Nicolás Maquiavelo y Erasmo de Róterdam: la diferencia entre sus príncipes

Nos centraremos en destacar aquellos puntos de la obra de Erasmo de Rotterdam que podemos comparar con algunos de los postulados principales que Maquiavelo expone en la suya.

Nicolás Maquiavelo y Erasmo de Róterdam: la diferencia entre sus príncipes

La obra titulada Educación del príncipe cristiano, de Erasmo de Rotterdam, arquetipo de humanista transalpino, se erige como una de las más inmediatas respuestas a El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo.

Nos centraremos en destacar aquellos puntos de la obra de Erasmo de Rotterdam que podemos comparar con algunos de los postulados principales que Maquiavelo expone en la suya. De hecho, la obra de Erasmo se debe considerar como una de las mejores respuestas intelectuales al planteamiento realizado por el autor florentino. Por ello, en primer lugar, quisiéramos destacar cómo ambos cuerpos teóricos acerca de lo que debe ser un príncipe se erigirán desde sus inicios en dos obras antagónicas. Así, mientras que a Maquiavelo se le va a tachar de laico por no dar importancia a la religión en el desarrollo del poder, Erasmo responderá con su Educación para el príncipe cristiano, afirmando en su prólogo cómo Yo, que soy teólogo, instruyo a un príncipe ínclito e integérrimo; yo cristiano a un cristiano.

Y ésta es una de las características principales del Humanismo fuera de Italia, del Humanismo transalpino, el hecho de ser un Humanismo Cristiano, ya que pone los Studia Humanitatis al servicio de la religión, algo sobre lo que comentamos en clase.  Esto debe entenderse a partir de considerar que la intelectualidad que puede considerarse humanista de fuera de Europa vivirá en su desarrollo la necesidad de posicionarse, en torno a mediados del XVI, acerca de una serie de cuestiones que en nuestro continente se plantearán como fundamentales, como la Reforma, el concepto de religiosidad, de Iglesia, la figura de Cristo y de Dios, etc. Y ante estos planteamientos, el intelectual debe comprometerse. Esta reflexión en el ámbito de lo religioso, lo llevará también a opinar de política, de la naturaleza del hombre, de la sociedad, de la economía, de las conductas humanas y otras variadas cuestiones. Si el Humanismo laico italiano (y el que se desarrolla en un primer momento en España, también con este carácter laico) pretendía que el individuo a través de la cultura, de la educación, se convirtiera en un buen ciudadano para ponerlo al servicio de la sociedad; el Humanismo cristiano pretenderá desarrollar a un buen cristiano para ponerlo al servicio de la misma. Y Erasmo se presenta como uno de los más destacados dentro de estos humanistas  europeos de fuera de Italia, junto a Budé, T. Moro, Colet, Melanchton, Revchlin, Agrippa, Luis Vives, Montaigne o Juan de Valdés.

El carácter de esta unión entre los principios eruditos humanistas y los principios religiosos cristianos, lo podemos observar en unas palabras de Erasmo que se recogen en su obra que estamos comentando a cerca de las condiciones ideales que debe recoger un príncipe: Ante todo y más profundamente ha de inculcarse en el ánimo del príncipe que tenga la mejor opinión de Cristo, que se embeba directamente de sus principios sistematizados de un modo cómodo y procedentes de sus propias fuentes, de donde se obtienen más puros y eficaces. Aquí se observa por un lado la derivación cristiana, pero por otro, también, que es lo que nos gustaría comentar, la humanista. Pues va a resultar característico en los humanistas el estudio de las fuentes, erigiéndose como auténticos filólogos especialistas en griego y en latín, siendo uno de los principales exponentes de esta tarea Lorenzo Valla. Y una de las grandes empresas intelectuales de los humanistas cristianos será traducir la Biblia, teniendo un ejemplo modélico aquí en España con el proyecto de la Biblia Políclota Complutense que el Cardenal Cisneros desarrollará en la Universidad de Alcalá de Henares. Y estos hechos que se plantean como acciones intelectuales de los humanistas se convertirán en todo un bastión político, pues en esta época la Iglesia se negaba a difundir la Biblia, según sus más altos estamentos, porque esto podría conllevar el peligro de la proliferación de herejías.

Pero, antes de hablar de las disparidades, dedicaremos unas palabras a algunos preceptos en los que ambos autores destacan por tener en común en los planteamientos que exponen en sus particulares Espejos de Príncipes, es decir, en la representación ideal del príncipe que cada uno realiza.

Uno de ellos sería el peligro que acarrea en todo momento realizar cambios e innovaciones, lo que nos hace comprobar que, pese a la distancia intelectual entre ambos contendientes, son hijos de una misma época, del Antiguo Régimen. Pues si Maquivelo afirma que un cambio siempre deja el camino abierto para otro, Erasmo coincide con este punto de vista, lo que podemos observar cuando éste afirma que el príncipe debe huir de cualquier innovación siempre que le sea posible. Pues incluso si se cambia para mejor, la novedad en sí misma crea cierto malestar.

Otro punto en común que presentan ambos autores es su opinión en la que afirman la necesidad por parte del príncipe de evitar el odio y el desprecio, sobre todo de las masas. Esto se puede observar en palabras de ambos, tanto Erasmo cuando afirma:  Créeme, queda desprotegido de su mejor escolta el príncipe que pierde el favor del pueblo; como en Maquiavelo al leer en uno de los pasajes, en el que nos indica que un príncipe no debe dar mucha importancia a las conjuraciones si goza del cariño del pueblo, pero si el pueblo está en su contra y le odia, entonces debe temer a todo y a todos.

Erasmo, como Maquiavelo, también le dará una importancia trascendental a la apariencia que el príncipe debe causar, debiendo ser muy bien considerado por todos, especialmente por el pueblo. Siguiendo las pautas de un buen cristiano, como lo debe ser el príncipe, Erasmo afirmará que ante todo, el príncipe que quiera ser amado por los suyos, compórtese para merecerlo. Pero también plantea algunas ideas que, por su practicidad, no pueden ser muy separadas del punto de vista maquiavélico.  Pues, esta tarea no es secundaria, teniendo que tener cuidado y empeño el príncipe en aspectos como en su vestir, sus palabras, su semblante, su paso, etc.; haciendo ver a los demás que se actúa con todo el alma y el corazón. Pero, además, exactamente igual como opina Maquiavelo (que afirmará: conviene organizarse de forma que cuando el pueblo ya no crea, se le pueda obligar a creer por la fuerza), para Erasmo no es suficiente ser o no ser algo, hay que parecerlo, y, por tanto, también el príncipe debe sopesar qué van a opinar de él cuando tome una decisión; manifestándose, incluso, que velando por su fama, deberá perdonar a los que no se lo merecen o indultar a indignos de tal suerte.

Parece con estas ideas que no están tan lejos Erasmo y Maquiavelo.  Y es que la diferencia fundamental de sus planteamientos radica en el objetivo que debe tener el príncipe, tema que abordaremos más adelante y que se observa cuando todavía hablamos de la apariencia que debe tener éste cuando el de Rotterdam afirma: Que te venza el respeto de lo honesto; que la utilidad pública venza las inquietudes privadas del alma.

Y es que, indudablemente, en las obras de Erasmo y Maquiavelo hay más puntos  de diferencia que de conexión, de los cuales, comentaremos algo seguidamente, destacando, como acabamos de comentar, la disparidad en los objetivos de gobierno por los que debe regirse el príncipe.

Una de las primeras alusiones en las que al leer el texto erasmista se nos aparece la imagen de la confrontación con la obra de Maquiavelo, es cuando Erasmo se refiere a la experiencia, que define como miserable prudencia, debido a que cada uno la consigue con su propio daño; afirmando que de lo que debe estar formado el príncipe es en principios que lo hagan sensato desde la razón y no desde la experiencia, cuya falta es algo fácilmente subsanable con buenos consejos de sabios.

Erasmo diferirá en el concepto de hombre de Maquiavelo, pues al contrario del florentino, no es que los hombres en general sean malos, sino que, la mayoría de las veces, su carácter tiende al mal, pero no por su propia condición de hombre, sino porque no hay ninguno nacido tan felizmente que no sea corrompido por una mala educación. De hecho, Erasmo, acerca del príncipe y creemos refiriéndose claramente a la tesis maquiaveliana, se pregunta retóricamente: ¿Qué puede esperarse, sino un gran mal, de aquel príncipe que nacido con el carácter que fuere desde su misma cuna está impregnado de las más necias opiniones…? Y algunas de estas necias opiniones, sin lugar a dudas, serían las que aparecen en la obra de Maquiavelo.

Y es que uno de los aspectos más importantes para Erasmo y sobre el que dedica mayor espacio en su obra que estamos comparando con El Príncipe de Maquiavelo es la educación: Y, desde el principio, en el campo sin cultivar del pecho pueril debe arrojarse la semilla del bien que paulatinamente con la edad y la práctica germinará y llegará a su plena madurez y que permanezca para toda la vida la semilla que en un breve plazo se arrojó. Pues nada tan profundamente penetra ni se adhiere como aquello que se introduce en los primeros años (…). Porque la educación será el instrumento fundamental para que penetren en el príncipe la bondad y aquellos principios por los que sea verdaderamente un príncipe cristiano (sabiduría, justicia, moderación de ánimo, previsión, búsqueda del bienestar público), en contraposición de lo que podríamos denominar la semilla del mal que aporta la laica y posteriormente herética obra de Maquiavelo. Así, la buena o mala condición del príncipe depende, directamente, de los fundamentos con los que le instruyamos desde sus primeros años, pues que el príncipe sea de buena índole al nacer, debe pedirse a Dios con ofrendas, pero que el bien nacido no degenere o que el nacido torcidamente mejore con la educación, esto en parte está en nuestras manos, según Erasmo. La educación es, por tanto, el arma fundamental y básica que Erasmo aporta para obtener a un buen y querido príncipe cristiano, que es su ideal, su arquetipo de príncipe, como manifiesta en su obra y cuyos objetivos y valores fundamentales confrontaremos más adelante con los que debía tener el príncipe para Maquiavelo, que seguimos pensando son los rasgos fundamentales que diferencian ambas posturas.

Pero si a lo largo de todo el libro observamos algunos recados que Erasmo dirige indirectamente (o de forma directa, según se mire) a la obra de Maquiavelo, no hay pasaje de su obra donde esto se observe más claramente que en las líneas en las que el humanista transalpino se refiere a la palabra dada. Si recordamos lo que hemos comentado sobre este aspecto en Maquiavelo, el florentino, partiendo de su concepto negativo del hombre, aconseja sin tapujos que le se le dé poca importancia a la palabra y mucho a la astucia e incluso a la mentira, pues al fin y al cabo, el único fin es el práctico, que no es otro que el éxito sea como fuere. Y con respecto a esta valoración de Maquiavelo, Erasmo afirma totalmente lo contrario, es decir, que el cumplimiento de una promesa es algo poco menos que sagrado. Pero donde observamos ese recado erasmista al florentino es en las líneas que siguen a esa afirmación que hemos realizado sobre el valor de las promesas, de los pactos,  que creemos no presenta la necesidad de dedicarle más palabras, dada su claridad, y que viene a referir lo siguiente: ¡Qué feo es no cumplir lo que ha sido acordado con pactos solemnes, haciendo caso omiso incluso de aquellos principios que entre los cristianos consideran como más sagrados! No obstante, vemos que actualmente sucede así y no añado por culpa de quiénes, pero lo cierto es que sin culpa de alguien no puede ocurrir.

Otra diferencia entre el príncipe cristiano de Erasmo y el laico que representa Maquiavelo podría ser la forma en la que ambos obtienen el respeto que necesitan para poder gobernar. Si recordamos las palabras de Maquiavelo sobre este asunto viene a afirmar que, al fin y a la postre, es más práctico ser temido que amado, porque el miedo es un obstáculo mayor para frenar cualquier descontento o intentona golpista. Sin embargo, para Erasmo, el rey debe pretender en todo momento ser amado, constituyendo su mejor protección y defensa el bien que hace a los ciudadanos. Porque, según el de Rotterdam, hay que ser príncipe con buenas acciones y no con terrorismo y amenazas.

Pero, como hemos repetido, donde se observa mejor las disparidad de criterios entre el ideal de príncipe de Erasmo de Rotterdam y el de Nicolás Maquiavelo es, sobre todo, en las características que debe reunir éste y, fundamentalmente, en sus objetivos básicos a seguir en la acción de su gobierno.

Recordemos como para Maquiavelo el ideal de actuación de un príncipe se basaba en varios principios como protegerse de los enemigos, ganarse amigos, vencer tanto con la fuerza como con el engaño, hacerse amar y temer por el pueblo, hacerse seguir y respetar por los soldados, eliminar a los que pueden o deben ofenderle, renovar con nuevas costumbres las antiguas instituciones, ser severo y grato, magnánimo y liberal, destruir al ejército infiel y crear uno nuevo y, por último, conservar la amistad de reyes y príncipes, de forma que tengan que beneficiarle con gracia y ofenderle con respeto. Todos principios donde se observa que lo que fundamentalmente realiza el autor florentino es plantear una serie de auténticos consejos prácticos de cómo mantenerse en el poder de una forma óptima. Es decir, unos consejos dirigidos sólo y exclusivamente a los intereses particulares del príncipe y nadie más, por lo que se podría definir como un auténtico manual de supervivencia política cuando se ostenta el poder y no tanto un ideal de lo que debería ser un príncipe para los súbditos. Por tanto, representa una idea de lo que debería ser El Príncipe para el mismo príncipe y no El Principe para su reino, para sus súbditos, algo que marca la diferencia y la clave para comprender el carácter de practicidad que salpica a toda la obra por completo.

Sin embargo, las cualidades que debe reunir un príncipe para Erasmo de Rótterdam van encaminadas justo al principio contrario, es decir, no a la búsqueda fundamental y por completo del bien propio del príncipe, sino del bien de su reino, del conjunto de sus súbditos de la comunidad, en tanto en cuanto el príncipe erasmista es cristiano y como tal debe de transmitir las tres cualidades principales que la teología atribuye a dios, poder sumo, sabiduría suma y suma bondad. Y este principio básico de búsqueda del bien de la comunidad es una idea que se repite constante y repetitivamente en toda la obra de Erasmo. Así, encontramos durante todo el desarrollo del libro afirmaciones como las que siguen: Las cualidades que debe reunir un rey deben ser: sabiduría, justicia, moderación de ánimo, previsión, celo del bienestar público;  o que es una obligación del buen príncipe velar por el bien del pueblo; o Así como la función del ojo es ver, de los oídos oír, del olfato oler, del mismo modo es misión del príncipe velar por los intereses de su pueblo; etc.

Y así, un príncipe que, en palabras de Erasmo, busca su provecho y si alguna vez se porta bien con los ciudadanos, lo hace para su propia utilidad, que hace todo lo que le viene en gana,  que su premio son las riquezas, que gobierna con miedo, engaño y artimañas,  que administra el mando para sí y pretende ser temido (principios que definen al príncipe según Maquiavelo), es un tirano. Así podemos entender como, si el tipo de príncipe que defiende y trata de enseñar Maquiavelo es todo un tirano, Erasmo afirme en la introducción de la obra antes de iniciarse el primer capítulo la siguiente cita, aludiendo claramente al libro del florentino y erigiendo su Edudación para el príncipe cristiano como una respuesta de éste: Nadie ocasiona un perjuicio mayor a los hombres como aquél que corrompe el pecho del príncipe con malas ideas o deseos ímprobos igual que si alguien emponzoña con venenos letales una fuente pública de la que todos beben.

Porque el objetivo fundamental y primordial del príncipe cristiano de Erasmo es el bien público. Y, sin embargo, para Maquiavelo el objetivo de todo príncipe es superar todos los peligros y dificultades mediante su virtud y poder y, así, ser estimado él y alcanzar él plenamente el poder, la seguridad, la honra y la prosperidad.  Pero para Erasmo, también es tarea del príncipe evitar ser malo, malo como el tirano que propone Maquiavelo, pues no es más feliz el que vivió más tiempo, sino el que vivió más honradamente.

Para concluir, podemos afirmar como en la comparación entre el príncipe laico de Maquiavelo y el cristiano de Erasmo, el príncipe del florentino se ajustaba más a unos principios más realistas en la época que el de Erasmo. Porque si leemos algún pasaje de la obra de Erasmo, como el que mostramos a continuación, observamos que el panorama maquiaveliano es más real que el mundo hermoso e ideal que nos dibuja el de Rotterdam: Las mejores leyes bajo el mejor príncipe hacen feliz a una ciudad o a un reino y su situación es totalmente feliz cuando todos obedecen al príncipe y el príncipe obedece a las leyes, mientras que las leyes responden a un ideal de equidad y honestidad y no miran más que a mejorar los intereses de todos.

Y es que, aunque el príncipe que esboza Maquiavelo se considerará un tirano, una persona fría, calculadora, sin sentimientos, cegado por el egoísmo, en definitiva; y se creará un halo de oscurantismo y maldad entorno a su persona y a su obra, de tal manera que se convertirá en un hereje y hará que después de la Contrarreforma Tridentina se erija toda una vía antimaquiaveliana en teoría política, todo esto no fue más que una verdadera cortina de humo. Pues aunque ningún político se adscribió a la teoría política que defiende Maquiavelo, fundamentalmente por la vejación de la que fue objeto, la mayoría de los grandes ostentadores del poder político de su época y la de siglos posteriores, seguirán en la práctica sus principios básicos.

Porque lo fundamental de la obra de Maquiavelo no es que parta o no de un laicismo absoluto, es que, lo que en realidad hace nuestro autor florentino es recoger las maneras de actuar de los grandes gobernadores de la época. Es en realidad una reflexión que venía a significar que muchos príncipes olvidaban en sus actuaciones la religión por esas Razones de Estado que denominará Maquiavelo, que no son otra cosa que los objetivos del Estado, de la política, obviando que son cristianos en muchas ocasiones, si pretenden mantenerse en el poder. Es decir, el planteamiento de Maquiavelo consiste en afirmar cómo lo que realizan los grandes gobernantes de su época no es otra cosa que una racionalización política.

Así, aquellos grandes gobernantes adalides de la religión como Francisco I, Felipe II, Enrique VIII, en la práctica, seguirán una política maquiaveliana. Esto se debe a que la propia maduración del Estado Moderno va a provocar la complicación de la política internacional por la competencia natural que se va a desarrollar entre los diferentes estados, la cual se plasmará materialmente en una gran cantidad de enfrentamientos bélicos que traten de restituir el equilibrio que se había roto a favor de España. Y esta complejización de la política crea la necesidad de que se desarrollen unos criterios nuevos, los cuales aporta Maquiavelo con su obra: las célebres Razones de Estado, la anteposición de lo político a lo religioso para la salvaguarda de lo que verdaderamente no se quiere nunca perder, el poder; y que, se observan de forma transparente en un hecho tan significativo como fue la Paz de Westfalia de 1648, donde los príncipes son antes hombres de Estado que cristianos, pues católicos y protestantes firman el alto el fuego en contra del mismísimo Sumo Pontífice.

 

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24h Economía

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