Mientras las bolsas europeas cierran una de sus semanas más volátiles del año, los bancos del continente vuelven al centro del debate. Las recientes turbulencias en el sistema financiero estadounidense, sumadas al desplome de algunos bonos soberanos, han reavivado la duda que Europa creía haber enterrado: ¿de verdad es estable su sistema bancario?
Los reguladores europeos insisten en que sí. El Banco Central Europeo (BCE) afirma que la banca de la eurozona es “más sólida que nunca”, gracias a mayores ratios de capital y a la supervisión reforzada tras la crisis de 2008 (BCE, 2024). Pero varios analistas advierten que la confianza en el sistema es más una narrativa que una realidad, una ficción útil para mantener la calma en un entorno cada vez más incierto.
De la crisis del 2008 al espejismo de la fortaleza
Europa aprendió duras lecciones de la crisis financiera global. Los rescates a bancos en España, Italia y Alemania dejaron cicatrices políticas y sociales que aún no se borran. Desde entonces, el BCE y la Autoridad Bancaria Europea (EBA) han elevado los requisitos de capital y liquidez, implementado pruebas de resistencia más exigentes y creado mecanismos de resolución comunes.
Sobre el papel, todo parece más seguro. Los bancos europeos tienen una ratio de capital CET1 promedio del 15,4 %, frente al 9 % en 2008 (EBA, 2025). Sin embargo, esta fortaleza aparente oculta nuevas vulnerabilidades estructurales. La banca europea depende cada vez más de deuda soberana doméstica y de instrumentos de liquidez del propio BCE. En la práctica, la salud del sistema financiero depende del mismo Estado que supuestamente debería rescatarlo si algo falla.
El economista Charles Goodhart (2023) lo resume con ironía: “Europa no ha roto el vínculo entre bancos y deuda soberana, solo lo ha institucionalizado”.” La interconexión entre riesgo público y riesgo bancario sigue siendo el talón de Aquiles del continente.
El fantasma de los bonos y el espejismo de la liquidez
El origen del actual nerviosismo no está en los créditos hipotecarios, sino en los bonos públicos. La subida de tipos de interés desde 2022 redujo drásticamente el valor de los bonos a largo plazo que muchos bancos europeos mantienen en sus balances. Lo que antes era un activo seguro se ha convertido en una bomba de relojería contable.
En Estados Unidos, ese mismo fenómeno precipitó la caída del Silicon Valley Bank y otras entidades medianas en 2023. En Europa, el impacto se ha amortiguado gracias a los programas de liquidez del BCE, pero las pérdidas latentes siguen ahí. Según datos de la Autoridad Bancaria Europea (2025), los bancos de la eurozona acumulan más de 600.000 millones de euros en pérdidas no realizadas sobre bonos soberanos.
El problema no es inmediato, pero sí estructural. Si los tipos se mantienen altos y los depósitos comienzan a moverse hacia productos mejor remunerados, la rentabilidad bancaria se deteriorará. La aparente estabilidad de hoy podría ser la fragilidad de mañana.
España: la calma tensa de un sistema hiperconcentrado
España se presenta como uno de los países con una banca más sólida de Europa. Los ratios de capital de Santander, BBVA y CaixaBank cumplen holgadamente con los estándares europeos, y el volumen de morosidad se mantiene por debajo del 3,5 % (Banco de España, 2024). Pero la concentración del sector en apenas tres grandes entidades aumenta el riesgo sistémico.
En caso de tensión, no habría margen para rescates selectivos: un problema en uno de los grandes bancos afectaría a todo el sistema. Además, la exposición de las entidades españolas al mercado inmobiliario sigue siendo significativa. Aunque los tipos de interés altos han reducido la demanda de hipotecas, los bancos continúan dependiendo del crédito inmobiliario como principal motor de beneficio (BBVA Research, 2025).
El economista Daniel Lacalle (2024) advierte que “España ha cambiado la burbuja de crédito por una burbuja de deuda pública”. El sistema bancario, en efecto, posee una gran parte de los bonos del Tesoro español, lo que lo hace vulnerable ante cualquier pérdida de confianza en la deuda soberana.
La ilusión del capital y la fragilidad del modelo europeo
La banca europea presume de capitalización, pero buena parte de esa fortaleza es contable. Los bancos incluyen en sus ratios de capital activos intangibles y valoraciones de mercado que podrían evaporarse en una crisis de confianza.
El modelo de supervisión europea, aunque más integrado que hace una década, sigue fragmentado por fronteras nacionales. Los grandes bancos operan bajo licencias europeas, pero sus rescates dependen de los gobiernos nacionales. Esta dualidad convierte a la “unión bancaria” en un sistema a medio construir, más político que financiero (Quatrepoint, 2024).
Además, el contexto macroeconómico agrava la tensión. La ralentización del crecimiento en Alemania, el repunte de la morosidad en Italia y el estancamiento de los márgenes en Francia erosionan la rentabilidad del sector. Los bancos europeos, incapaces de competir con los gigantes estadounidenses en escala y tecnología, recurren cada vez más a fusiones internas y ajustes laborales.
El precio de la confianza
La estabilidad bancaria es, en última instancia, un asunto de percepción colectiva. Mientras los depositantes crean en el sistema, las cifras resistirán. Pero esa fe depende de la capacidad de los reguladores para anticipar crisis, no solo reaccionar a ellas.
El problema es que la banca moderna, apalancada sobre expectativas digitales, puede enfrentarse a corridas bancarias en tiempo real. Las aplicaciones móviles permiten transferir miles de millones en minutos, lo que hace que una crisis de confianza sea más rápida y contagiosa que nunca. El caso del SVB lo demostró: un pánico digital puede hundir una entidad antes de que el banco central reaccione.
Europa confía en que su marco de resolución bancaria evitaría ese escenario, pero los expertos dudan. “Ninguna regulación puede detener una fuga de depósitos impulsada por el miedo”, señala el analista Patrick Honohan (2024). “Solo puede retrasarla.”
El riesgo moral de la complacencia
La retórica oficial sobre la fortaleza del sistema genera un riesgo moral. Cuanto más se repite que los bancos son seguros, más se relajan las prácticas de supervisión y más se incentiva el exceso de riesgo. Los mercados financieros, impulsados por la liquidez del BCE, han vuelto a premiar la especulación.
Desde 2023, los dividendos bancarios europeos han alcanzado máximos históricos, mientras la inversión en digitalización y resiliencia cibernética sigue rezagada (PwC, 2024). En otras palabras, los bancos distribuyen beneficios en lugar de prepararse para el próximo shock.
Este comportamiento no es nuevo. En los años previos a la crisis de 2008, los reguladores también creían haber domado el riesgo sistémico. Hoy, el discurso es casi idéntico: capital elevado, liquidez abundante y sistemas más robustos. Pero el ciclo financiero tiene memoria corta.
¿Y si el próximo temblor no viene de fuera, sino de dentro?
Europa suele verse a sí misma como víctima de crisis importadas: primero desde Wall Street, luego desde los mercados emergentes. Pero las señales actuales apuntan a un riesgo interno. La exposición cruzada entre deuda pública, bonos corporativos y activos inmobiliarios forma una red de vulnerabilidades que ningún regulador controla completamente.
Un ajuste brusco en los tipos de interés, una ola de impagos o una caída repentina del crédito corporativo podrían desencadenar un nuevo episodio de inestabilidad. No sería un colapso repentino, sino una erosión lenta de la confianza.
El economista Nouriel Roubini (2023) advierte que “las crisis ya no estallan, se infiltran. Se acumulan silenciosamente hasta que lo improbable se vuelve inevitable.” En ese sentido, la estabilidad europea podría ser la antesala del próximo desequilibrio.
Conclusión: estabilidad aparente, vulnerabilidad real
Europa celebra la fortaleza de su sistema bancario, pero lo hace sobre una base inestable. Los reguladores han reforzado los mecanismos técnicos, aunque no han resuelto las causas estructurales del riesgo: concentración, dependencia del Estado, y exceso de confianza en el relato de seguridad.
España, al igual que el resto del continente, vive una calma tensa. Los indicadores son positivos, pero la economía real sigue anclada en la deuda y la dependencia de tipos bajos. Si la estabilidad financiera depende de que nada cambie, entonces no es estabilidad, sino inmovilidad disfrazada de éxito.
Europa ha evitado la crisis, sí, pero quizás solo la ha aplazado.
Referencias
Banco Central Europeo (BCE). (2024). Financial Stability Review 2024. Frankfurt: BCE.
Banco de España. (2024). Informe Anual 2024: Sistema financiero y crédito. Madrid: Banco de España.
BBVA Research. (2025). Situación Banca Española 2025. Madrid: BBVA.
EBA. (2025). European Banking Risk Dashboard. París: European Banking Authority.
Goodhart, C. (2023). The Great Demographic Reversal: Money, Inflation, and the Next Financial Crisis. Palgrave Macmillan.
Honohan, P. (2024). Bank Runs in the Digital Age: Lessons from 2023. European Economic Policy Review.
Lacalle, D. (2024). Europa ante el espejo financiero. Madrid: Deusto.
PwC. (2024). European Banking Outlook 2024. Londres: PwC.
Quatrepoint, J.-M. (2024). L’Europe face à la désindustrialisation. París: Gallimard.
Roubini, N. (2023). Megathreats: The Ten Trends That Imperil Our Future. John Wiley & Sons.
The Guardian. (2025). US dollar slides amid market volatility; European banks under pressure. Recuperado de theguardian.com
