El conservadurismo es una de las claves más importantes del pensamiento moderno y contemporáneo. Uno de los primeros estudios sobre esta ideología se recoge en El pensamiento conservador (1926) cuya autoría se atribuye al sociólogo húngaro Karl Mannheim, un gran estudioso del conservadurismo y de su distinción con el tradicionalismo.
A continuación se hablará más en profundidad sobre la difusión de esta ideología, es preciso destacar en estos instantes que gran parte de su expansión se debió a los periódicos y revistas de la época; encontramos, así, clara muestra de ello: por una parte tenemos al periódico Le Conservateur -creado por Chateaubriand en 1817- que tenía por objetivo promover las ideas de la restauración política y religiosa en Francia; en España, por su parte, destacará la revista El Conservador creada por Jaime Balmes.
Si hablamos de conservadurismo y de su origen es impropio obviar la figura de Edmund Burke (1729-1797) -escritor, filósofo y político, considerado el padre del liberalismo conservador, tendencia política que él llamaba “old whigs”-. Será su obra Reflections of the Revolution in France (1790) la que sintetizará buena parte del pensamiento conservador reaccionario de la época. No es de extrañar, pues, que su obra tuviese una gran difusión e influencia. A pesar de lo que muchos puedan pensar, Burke no tenía como objetivo la restauración del absolutismo en Francia, no era, pues, un “reaccionario puro”. Por ello, negó el razonamiento contractualista y sostuvo que la sociedad es un organismo históricamente regulado. Este autor, a diferencia de Locke, no veía a los individuos como poseedores de voluntad propia sino como integrantes de una sociedad política ya constituida y regulada por sus normas legales. Así mismo, consideraba a la religión como el fin indiscutible y último.
Principios del conservadurismo
Uno de los principales rasgos del conservadurismo es el rechazo del concepto de igualdad propuesto por los burgueses. Así, pues, para los conservadores los hombres son desiguales. Por todo ello, podemos considerar que los conservadores abogan por una sociedad basada en la jerarquía y en las clases sociales defendiendo las ventajas que de ello derivan. Otro de los aspectos que atañen al conservadurismo es la religión y, aunque ésta -sobre todo en la actualidad- no es totalmente inherente al conservadurismo, sí que tiene vital importancia en esta ideología. Dios es el centro del universo y la tradición cultural religiosa el centro de la vida de los conservadores.
Otro de los preceptos conservadores es la creencia de que para lograr una estabilidad hace falta una autoridad fuerte pero legitimada y que sea capaz de mantener y postergar en el tiempo las tradiciones culturales de la sociedad. Así, mantienen una preferencia total por el orden, tanto social como jurídico.
En lo referente a la economía, mantienen una preferencia por la propiedad privada y la prudencia fiscal. Sin embargo, el conservadurismo -y a lo largo de la historia se ha podido comprobar- no es contrario a una cierta intervención del Estado para solucionar los problemas nacionales que atañen al bienestar económico común, pues, ante todo, los conservadores desean ver como su nación o patria prospera y la economía crece a un ritmo correcto. Son conscientes de que el sistema capitalista tiene problemas en sí mismo y que la cierta intervención y planificación del Estado es, en cierto modo, necesaria (son proclives, así, a la economía mixta de mercado).
Por su parte, cabe destacar que la ideología conservadora adapta sus preceptos a cada lugar y a cada época. Podemos encontrar un conservadurismo ligado, pues, al concepto de progresismo. En palabras de Mannheim, el conservadurismo se puede conceptualizar como “un estilo de pensamiento” que adoptará un color u otro según la época histórica en la que se contextualiza.
Los principios que el conservadurismo mantuvo irrevocablemente desde sus orígenes son la defensa del valor de las instituciones como la familia o la propia religión, rechazando, en un primer momento, el nuevo industrialismo incipiente en los siglos XVIII y XIX.
Llegados a este punto, muchos serán los que tengan ciertas dudas a la hora de diferenciar conservadurismo de liberalismo. La diferencia más sustancial es que los segundos tienen al mercado como motor controlador y gobernador de la sociedad (tanto política como civil), mientras que los primeros creen que el Estado es el verdadero articulador de la armonía social (aunque es obvio que aceptarán el capitalismo como mejor sistema económico, hasta que el sistema keynesiano de Economía Mixta, y el deseoso Estado de Bienestar, haga mella en la realidad social e histórica).
Por todo ello, los conservadores se enfrentarán incansablemente a los socialistas y a los marxistas que, aunque defensores también del Estado, buscarán en él otros fines y la consecución de unos valores morales y políticos muy antagónicos a los que el conservadurismo profesa.
Será, por su parte, la Revolución Bolchevique la que, por evidentes razones, acerque las posturas de los liberales y conservadores que acabarán formando una poderosa “alianza” -aunque con notorias diferencias- que radicará en una potente fuerza política, “la derecha”, en Occidente.
En la actualidad sería, pues, inexacto hablar de conservadurismo, si cabe más bien de neoconservadurismo, pues los valores que los conservadores tradicionales defenderán no tienen una completa cabida en el nuevo orden social y político contemporáneo. El neoconservadurismo centrará sus fuerzas, en resumen, trayendo a colación lo expuesto al inicio de este apartado, en la defensa del modelo tradicional de familia, de un claro paternalismo y de la propia religión.