‘Educación del príncipe cristiano’ de Erasmo de Rotterdam: resumen de la icónica obra

Erasmo de Rotterdam fue un célebre filósofo, pedagogo, humanista y teólogo neerlandés.

'Educación del príncipe cristiano' de Erasmo de Rotterdam: resumen de la icónica obra

El libro que me dispongo a analizar se titula Educación del príncipe cristiano cuya autoría corresponde a Erasmo de Rotterdam. Este personaje célebre fue un filósofo, pedagogo, humanista y teólogo neerlandés. Nació en el año 1466 en los actuales Países Bajos y murió en la actual Suiza en el año 1536. Erasmo, tras abandonar el monasterio de Stein -donde había residido durante cinco años-, publica el grosso de sus obras que le conferirán la inmortalidad histórica. Sus ideas fueron tenidas en cuenta en toda Europa, tanto es así que muchos lo consideran el máximo exponente del Renacimiento europeo[1]. Vivió en una época en la que las instituciones eclesiásticas -y el propio clero- estaban inmersas en una grave situación. Los clérigos habían olvidado el cristianismo primitivo e, incluso, la importancia de la lectura de las Sagradas Escrituras. Erasmo, ante esto, propone la nueva instauración de los valores de la cultura grecolatina (se puede apreciar en las múltiples citas textuales de autores grecolatinos que el autor introduce en la obra que comento) y la necesidad de introducir el pacifismo para alcanzar el verdadero fin: el bienestar del pueblo. Es por todo ello que Erasmo ostenta una propia corriente de pensamiento <<el erasmismo>> y el título de “maestro de los príncipes y humanistas cristianos”.  Entre sus obras más destacables, podemos situar: Elogio de la locura -dedicada a su amigo Tomás Moro-, Educación del príncipe cristiano, Manual del caballero cristiano y Discusión acerca del libre albedrío.

Educación del príncipe cristiano es, quizás, la obra culmen de Erasmo de Rotterdam. Escrita en un periodo muy breve y con intención de satisfacer el encargo del Canciller de Brabante (que durante una estancia de Erasmo en Gante, le encarga que escriba una obra para que el futuro emperador pueda instruirse), esta obra, fue publicada en 1516. Así, pues, publicada en un tiempo en donde la razón de Estado, la amoralidad y el propio pesimismo antropológico acechaba el bienestar de los reinos y de sus gentes, Erasmo escribe esta obra con la que, con una visión humanista y pedagógica, pretende convertirse en el “intelectual maestro” que guíe y oriente la educación de los nuevos príncipes cristianos. El “evangelismo” es, sin lugar a duda, la base de este libro. Erasmo intenta buscar las raíces del propio cristianismo e inculcarlas, siguiendo la filosofía cristiana, en los nuevos reyes. A lo largo de este libro, así mismo, se puede llegar a comprobar la existencia de una dura crítica hacia esa “Iglesia jerárquica” y hacia esos “clérigos” y “príncipes” que dicen ser cristianos pero que no comulgan con los preceptos que el propio Evangelio nos transmite. El amor al prójimo y en la búsqueda del bienestar común del pueblo es la base del erasmismo y el fin último que cualquier rey debe procurar con sus actuaciones. El “pacifismo integral” es otro principio de gran importancia que subyace bajo esta obra. El “no a la guerra” es una máxima constante que Erasmo expone en su libro. Él mismo observa con indignación la rapidez con la que muchos príncipes no dudan en acometer una guerra y acabar, así, con la armonía social del pueblo -habrá gran cantidad de muertes, personas mayores se quedarán sin ayuda, niños nacerán sin padres…-. Como se puede comprobar, Erasmo tenía en mente -y en la diana- a “El Príncipe” de Maquiavelo, publicado en el año 1513, cuya filosofía y principios contrastan completamente con la que el príncipe cristiano de Erasmo debe poseer. Así, podemos considerar que el príncipe maquiaveliano y el príncipe erasmiano son dos figuras completamente antagónicas. Ciertamente, Erasmo consideraba que la moral y el propio cristianismo debían conjugarse con el arte de gobernar.

En cuanto a su estructura, este libro comienza con una dedicatoria al príncipe Carlos (que poco después se convertirá en emperador). Con esta introducción, Erasmo pretende explicar y acercar al príncipe la idea de que su misión es divina y que debe ser sabio para que sea capaz de atraer la felicidad a la república y no buscar otro objetivo que el bien público. A continuación, la obra se desarrolla en once capítulos con una extensión muy diversa. Así, pues, el primer capítulo, “Nacimiento y educación del Príncipe cristiano”, posee una extensión muy superior a la de cualquiera de los otros diez capítulos. A lo largo del primer capítulo expone cómo se debe educar al príncipe cristiano (siempre basándose en el modelo de Cristo). En los restantes capítulos trata los aspectos colaterales que atingen la figura y actuación del príncipe. Muy a destacar es el último capítulo, “La declaración de guerra”, en donde expone sin miramientos su posición antibelicista y pacificadora -que en muchos casos iba en contra de lo que muchos príncipes e, incluso, clérigos pensaban en su tiempo-.

En cuanto al modo de escribir de Erasmo, cabe destacar la gran capacidad pedagógica o didáctica de este libro. Su expresión textual es clara pero repetitiva. A lo largo de la obra podemos comprobar que un gran número de ideas se repiten incesantemente. Sin embargo, a pesar de ello, la obra no se hace ni pesada ni poco erudita. Este autor es capaz de transmitirnos conocimientos y enseñanzas de una forma ágil y sencilla. Un procedimiento retórico que usa Erasmo para captar la atención del lector es introducir múltiples preguntas que nos deben hacer reflexionar. Por otra parte, a lo largo de la obra, para hacerla, si cabe, más erudita, introducirá una gran cantidad de citas extraídas de autores grecolatinos (sobre todo de Platón y Aristóteles) con las que argumentará su posición o idea, aunque es claro y notorio que el erasmismo beberá de las buenas obras y sabiduría de todos los griegos antiguos (no solo de Cicerón, como acostumbraban a hacer los autores coetáneos de Erasmo). El Erasmo erudito e independiente se hace eco en esta obra aunque, en ciertas ocasiones, se abstendrá de introducir o explicar ejemplos para “no molestar a nadie”, en ello se puede notar su interés por asegurarse poderosos apoyos civiles y eclesiásticos. El idioma de escritura, a diferencia del que optó Maquiavelo en El Príncipe, es el latín. Erasmo es consciente de que su obra se va a difundir rápidamente por círculos amplios y eruditos; no piensa en un lector individual sino que es consciente de que su obra recorrerá las masas y llegará a los propios príncipes. Y así fue, la celebridad y la influencia que causó su obra en su tiempo -y que sigue causando- hizo que se desarrollase, incluso, un nuevo estilo de literatura: “el espejo de príncipes”.

En la dedicatoria inicial, dirigida al Príncipe Don Carlos -hijo de Maximiliano-, nos acerca la idea de que la sabiduría más excelente es aquella que enseña a formar al príncipe y que la acción de gobernar a hombres libres es, incluso, “algo divino” -pág. 3-. Así mismo, considera Erasmo, que no hay ni habrá repúblicas prósperas si los filósofos “no toman el timón” y que es efectivamente a Dios a quien el príncipe le debe el imperio, siendo su principal objetivo “salvaguardarlo incruento y tranquilo” -pág. 5-, además de necesariamente alcanzar en bien público.

En el primer capítulo, “Nacimiento y educación del príncipe cristiano”, se nos comienza explicando que, cuando se elige el príncipe por votación, éste no debe ser muy viejo -afectado por la demencia- ni muy joven -afectado por las pasiones-, así mismo, hay que tener en cuenta su experiencia y su salud. Por su parte, el príncipe debe ser superior al resto en “sus dotes regias”, es decir, debe poseer: sabiduría, justicia, moderación de ánimo y previsión y celo de bienestar público. De igual modo, el príncipe debe tener como objetivo fundamental -máxima que se repetirá constantemente a lo largo del libro- alcanzar el bien común del reino, dejando de lado las pasiones particulares. En cuanto a la educación del príncipe cristiano, ésta debe comenzar desde la infancia (“cuando aún no sabe que es príncipe”); así, pues, “debe arrojarse la semilla del bien que paulatinamente con la edad y la práctica germinará” -pág.13-. Al mismo tiempo, Erasmo nos dice que, como dijo Séneca, “por un lado se debe reprender sin injuria, por otro alabar sin adulación”. Un cierto pesimismo antropológico, aunque no comparable al de Maquiavelo, se deja entrever en este capítulo: “la mayoría de las veces, el carácter de los hombres tiende al mal” -pág.17-. A la hora de educar al príncipe, lo primero es alejarlo de todas las “malas opiniones”, debiéndole ser inculcado óptimos principios y una buena consideración de Cristo. Por su parte, no se debe acostumbrar al príncipe nuevo a admirar la riqueza, sino que debe realmente admirar la virtud y las buenas obras; así, el ánimo digno del príncipe debe ser el “paternal hacia la república” -pág.29. Erasmo cree, incluso, que si el príncipe sufre una injuria éste debe sufrirla pues su venganza podría ir en detrimento del pueblo, ante todo se debe perjudicar al menor número de personas. Así mismo, Erasmo nos dice que el príncipe no puede hacer lo que cualquier ciudadano particular hace, pues “lo que es error en otros, en el príncipe, es delito” -pág.34-. Un buen príncipe, además, no debe infundir terror (solo a los malhechores y criminales) ni tampoco pensar en la grandeza del honor que recibe sino en la responsabilidad que asume. La diferencia entre el tirano y el príncipe bueno, nos dice Erasmo, es que el primero busca su propio beneficio y el segundo el de la república; el príncipe cristiano debe considerar “la vida de cada uno más apreciada que la suya propia” -pág.42-. Así, pues, mientras que el tirano tiene por seguridad “una escolta de bárbaros”, el príncipe cristiano está suficientemente protegido por el propio pueblo, pues éste le corresponderá ante el bien que el príncipe hace por los ciudadanos. Vemos que la principal pretensión de Erasmo en este capítulo es diferenciar a la perfección aquello que es propio de un tirano con lo que es propio de un príncipe cristiano. Erasmo cree que la dominación es propia de príncipes paganos, el príncipe cristiano debe estar en contra de ella. Dice Erasmo que nada le resulta más odioso a Dios que un mal príncipe y que si se desea preservar el reino, éste se ha de gobernar con “virtud y benevolencia” pues no hubo tiranía alguna que se postergara en el tiempo. En cuanto a la forma de organizar el reino, la monarquía es, según Erasmo, lo mejor. En ellas el poder se concentra en manos de uno solo, del monarca, siguiendo, así, el modelo divino. Sin embargo, para que la monarquía quede equilibrada, se ha de combinar aristocracia y democracia -así jamás degenerará en tiranía-. De este modo, Erasmo nos acerca la idea de que el príncipe debe tener la consideración de “padre” y no de “dueño”, para ejemplificar esta idea nos propone la figura de Octavio Augusto a quien le parecía un ultraje que lo llamaran “Señor”. Así mismo, considera Erasmo que los hombres son libres por naturaleza -así ha de dirigirlos el príncipe- y que la servidumbre va en contra del propio cristianismo. El buen príncipe ha de tomar, siempre, el modelo de Cristo y de las Sagradas Escrituras. Erasmo también nos introduce una gran cantidad de ideas extraídas de autores grecolatinos como Platón o Aristóteles, así nos dice que éste último consideraba que “el poder no consiste en tener súbditos”, por ello “el poder del príncipe no consiste tanto en títulos, efigies o exacción fiscal como en el hecho de velar por el bien” -pág.68-; el príncipe se daña, pues, cuando daña los intereses del pueblo. A continuación, Erasmo nos propone dos ejemplos para discernir cuales deben ser los buenos deseos del príncipe: Salomón es alabado por todos, pues deseó tener sabiduría por encima de cualquier otra riqueza o bien, sin embargo, al rey Midas, no le apeteció otra cosa que el oro; así, ha de poseer gran sabiduría -además de buena voluntad- “aquel que, solo, vela por la comunidad”. En cuanto a la fama de un príncipe, nos dice Erasmo, se consigue con buenas acciones, así, “debes mostrarte a ti mismo tal como deseas que se te elogie” -pág.81-.

En el capítulo dos, “Cómo debe evitar un príncipe la adulación”, nos dice Erasmo que, ante todo, hay que alejar a los aduladores del príncipe pues ponen en peligro su propia felicidad y la pervivencia de, incluso, “los más pujantes imperios”. Así, si se encontrase a alguien que “con palabras y regalos serviles quisiera atraer el ánimo del príncipe” -pág.87- éste debe ser castigado públicamente o, incluso, sometido a la pena capital. Erasmo también nos dice que, en ocasiones, el formador del príncipe es un adulador y que la niñez -por la ignorancia- y la vejez -por la flaqueza mental- son las dos edades que más expuestas están a la adulación. Por su parte, el príncipe debe obrar de tal modo que se merezca el título que se le otorga (sino sería adulación). En cuanto a las lecturas que el príncipe debe leer, Erasmo propone tres principales: el libro del Eclesiástico, el libro de la Sabiduría y los Proverbios de Salomón. Sin embargo, debe advertirse al príncipe que “no considere imitable al pie de la letra todo lo que leyere en los libros sagrados” -pág.99- y que éste debe acostumbrar a sus amigos a que lo aconsejen con libertad.

En el capítulo tres, “Las artes de la paz”, Erasmo nos dice que la paz debe ser la principal preocupación del príncipe y que ha de intentarse que la guerra no sea jamás necesaria. Así, pues, el príncipe debe amar la región que gobierna y deberá procurar, al tiempo, ser amado por los suyos -además de gozar de autoridad ante ellos-. Erasmo nos dice, también, que no hay “encantamiento más eficaz que la virtud misma” -pág.103-. En este capítulo, también se trata las relaciones con otros príncipes extranjeros. Erasmo opina que “no hay nada más molesto y pernicioso para la patria que viajes a países muy lejanos” pues el pueblo puede pensar que sus impuestos se ofrecen como botín a los extranjeros. Dice Erasmo, tomando las palabras de Aristóteles, que el odio y el desprecio son las principales causas que ocasionan la ruina de los imperios. En cuanto a la vida del príncipe, debe obrar y vivir de manera ejemplificante -y así también lo deben hacer sus servidores y amigos-; no debe salir de casa a no ser que su actuación ataña algún asunto de utilidad pública. Así mismo, considera Erasmo, que al pueblo se le debe favorecer y conducirlo paulatinamente al propósito del príncipe con “cualquier inducción saludable”.

En el cuarto capítulo, “Los impuestos y las exacciones fiscales”, nos dice Erasmo que han de evitarse las exacciones excesivas, pues las mayores sediciones de la Historia las originó la política fiscal desorbitada. Así mismo, considera, que antes de subir los impuestos, el príncipe debe cortar todos sus gastos inútiles, así como, evitar guerras y ciertos viajes. Un buen príncipe debe evitar que los débiles sufran la mínima extorsión posible y que, cuando la necesidad de subir impuestos haya pasado, debe retirársele estas cargas adicionales al pueblo e intentar restablecer “la austeridad de los tiempos pretéritos”. Así mismo, el buen príncipe debe procurar que la desigualdad de riquezas entre los ciudadanos no sea excesiva y ha de subir los impuestos a aquellos productos que no sean de primera necesidad.

En el quinto capítulo, “La beneficencia del príncipe”, se nos dice que la mayor alabanza que un príncipe puede tener es ser considerado bondadoso y beneficentísimo. Por su parte, el tipo de beneficencia que debe practicar el príncipe es aquella que no cause injusticia a nadie -no se puede expoliar a unos para enriquecer a otros-. Así mismo, se han de salvaguardar siempre los “legítimos derechos de los extranjeros”.

En el sexto capítulo, “Promulgación y reforma de las leyes”, dice Erasmo que las leyes han de hacer feliz al reino y que el propio príncipe no puede estar por encima de esas leyes. Así, intentará no promulgar muchas leyes sino que las pocas que promulguen vayan en beneficio de la república -no deben oler a interés por parte de los legisladores, deben reflejar honestidad-. Nos introduce el ejemplo de Marco Antonio, que fue alabado por buscar siempre la aprobación de todos antes de promulgar una nueva ley. Así mismo, nos dice que la pena capital ha de ser el último recurso, hay que intentar siempre restablecer la “salud del cuerpo” y no amputar miembros de éste. Las leyes, no deben causar injuria a nadie, ni a los pobres ni a los ricos; así mismo, las leyes anticuadas han de modificarse con enmiendas o, en su defecto, han de abolirse paulatinamente para no causar daños por la novedad.

En el séptimo capítulo, “Las magistraturas y los cargos públicos”, se nos introduce la idea de que el príncipe debe exigirle a los funcionarios -y sobre todo a los magistrados- que practiquen la misma “integridad” con la que actúa el príncipe. Así mismo, considera Erasmo, que los magistrados deben ser las personas más maduras del reino -por su experiencia y por la autoridad que confieren-. Por su parte, el príncipe debe ser el “más preparado y atento de todos” -pág.147- y estar alejado “de las burdas pasiones”. Los magistrados deben ser elegidos rectamente y desempañar su cargo con esa misma rectitud, nunca deben buscar su propia ganancia.

En el octavo capítulo, “Los pactos”, se nos dicen que, ante ellos, el príncipe solo debe procurar el bien público –“si el rey intenta buscar ventajas personales, el pacto debe llamarse conspiración”-. A diferencia de Maquiavelo, Erasmo cree que es “feo no cumplir lo que ha sido acordado con pactos solemnes” -pág.152-; sin embargo, si se ve que algo del pacto ha sido violado, no se debe romper con él directamente. Se ha, pues, de establecer fidelidad, sobre todo, con los países vecinos, ya que pueden causar muchos daños si son enemigos.

En el capítulo nueve, “Las alianzas matrimoniales de los príncipes”, se nos expone que las alianzas matrimoniales de los príncipes serían mucho mejor si se llevan a cabo dentro “de los límites del reino” -pág.155-. Así mismo, Erasmo considera que el príncipe de entre todas las mujeres debe escoger la que más integridad, prudencia y modestia posea. Por su parte, de las alianzas matrimoniales para alcanzar concordia entre reinos, dice Erasmo, es de donde surgen “las mayores discordias”. Lo importante no son las alianzas, sino respetar al pueblo, velar por su bienestar y alcanzar la paz en el reino.

En el capítulo diez, “Las ocupaciones de los príncipes durante la paz”, se vuelve a reiterar en la idea de que el príncipe debe tener únicamente como objetivo la felicidad de su pueblo. Así, pues, Erasmo introduce a Escipión como ejemplo de príncipe que, durante los tiempos de paz, solo maquinaba planes para mejorar la salud y dignidad de la ciudad. Otros ejemplos de príncipes plausibles son: Mitrídates -que administró justicia “por sus propios labios”, Filipo -se sentaba todos los días a conocer causas judiciales- y Alejandro Magno -que en causas judiciales siempre escuchaba a ambas partes-. El príncipe debe ser, pues, el padre de la república y debe ser frugal y comedido, además debe tener como objetivo querer mejorar su territorio y no ensancharlo.

En el último capítulo, “La declaración de guerra”, se introduce la idea de que un príncipe, antes de declarar una guerra, debe pensarlo comedidamente. Un buen príncipe deberá emprender una guerra solo cuando, “agotadas todas las tentativas, no pueda evitarla con diplomacia” -pág.167-. Así mismo, cuando ésta no se pueda evitar, se deberá llevar a cabo con el mínimo derramamiento de sangre. En este capítulo, Erasmo, deja clara su posición de cristiano protestante pues afirma que “las leyes pontificias no reprueban toda guerra” cuando, sin embargo, el propio Cristo, San Pedro y San Pablo dijeron todo lo contrario. Así mismo, el príncipe cristiano debe poner bajo sospecha cualquier guerra, aunque parezca justa; éstos deben promover que se termine entre los cristianos la “repugnante furia guerrera” -pág. 177-. En suma, para Erasmo, ninguna guerra se puede calificar como “justa”.

Como dijimos desde un inicio, el modelo de príncipe que propone Maquiavelo y el modelo de príncipe que propone Erasmo son antagónicos en muchos de sus principios. A modo de síntesis, propongo una tabla[2] en donde se resumen las principales diferencias:

 

IDEAMAQUIAVELOESRASMO
RELIGIÓNEs, para él, simplemente un instrumento de cohesión social.Es teólogo, y la educación del príncipe cristiano se fundamenta en la religión y en la lectura de las Sagradas Escrituras.
IDIOMA DE ESCRITURAToscano (italiano vulgar)Latín (es consciente de que su obra va a llegar a círculos eruditos y que se va a leer en masa).
PESIMISMO ANTROPOLÓGICOConsideras que los hombres son malos por naturaleza. Posee una pésima visión del hombre.Considera que los hombres no son malos por naturaleza, sino que es la mala educación quien los convierte en seres malos.
LA PALABRASe le debe dar poca importancia a la palabra y mucha a la astucia y a la mentira, que han de ser utilizadas cuando así fuese necesario. Las ideas que propone Maquiavelo son pragmáticas.Dice: “Qué feo es no cumplir con lo que ha sido acordado en pactos solemnes”
FORMAS DE GOBERNAR“Es más práctico ser temido que amado”Para Erasmo, el príncipe debe pretender ser amado. “Hay que ser príncipe con buenas acciones y no con terrorismo y amenazas”
PRINCIPIOS Y OBJETIVOS DEL BUEN PRÍNCIPE·       Protegerse de los enemigos

·       Vencer tanto por la fuerza como por el engaño

·       Ser severo y grato

·       Destruir al ejército infiel y crear uno nuevo

 

Comprobamos que Maquiavelo da ejemplos prácticos para que el príncipe se pueda mantener en el poder de forma exitosa. Se debe usar la Razón de Estado para preservar el reino y la integridad del príncipe.

·       El príncipe no debe alcanzar su propio bien, sino el bien del pueblo

·       Velar por el bien del pueblo

·       Debe evitar ser malo: “No es más feliz el que vivió más tiempo sino el que vivió más honradamente”

·       Debe ser: sabio, justo, previsor y moderado

 

El modelo de príncipe que propone Maquiavelo es, justamente, el modelo de tirano que propone Erasmo.

En mi opinión, la retórica de Erasmo es más pobre que la de Maquiavelo. Su constante reiteración de ideas ocasiona que haya partes del libro que te lleguen a “aburrir”. Por otra parte, Erasmo apela a un criterio ético y moral -el vigente en el Antiguo Régimen- mientras que Maquiavelo apela al pragmatismo, que es lo que realmente le interesa a un gobernante. Personalmente, me pareció mucho más erudito e interesante El Príncipe que el libro que hoy comento. Sin embargo, en Educación del príncipe cristiano he encontrado muchos pasajes que perfectamente encajan en los tiempos actuales. Por ejemplo, nos dice Erasmo que “cuando ha pasado la necesidad [de subir impuestos], no sólo debe retirársele la carga al pueblo […]” -pág.118-, así, en la actualidad estamos constantemente con el debate de subir o bajar los impuestos; nos dice, también, que se “debe procurar que la desigualdad de riquezas entre los ciudadanos no sea excesiva”, en este sentido, en España, los cleavages sociales son muy preocupantes en la actualidad. Sea como sea, la lectura de Educación de el príncipe cristiano es fundamental para cualquier estudiante de Ciencia Política.

[1] Extraído del estudio preliminar de Pedro Jiménez Guijarro, incluido en la edición que comento.

[2] Información mayoritariamente extraída de esta página web:  http://www.lebrijadigital.com/web/secciones/29-historia/1912-historia-el-principe-cristiano-de-erasmos-vs-el-principe-de-maquiavelo

Autor

Hugo Pereira Chamorro

Asesor de 24H Economía. Politólogo por la USC. Analista de política y economía en TV y radio.