El texto que me dispongo a sintetizar fue escrito por Gabriel A. Almond (1911-2002), un politólogo estadounidense con una hondísima obra -y muy importante- sobre la política comparada y el derrallo de la Ciencia Política.
La obra comienza con una breve pero intensa introducción en donde nos explica cómo sería el modelo, en forma curva, de la historia de la ciencia política que hipotéticamente podríamos elaborar. Éste tendría que comenzar con la ciencia política griega, subir ligeramente en los siglos de los romanos, estancarse durante la Edad Media, aumentar durante el Renacimiento e Ilustración, subir durante el S.XIX para despegar profundamente durante el S.XX.
Por su parte, durante el S.XX podremos encontrar tres puntos álgidos en esa hipotética curva modélica: la primera subida la encontraremos en la Escuela de Chicago (1920-1940) en donde se desarrollará la investigación empírica y se establecerá la importancia de la cuantificación en la ciencia política; tras la Segunda Guerra Mundial, otro punto álgido, nos encontramos con la difusión de la ciencia política conductista y su propia profesionalización; a finales del S.XX, encontraríamos otro repunte en la historia de esta ciencia por la entrada de métodos como el inductivo o el matemático.
Así, podemos considerar que la epistemología de la ciencia política ha sufrido un progreso evolutivo y una mejora que abarcaría tanto a las instituciones políticas como a los criterios que usamos para valorarla. Por tanto, podemos denominar a la ciencia política como una “disciplina eclética-progresiva” pues ha ido surgiendo progresivamente.
Esta ciencia busca la objetividad basada en las reglas de la evidencia y la interferencia, esto se aplicará no solo a los estudios conductistas sino que también a otras muchas investigaciones -y metodología- de la ciencia política. Podemos asegurar, por todo ello, que sigue un patrón eclético y no jerárquico pues es, más bien, una ciencia integral. Es progresiva porque intenta adoptar las mejoras que los conocimientos de la Historia va proporcionando y, así, adaptar la ciencia política a las novedades contemporáneas.
Sin embargo, los estudiosos de esta disciplina no siguen un mismo criterio para clasificarla de ciencia o no, pues nos encontramos con cuatro corrientes opuestas a la visión eclética o evolutiva de la Ciencia Política: están los que mantienen una posición “anticiencia”, los llamados straussianos; los que mantienen una posición “posconductista”, los marxistas y los teóricos de la elección racional.
Nuestro autor, Almond, afirma que la Ciencia Política tienen compuestos científicos y humanistas, además de considerar que para la investigación política hace falta una gran inspiración y un gran virtuosismo. Así mismo, debemos considerar los descubrimientos de la ciencia política como probabilísticos y no como leyes inmutables pues, muchos descubrimientos, tienen, incluso, una vida corta.
En el segundo capítulo, “Temas de una historia eclética y de progreso”, se nos comenta que la ciencia política comparte con otras ciencias el deseo de la creación de conocimiento, es decir, debe hacer inferencias con base en la información empírica observable en las investigaciones que se procedan. Esta es una visión compartida por politólogos de la talla de King, Kehoane y Verba, entre otros. Bajo este criterio podríamos amparar, incluso, las corrientes anticientíficas de los straussianos.
En el tercer capítulo nos introduce “Una panorámica histórica”. La ciencia política tiene su inicio, si cabe, con los escritos de Próximo Oriente, considerados los precursores de la Ciencia Política. En la propia Biblia, Moisés recibe de su suegro un consejo sobre cómo juzgar con más eficacia los conflictos entre los hijos de Israel. Sin embargo, los griegos y romanos, son considerados los verdaderos padres de la Ciencia Política.
Con Heródoto (484-425 a.C.) se comienza a analizar las ideas y los ideales políticos sobre las distintas formas de gobierno, sobre la capacidad de los mismos y sobre la propia ciudadanía. Así, pues, con él se inicia un nuevo saber que se irá expandiendo teniendo como principal audiencia a los “griegos informados” del S.V a.C.
Platón (428-348 a.C.), por su parte, es considerado el verdadero iniciador de la Ciencia Política. Sus obras –“La República”, “La Política” y “Las Leyes”- han dejado una profunda huella en esta ciencia, sobreviviendo muchos de sus escritos y teorías hasta el S.XIX -y unas pocas hasta el presente-. En “La República”, Platón presenta su régimen ideal basado en el conocimiento y en la verdad. Presenta cuatro regímenes diferentes: la timocracia -en ella el honor y la gloria militar suplantan al conocimiento y a la virtud-, la oligarquía -basada en la corrupción de la timocracia en donde el honor es reemplazado por la riqueza-, la democracia -corrupción de la oligarquía y que corrompe a la tiranía- y la tiranía. En “La Política” distingue la república ideal de las otras diversas formas de gobierno, clasificando las diversas formas de gobierno en seis categorías: monarquía, tiranía, aristocracia, oligarquía, democracia y oclocracia. En “Las Leyes”, presentó una forma de gobierno nueva: la Constitución Mixta, en donde se combinan los principios monárquicos -basados en la sabiduría- con el principio democrático -basado en la libertad y asociado a la virtud-.
Aristóteles (384-322 a.C.), otro pensador y padre de la ciencia política, fue autor de obras que también tuvieron mucha importancia -y siguen teniendo- en la ciencia política. Así, en “La Política”, comienza introduciendo la clasificación séxtuple de los gobiernos de Platón pero, sin embargo, aseguró que la mejor forma de gobierno es la Politeía o “Gobierno Mixto” en donde la oligarquía se conjuga con la democracia. En propio Aristóteles considera que, aunque en una ciudad se pueden clasificar a los ciudadanos de múltiples formas, todas las diferencias se pueden reducir a ricos (asociados con la oligarquía) y a pobres (asociados con la democracia). Este pensador también aseguró que para preservar la estabilidad en una ciudad, deben dominar las clases medias al quedar contrarrestados, así, los intereses más extremos.
Polibio, un historiador griego, fue el encargado de adaptar las ideas platónicas y aristotélicas a la historia de Roma y a la interpretación de las instituciones romanas. Así, pues, este autor es reconocido por atribuirle el notable poder y crecimiento de Roma a sus instituciones políticas. Así mismo, ejemplifica las ideas de Gobierno de Platón y Aristóteles, advirtiendo de la decadencia de las formas puras de gobierno, es decir, de la monarquía, la aristocracia y la democracia y de sus degeneraciones, la tiranía, la oligarquía y la oclocracia. Considera, también, que las instituciones romanas: el Consulado, el Senado y la Asamblea, fueron las que hicieron posible la conquista del mundo en medio siglo y las que garantizaron un gobierno mundial y estable.
Cicerón (106-43 a.C.), por su parte, intentó aplicar la teoría de la Constitución mixta a la historia romana, en un contexto en el que las instituciones de la República estaban en decadencia.
El autor de la obra que me dispongo a resumir continúa su obra explicando las “Constituciones Mixtas y la teoría del derecho natural”. Estas teorías reciben su codificación medieval en la obra de Tomás de Aquino (1125-1274), quien relacionó la constitución mixta con el derecho divino y natural. Así, este filósofo católico, sigue las formas aristotélicas de clasificación de los gobiernos creyendo, además, que las formas puras son “el antídoto contra la debilidad y la corrupción humana”.
Maquiavelo, por su parte, fue el causante de la ruptura de la teoría política renacentista. Con anterioridad a “El Príncipe” y a “Los Discursos”, los autores clasificaban y analizaban los regímenes bajo la clasificación que Platón y Aristóteles le daban a los gobiernos. Sin embargo, con Maquiavelo, la política se comenzó a entender sin sus valores.
El filósofo francés, Jean Bodin, concluyó su obra diciendo que el absolutismo es la solución al problema de la inestabilidad y el desorden.
Con la Ilustración hubo un progreso sustancial en la Ciencia Política, aunque autores de la época como Hobbes, Locke, Montesquieu, Madison y Hamilton trataron de analizar los mismos temas que preocupaban a Platón, Aristóteles y a otros pensadores, en este momento se amplió el campo de estudio de la política.
Thomas Hobbes (1588-1679) afirmó en su obra más importante, el “Leviatán”, que la autoridad soberana era necesaria en una sociedad si se quería finiquitar con lo violento y lo desordenado, propio de una situación anómica. Así, terminó diciendo que la mejor forma de gobierno es el absolutismo monárquico,
John Locke en su obra “Segundo Tratado del Gobierno” afirma que el conocimiento del gobierno es condicional, es decir, debe estar sometido a unas funciones limitadas. Considera que al salir del estado de naturaleza, las personas ceden a la comunidad su derecho mediante la puesta en práctica de la “ley de la razón”. Con ello, podemos considerar a Locke como el precursor de la separación de poderes, dividiéndolos en: legislativo, Ejecutivo y Federativo.
Montesquieu encuentra que la mejor forma de gobierno es en la que exista una separación de poderes y en la que éstos poderes estén en una especie de “equilibrio newtoniano”. Encuentra en Inglaterra el ideal de gobierno pues es donde se combina a la perfección las instituciones monárquicas, democráticas y aristocráticas. Finalizó su obra dividiendo los poderes en: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Gabriel A. Almond, continúa haciendo una panorámica a la historia de la Ciencia Política poniéndonos en relieve, a continuación, el Siglo XIX. Comienza explicándonos que en los S.XIX y XX los académicos intelectuales abordaron el tema del progreso y la mejora social. En la primera parte del S.XIX destacarán grandes historiadores como: Hegel, Comte y Marx. Hegel teorizó que la razón y la libertad están ejemplificadas en la monarquía burocrática. Comte asumió que los límites de la metafísica y la teología quedaron rotos por la ciencia. Marx, por su parte, afirmó que el capitalismo sucede al feudalismo y que éste será sustituido por el socialismo proletario que radicará en una sociedad igualitaria y verdaderamente libre.
En cuanto a la dialéctica, también es muy interesante la posición de cada uno. Hegel ve la historia como el choque de opuestos y la emergencia de la síntesis. Marx concibe la dialéctica como la lucha de clases.
Aguste Comte, sin embargo, inauguró la nueva ciencia de la “sociología” con su obra: “Curso de filosofía positiva”.
Hacia finales del S.XIX se produce una ruptura ideológica en autores sumamente importante como: Maine -que distingue el derecho antiguo del moderno argumentando un cambio de status-, Tönnies -introduce la distinción entre la comunidad y sociedad-, Weber -contrasta la racionalidad moderna con la tradicional- y Durkheim -contrasta la solidaridad orgánica con la mecánica-.
Cabe destacar que, en este época, el creciente imperialismo y colonialismo colocó al alcance de los académicos europeos las sociedades primitivas de África e India. Con ello, a finales del siglo XIX, el método corporativo comenzó a considerarse como la base para un estudio íntegramente político.
El siguiente apartado de la obra que sintetizo trata sobre la “Profesionalización de la Ciencia Política en el S.XX”. A finales del S.XIX e inicios del S.XX, el rápido crecimiento y la concentración de la industria en EEUU, propició una situación muy proclive para que se diese la corrupción. En este contexto, una serie de escuelas y autores destacaron y le dieron a la ciencia política un carácter propio y profesional.
La Escuela de Chicago pone de manifiesto que a través de estudios empíricos se pueden alcanzar una investigación genuinamente de ciencia política. Para ello es necesario introducir una estrategia de investigación interdisciplinar, metodologías cuantitativas y una investigación organizada. Uno de los pioneros fue Merriam, que, con la declaración de “Nuevos Aspectos”, comenzó el montaje de un nuevo departamento en la Universidad de Chicago, identificándolo como “una escuela distintiva”. Así se creó el Comité de Investigación en Ciencia Social de la Universidad de Chicago, con el objetivo de proporcionar apoyo financiero a las investigaciones sociales.
Harold Lasswell también fue una personalidad muy destacada, pues puso en práctica el interés de Merriam por la psicología política. Gosnell, por su parte, fue el encargado de hacer el primer experimento en ciencia política: se trató de un estudio de los efectos sobre el voto en un sondeo no partidista. Por ello, podemos considerar a Gosnell y a Lasswell como los que llevaron adelante la revolución en Chicago de la Ciencia Política.
El siguiente apartado que me dispongo a comentar teoriza sobre la “Segunda Guerra Mundial y la revolución conductista de posguerra”. En la Escuela de Chicago, la dimisión de Laswell y Gosnell, así como la jubilación de Merriam, bajó considerablemente la productividad del Departamento de ciencia política de Chicago. La Segunda Guerra Mundial se convirtió en un laboratorio y en una importante experiencia formadora para muchos académicos. Así, durante esta época, se incrementó la demanda de profesionales de la ciencia social para, entre otras cosas: asegurar una alta tasa de producción agrícola e industrial, buscar la mejor forma de reclutar a soldados y licenciarlos posteriormente para que encuentren trabajo en su vida civil, controlar el consumo y la inflación.
Por ello, múltiples técnicas y métodos tuvieron que desarrollarse para luchar contra el impedimento de la propia Guerra, naciendo, así, el método de entrevistas, la técnica estadística, la teoría del muestreo…
En otros nuevos institutos de investigación, como el de Yale, se potenció el estudio de las realciones internacionales, estimulado por el papel americano en el mundo durante la posguerra y posterior Guerra Fría.
Por su parte, la amenaza de una Unión Soviética muy agresiva hacia las nuevas naciones en vías de desarrollo como: Asia, África, Latinoamérica u Oriente Medio, propició la existencia de especialistas en problemas de desarrollo económico y político. Con ello, los departamentos de ciencia política se expandieron rápidamente para encontrar acomodo en estas nuevas exigencias.
La Universidad de Michigan se convirtió en la más importante debido al ingente reclutamiento y formación de politólogos, además de ser pionera en el inicio de la revolución científica en la disciplina de la ciencia política.
La difusión y el perfeccionamiento de la teoría política empírica hizo que se extendieran nuevos métodos de investigación, así, campos como la política comparada o la necesidad de cuantificar se vieron presentes en la ciencia política. Con todo ello, la disciplina de la ciencia política se fue convirtiendo durante estos años en una “profesión moderna”.
Otro gran avance de la ciencia política fue la creación de la Asociación Americana de Ciencia Política (APSA) que se fundó en 1903 y que en la actualidad agrupa a más de 13000 miembros.
La investigación sobre la democracia también ha sido -y es- muy significativa, en gran parte gracias a la dedicación, durante toda su vida, de Robert Dahl al estudio de la democracia.
El tercer capítulo de esta obra trata sobre “La ciencia política en Europa”. Hasta hace poco, la unidad típica en las Universidades europeas consistía en un catedrático individual rodeado de docentes de menor rango y de ayudantes. Sin embargo, en las décadas de posguerra algunas de estas cátedras fueron ampliadas hasta formar verdaderos departamentos.
Muchos estudios demuestran que la Ciencia Política en Europa estuvo asociada a la democratización y a la búsqueda del Estado de Bienestar.
Así, aunque es notorio el impacto de la ciencia política americana en el continente europeo fue crucial, también es cierto que antes de la Segunda Guerra Mundial ya había una tradición de estudios electorales conductistas.
También hay que destacar que las grandes figuras del S.XIX y comienzos del S.XX, que inspiraron a politólogos de América, eran europeos. E incluso muchos fundadores de la ciencia política americana obtuvieron su doctorado en universidades europeas, especialmente en las alemanas.
El fatídico contexto histórico europeo -protagonizado por la Segunda Guerra Mundial, por la irrupción del fascismo y del nazismo- obligó a muchos universitarios europeos de ciencia política a que se tuviesen que trasladar a EEUU.
Sin embargo, esta interdependencia de la ciencia políticas europea con la americana, duró relativamente poco. En los años 60, las viejas Universidades europeas ya se habían reconstruido e incluso se habían fundado muchas nuevas.
Así, cabe destacar que el Comité de Sociología Política de la Asociación Internacional de Sociología (ISA) aunque tuviese esfuerzos americanos, era predominantemente europeo en cuanto a la participación. Con el resurgimiento de las cátedras de ciencia política en Europa y con los estudios comparativos europeos en esta ciencia, se contribuyó a profesionalizar la ciencia política en Europa.
El penúltimo capítulo de esta obra versa sobre las “Perspectivas opuestas de la historia disciplinar”. Podemos considerar que los que rechazan el progreso de nuestra ciencia son los que mantienen una posición anticientífica y los que poseen una perspectiva poscientífica deconstructiva de la ciencia política. Los que, por su parte, rechazan el eclectismo son los marxistas -y sus seguidores- así como los politólogos que realzan la elección racional de la ciencia política.
Los que mantienen una posición anticiencia son los llamados straussianos. Están en contra de las tendencias contemporáneas conductistas de la Ciencia Política. Así, el principal referente de esta corriente, Leo Strauss, presenta un modelo de “ciencia social humanista” que, además de chocar con la posición positivista de Max Weber, afirma que la ciencia política se debe basar en “un diálogo con los grandes filósofos políticos sobre las ideas centrales de la política: la justicia, la libertad, la obligación y demás”. Así, los straussianos califican la ciencia política conductista como una herejía que culmina con la obra de Max Weber, en donde se exalta la visión positivista de esta ciencia.
Por su parte, el postconductismo es una visión que mantienen muchos politólogos contemporáneos. Así, politólogos como David Ricci, sostienen que la “genuina ciencia política” quedó desacreditada por los desórdenes de los anos sesenta y setenta y que sin la sistemática inclusión de valores éticos, esta ciencia está condenada a la desilusión.
La visión marxista y neomarxista afirma que la ciencia política debe llevar la práctica académica al socialismo. Sin embargo, el fin último de los marxistas y otros críticos de izquierdas es la búsqueda de la objetividad a través del profesionalismo de la ciencia política, estableciendo que ésta se basa en las ideas ya formuladas y estudiadas por Karl Marx.
Por último, los que mantienen el enfoque de la elección racional provienen predominantemente de la economía, así, podemos considerar que esta corriente fue fraguada entre los academicistas de ésta ciencia. Estos estudiosos sostienen que fueron los economistas quienes aplicaron en un primer momento los modelos y métodos económicos para analizar temas políticos -como las propias elecciones-. Así, esta corriente, mantienen una perspectiva basada en los axiomas de la propia ciencia económica. Así mismo, este enfoque mantienen que hay que ver como pre-científico todo lo que ocurrió antes, es decir, debe haber una discontinuidad en la historia de la ciencia política.
El autor del texto que sintetizo, Gabriel A. Almond, acaba su obra con una breve conclusión, diciendo que a los historiadores contemporáneos de la ciencia política se les pide que mantengan una actitud pluralista y abierta. También aseguran que hay tantas historias como enfoques distintos en esta disciplina y que cada uno de ellos está aislado.