Del petróleo a los píxeles: la nueva apuesta saudí
Arabia Saudita lleva años intentando reinventarse más allá del petróleo.
Bajo el plan “Visión 2030”, el príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS) busca diversificar la economía e impulsar industrias tecnológicas y culturales.
En esa estrategia, el videojuego se ha convertido en una prioridad nacional.
A través del Public Investment Fund (PIF), su fondo soberano de más de 600.000 millones de dólares, el país ha lanzado una ofensiva sin precedentes para comprar estudios, licencias y plataformas del sector.
En los últimos años, el PIF ha adquirido o invertido en:
- Electronic Arts (EA), por 55.000 millones de dólares,
- Embracer Group, dueña de franquicias como Tomb Raider y The Lord of the Rings,
- Capcom, Take-Two (creadores de GTA), Nintendo, Nexon, NCSoft,
- y compañías de esports como ESL y FaceIt, controlando ya el 40% del mercado global competitivo.
En palabras simples:
“Si piensas en una gran compañía de videojuegos, hay una buena posibilidad de que Arabia Saudita posea una parte de ella.”
De jugador a productor: el sueño personal de MBS
El interés saudí no es puramente económico.
MBS es, según múltiples fuentes, un gamer apasionado. Es fan declarado del EA FC (antiguo FIFA) y ha dicho públicamente que quiere crear “la Disney de los videojuegos”.
Su visión: un imperio cultural donde los videojuegos saudíes proyecten una nueva identidad árabe al mundo.
Mientras Disney usa parques temáticos y películas, Arabia Saudita quiere hacerlo a través de:
- esports y eventos presenciales,
- universos interactivos,
- y franquicias globales con acento árabe.
El país incluso creó el conglomerado Savvy Games Group, con un fondo inicial de 38.000 millones de dólares, para “convertirse en el centro mundial del entretenimiento digital”.
Una jugada estratégica: economía postpetróleo
Más allá del entusiasmo personal, hay una lógica estructural detrás de esta expansión.
Arabia Saudita sabe que su principal fuente de riqueza —el petróleo— tiene fecha de caducidad.
El videojuego, en cambio, es una industria en crecimiento constante, que ya genera más ingresos que:
- el cine,
- la música,
- y las plataformas de streaming combinadas.
El objetivo del gobierno es crear 39.000 empleos en el sector antes de 2030 y convertir el reino en hub regional de desarrollo digital.
Para ello, ha impulsado alianzas con universidades, incluso programas de diseño de videojuegos para mujeres en instituciones locales, algo inédito en el país.
La consigna es clara:
“Del crudo al código.”
Soft power: la partida invisible
Pero el movimiento tiene también una dimensión política y cultural.
Tras invertir miles de millones en fútbol, golf y automovilismo, el régimen saudí ha sido acusado de sportswashing: usar el deporte para limpiar su imagen internacional.
Ahora, su incursión en videojuegos parece una versión 2.0 de la misma estrategia: gamewashing.
Al dominar una industria con 3.000 millones de jugadores globales, Arabia Saudita busca influencia cultural y narrativa.
El país quiere dejar atrás la imagen de desierto y petróleo, y proyectar un nuevo rostro: moderno, creativo y conectado.
Además, con 330 millones de jugadores árabes en el mundo —más que en toda Europa Occidental—, el potencial de mercado es enorme.
El objetivo es desarrollar títulos con mitos, leyendas y estética del Medio Oriente, tal como China lo hizo con su exitoso Black Myth: Wukong.
La expansión cultural: del desierto al metaverso
Esta influencia ya se empieza a notar en la industria:
- Ubisoft anunció que la próxima entrega de Assassin’s Creed se ambientará en una ciudad saudí real, que el gobierno busca posicionar como destino turístico.
- El clásico Fatal Fury incorporó a Cristiano Ronaldo como personaje jugable, una coincidencia curiosa dado que el club saudí de Ronaldo y el estudio del juego pertenecen a entidades ligadas al PIF.
En otras palabras, el videojuego se está convirtiendo en una nueva herramienta diplomática.
Una que mezcla entretenimiento, inversión y propaganda cultural.
¿Un riesgo para la libertad creativa?
El poder saudí en la industria plantea preguntas incómodas.
¿Podría esta influencia limitar la libertad creativa o censurar temas sensibles?
Algunos analistas temen que el fenómeno reproduzca lo ocurrido en Hollywood con China:
los estudios evitan temas “incómodos” para no perder el acceso a un mercado o a sus inversores.
Por ejemplo, The Sims —una franquicia de EA— permite matrimonios del mismo sexo.
¿Seguirá siendo así cuando su principal accionista es un Estado donde la homosexualidad es ilegal?
Por ahora, no hay señales de censura directa, pero los expertos creen que podría haber una “saudificación suave” de los contenidos:
más juegos ambientados en el Golfo, menos narrativas occidentales y una agenda cultural más controlada.
El videojuego como arma geopolítica
En el siglo XXI, el poder no solo se mide por el ejército o el petróleo, sino por la capacidad de influir en la imaginación global.
Y los videojuegos son hoy la forma de entretenimiento más influyente del planeta.
Arabia Saudita lo ha entendido: dominar esta industria no solo genera dinero, sino que construye prestigio, poder blando y control narrativo.
Cada estudio comprado, cada torneo patrocinado y cada franquicia adquirida acerca al reino a ese objetivo.
La nueva frontera del poder saudí
El reino que durante un siglo exportó petróleo ahora exporta cultura digital.
En lugar de pozos, perfora en el terreno de los videojuegos; en lugar de refinerías, construye estudios de desarrollo.
Pero la pregunta final sigue abierta:
¿es esta una revolución cultural genuina o una sofisticada estrategia de lavado de imagen?
El resultado dependerá de si Arabia Saudita logra que su inversión genere creatividad y talento local, y no solo control sobre la cultura global.
Porque dominar los videojuegos no es solo ganar una partida:
es reescribir las reglas del juego mundial.
