-. Sin embargo, “como el primero no basta, conviene recurrir al segundo”. Así mismo, añade que un príncipe prudente es aquel que no preserva su palabra cuando las causas que dieron lugar a la promesa, cambiaron. En este capítulo, también se puede apreciar el típico pesimismo antropológico de Maquiavelo: “Si los hombres fueran buenos, esta norma no sería buena; pero como son malos y no la respetarían contigo […]” -pág. 126-. Finaliza, Maquiavelo, este capítulo asociando lo dicho anteriormente con Alejandro VI quien “nunca hizo ni pensó en otra cosa que no fuera engañar a la humanidad”.
En el capítulo décimo noveno, “De como evitar el odio y el desprecio”, Maquiavelo recuerda que todo príncipe debe evitar ser considerado odioso y despreciable. Así mismo recuerda que “odioso lo hace ser rapaz y usurpador de los bienes y esposas de sus súbditos, de lo cual ha de abstenerse” -pág.128-. Por su parte, aquel príncipe que es inestable, frívolo, afeminado, pusilánime e indeciso, dice Maquiavelo, que es considerado despreciable. Así, pues, todo príncipe ha de ingeniárselas para que sus acciones sean reconocidas como nobles y fuertes. El príncipe que proporciona esta imagen, rara vez recibirá ataques. En este sentido, uno de los “potentes remedios contra la conjuración es no ser odiado por la generalidad”, pues, si el que conspira cree que no le hace bien al pueblo, no lo hará ante las dificultades que pueda encontrar por parte de éste. Como ejemplo, en este capítulo, nos encontramos a Francia, un reino bien organizado y gobernado, en el que se encuentran eficaces instituciones de las que depende la libertad y seguridad del rey, como el Parlamento de París (que en aquel entonces era un tribunal supremo). Otro aspecto a destacar es que el príncipe “debe mostrar estima a los grandes sin generar odio en el pueblo”. Otro ejemplo que se introduce en este capítulo es el caso de los emperadores romanos, quienes, muchos de ellos, cayeron por la crueldad de sus soldados: el pueblo quería paz y los soldados querían a un rey “marcial”. Ante esto, Maquiavelo propone primeramente no ganarse el odio del pueblo y, si no es posible, granjearse la amistad de los poderosos -como los soldados-. Así mismo, Maquiavelo sostiene que el odio también se puede conquistar por las buenas obras, es el caso de Alejandro, que en catorce años no ejecutó a nadie sin juicio, sin embargo por ser considerado un hombre afeminado, instauró el odio en el pueblo.
En el capítulo vigésimo, “De si las fortalezas y otros medios de defensa que habitualmente emplean los príncipes son útiles o no”, se analizan los diversos métodos de defensa de los príncipes. Comienza Maquiavelo diciéndonos que ningún príncipe desarmó a sus súbditos pero que, cuando estaban desarmados, el príncipe los armó. Y es normal, pues cuando desarmas a tus súbditos éstos pueden sentirse ofendidos por no confiar en ellos. Sin embargo, considera Maquiavelo, que, cuando un príncipe conquista un estado nuevo, debe desarmar a sus nuevos súbditos, “a excepción de los que han sido tus partidarios en la conquista”. Así mismo, Maquiavelo reconoce que en muchas ocasiones aquellos súbditos que han sido considerados sospechosos en un principio son los que después proporcionan más lealtad, así, Pandolfo Petrucci, príncipe de Siena, se apoyaba más para gobernar en los sospechosos que en los otros. En cuanto a las fortalezas, dice Maquiavelo, “son útiles o no según las circunstancias” -pág. 141-, pues, recomienda, que el príncipe que tenga miedo a su pueblo que construya fortalezas, aquellos que teman a los invasores, que las deje de lado. Concluye Maquiavelo diciendo que: “alabaré tanto al que construya fortalezas como al que no, y criticaré a todo aquel el que, fiándose de ellas minusvalore el ser odiado por el pueblo”-pág.142-.
El capítulo vigésimo primero, “De lo que conviene al príncipe para ser estimado”, comienza con una reflexión muy significativa: “nada causa tanto la estima de un príncipe como las grandes empresas y dar particular ejemplo de sí mismo” -pág. 142-. Así, pues, Maquiavelo propone a los príncipes, para ser estimados, que se las ingenie para que, con cada acción, se vea a un hombre grande y con un gran talento. También, según Maquiavelo, un príncipe “gana estimación cuando se muestra como amigo o enemigo de verdad”. Por ello, si con el que te has unido gana, “él contrae una obligación contigo”, si pierde, “te ayudará siempre que pueda como copartícipe de una fortuna que pueda resurgir”. Así mismo, cualquier príncipe debe guardarse de tomar como aliado a alguien más poderoso que él mismo; en este sentido, los venecianos -más débiles- se unieron con Francia en la lucha contra el duque de Milán, algo que acabó por ser su ruina.
En el capítulo vigésimo segundo, “De los secretarios de los príncipes”, se nos comenta la importancia de saber elegir bien a los hombres que nos rodean. Así, un príncipe puede considerarse prudente si se rodea de personas capaces y leales, si estos hombres son de otra manera, un príncipe debe ser juzgado negativamente. Maquiavelo, además, proporciona un consejo para detectar a un “ministro capaz”: si piensa más en sí mismo que en el propio príncipe, entonces hay que desecharlo, si piensa más en el príncipe que en sí mismo, es capaz.
En el capítulo vigésimo tercero, “De cómo se deben evitar los aduladores”, Maquiavelo nos explica cómo nos debemos guardar de los aduladores. El propio autor nos dice que “no hay otro método para guardarse de la adulación que comprender que los hombres no te ofenden diciéndote la verdad” -pág. 147-, además de hacer hincapié en que el príncipe debe dejar hablar libremente a sus consejeros. Sin embargo, Maquiavelo recalca en que un príncipe debe aconsejarse siempre pero solo cuando él quiera. Es más, el príncipe debe ser prudente para que cuando sea aconsejado por más de un hombre, éste sea capaz de aunar los consejos.
En el capítulo vigésimo cuarto, “Por qué los príncipes de Italia han perdido sus estados”, analiza la pérdida de los estados de algunos señores de Italia. Maquiavelo pone de ejemplo al rey de Nápoles, al duque de Milán y a otros señores, así, en todos ellos se pueden encontrar varios errores: “primero, un defecto común respecto a sus tropas […], después, se verá que alguno de ellos o se ganó la enemistad del pueblo o, contando con su amistad, no se supo ganar a los grandes”. Así mismo, el autor florentino, recuerda que estos señores que perdieron sus estados, en tiempos de paz nunca pensaron que las cosas se pudieran torcer y no idearon ningún plan para cuando la “tempestad” superase a la “bonanza”.
En el capítulo vigésimo quinto, “De cuánto puede la fortuna en las cosas humanas y de qué modo hay que enfrentarse a ellas”, nos comenta el autor florentino que muchos príncipes se guían por la fortuna y son incapaces de regirse, sin embargo, por la prudencia. Así mismo, Maquiavelo, compara la fortuna con un río devastador que “cuando se enfurece anega los campos” -pág.151-. En este sentido, el florentino pone de ejemplo al Papa Julio II que “se condujo siempre de forma impetuosa” pero, como vivió en tiempos estables, tuvo éxito. Por ello, Maquiavelo recalca que las cosas a un príncipe le irán bien siempre y cuando la coyuntura del momento sea estable y “haya consonancia”.
En el último capítulo, “Exhortación a asumir la defensa de Italia y liberarla de los bárbaros”. Maquiavelo anuncia su deseo de que Italia se libere de la ocupación bárbara, así mismo, el autor deposita todas sus esperanzas en los Medicis, en “vuestra ilustre casa” -pág. 154-. Así mismo, el florentino afirma que la culpa de que esto no se consiguiese todavía es de la “debilidad de los mandos” porque “no se obedece a los que verdaderamente saben”. No menos importante es el final del capítulo que termina con unas palabras de Petrarca, al tiempo que dice que “a todos apesta esta bárbara dominación” -pág. 157-.
Como pudimos comprobar, Maquiavelo fue perfectamente capaz de transmitirnos aquello que se proponía gracias a su claridad y sencillez explicativa. Bajo mi punto de vista, del mismo modo que comencé esta recensión, he de finalizar diciendo que es un libro de lectura obligatoria para cualquier persona que estudie Ciencia Política o cualquier otra disciplina relacionada con ella. El descubrimiento de cómo se tejía -y se teje- el poder que hace Maquiavelo, relacionando, así, la política con la consecución de poder es dantesco pero increíblemente cierto. La política hace ya tiempo que dejó de estar -si es que algún día estuvo- asociada a la moral y a la ética. Si bien es cierto que tras la lectura de este fantástico libro la idea preconcebida que uno tiene -y que yo tenía- sobre Maquiavelo se esfumó desde las primeras páginas. De siempre haber pensado en ese Maquiavelo “maquiavélico” al que erróneamente se le atribuye la frase “el fin justifica los medios”, lo que he visto en El Príncipe es a un hombre completamente humano, consciente de la necesidad de cuidar al pueblo -a los súbditos-, y con una capacidad e inteligencia sin límites. Maquiavelo es, pues, un personaje histórico que fue capaz de decir y plasmar aquello que nadie se atrevía a decir: la política es un arte, un juego para alcanzar el poder en donde la ética y la moral no tienen cabida. Maquiavelo no es maquiavélico sino que es una persona que introdujo un concepto rupturista e innovador de la política. La actualidad de Maquiavelo y El Príncipe es indudable. Sin ir más lejos, la contemporánea política española podría haberse convertido en un perfecto ejemplo para Maquiavelo. Así, las luchas de poder (el “jaque mate” tan descarado que le propiciaron en su momento a Pedro Sánchez desde su propio partido); el deseo de derrocar al contrario sin ninguna piedad y sin ninguna ética (las constantes filtraciones de escuchas que el líder de las cloacas españolas, el ex comisario Villarejo, grabó y que ahora sirven como armas neutralizadores de cargos políticos, haciendo que muchos personas, por decencia institucional, dimitan de sus cargos políticos y públicos); el deseo de avanzar en la carrera política engañando al pueblo y sin moral (los casos de másteres falsos o ilegales como los que poseían Cristina Cifuentes, Carmen Montón y, aunque el Tribunal Supremo diga lo contrario, Pablo Casado -hay múltiples evidencias sobre su falsedad-) y otros muchos más ejemplos que podríamos introducir, son claras muestras de la actualidad de nuestro libro. Así mismo, es raro teclear cualquier día la palabra “Maquiavelo” en Google y no obtener una “noticia destacada” que contenga en el titular este nombre. Son muchos los políticos que han sido asociados por la prensa o por la opinión pública con la figura de Nicolás Maquiavelo, así, Donald Trump, Vladímir Putin, Emmanuel Macron o, incluso, recientemente Ada Colau o Pablo Iglesias no se libraron de ser adjetivados como maquiavélicos. Bajo mi humilde opinión, básicamente cualquier político -y sobre todo los más conocidos-, pueden ser calificados de maquiavélicos y asociados con la idea que el autor florentino expone en su libro, ¿Qué político no quiere alcanzar el poder?, ¿Qué político no quiere preservarlo una vez alcanzado?, ¿Qué político no desearía tumbar al contrario o, incluso, a los de su propio partido? El que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Si algo me ha permitido este libro es reflexionar sobre el poder y cerciorarme de que la política fue y será siempre un arte, el arte de gobernar, el arte de alcanzar el poder y el arte de preservarlo: en donde dije digo, digo Diego. Lo cierto es que siempre tuve muchas ganas de leer este libro, siempre me causó mucha curiosidad, sin embargo pensaba que iba ser de muy complicada comprensión y fui postergando su lectura hasta el primer curso de Ciencias Políticas. Y, la verdad, su lectura, puedo considerarla como un objetivo cumplido. Por todo lo expuesto, recomendaría ciegamente su lectura a cualquier persona que tenga un mínimo de interés en la Historia y en la Ciencia Política, obviamente si estas buscando una novela, este no es tu libro; si buscas, sin embargo, un libro histórico, entretenido y de fácil lectura, indudablemente deberías leerlo. Cuanto nos has dado y qué poco te consideramos, Maquiavelo.