En los últimos años, el sistema financiero mundial ha comenzado a experimentar un cambio paulatino, pero significativo. Mientras Estados Unidos mantiene la supremacía de su moneda como reserva global, China ha iniciado un proceso sistemático para convertir el yuan en una alternativa internacional al dólar.
Lo que comenzó como una ambición política bajo el liderazgo de Hu Jintao y Xi Jinping, se ha transformado en una estrategia de largo plazo con implicaciones comerciales, financieras y geopolíticas que podrían redefinir el equilibrio económico global en las próximas décadas.
El proyecto, conocido dentro del Partido Comunista Chino (PCCh) como la “internacionalización del yuan”, busca reducir la dependencia del sistema financiero occidental y dotar a Pekín de una herramienta de poder monetario equivalente a la que Washington ha ejercido durante más de 70 años.
De la fábrica del mundo al banquero global
China es, desde 2009, el mayor exportador del planeta y, desde 2013, el mayor comerciante de bienes. Sin embargo, hasta hace poco, su moneda apenas tenía relevancia fuera de sus fronteras.
Mientras el mundo compraba productos “Made in China”, lo hacía pagando en dólares estadounidenses. Esa contradicción —una economía gigante sustentada en la divisa de su rival estratégico— se convirtió en una vulnerabilidad estructural para Pekín.
La razón principal era la existencia de controles de capital, mecanismos mediante los cuales el Gobierno restringía la entrada y salida de dinero del país. Para los inversores extranjeros, eso implicaba riesgo e incertidumbre: incluso si invertían en yuanes, no tenían garantías de poder retirar sus fondos libremente.
Durante los años noventa y dos mil, esta política fue conveniente para China. El control cambiario permitió mantener un yuan subvaluado, impulsando la competitividad de sus exportaciones. A cambio, el país acumuló enormes reservas en dólares, que recicló en bonos del Tesoro estadounidense.
Sin embargo, la crisis financiera global de 2008 alteró la ecuación. La inestabilidad de Wall Street y el uso creciente de sanciones financieras por parte de Washington tras el 11-S alertaron a Pekín: depender del dólar era depender de la política exterior norteamericana.
La primera ofensiva del yuan
A partir de 2010, China lanzó su primer intento de internacionalización.
El plan se apoyó en tres pilares:
- Préstamos y bonos en yuanes:
Pekín comenzó a ofrecer créditos en su propia moneda a países en desarrollo, especialmente a socios del programa Belt and Road Initiative (BRI). Además, permitió la emisión de bonos “dim sum” —deuda denominada en yuanes emitida fuera de China— y de bonos “panda”, títulos extranjeros emitidos dentro del mercado chino. - Líneas de intercambio (“swap lines”) entre bancos centrales:
China firmó acuerdos con más de 30 países, incluidos el Reino Unido, la Unión Europea, Rusia y Brasil. Estas líneas permiten intercambiar monedas locales por yuanes a un tipo de cambio estable, garantizando liquidez y confianza. - Infraestructura financiera propia:
Pekín creó el Sistema de Pagos Internacionales en Yuanes (CIPS), una alternativa al sistema SWIFT, dominado por Occidente. También inició proyectos de pagos digitales transfronterizos como mBridge, en colaboración con bancos centrales de Asia y Oriente Medio.
El objetivo era construir un ecosistema monetario paralelo que permitiera a los países comerciar con China sin pasar por el dólar.
No obstante, los resultados iniciales fueron modestos. Hacia 2015, el yuan representaba menos del 3 % de las reservas globales, y su uso en el comercio internacional seguía siendo marginal. La falta de apertura total del mercado financiero chino y la fortaleza del dólar tras la crisis de 2008 frenaron la expansión.
De la frustración a la oportunidad: un nuevo impulso
La situación comenzó a cambiar en la década de 2020.
Desde 2022, el yuan ha experimentado un crecimiento acelerado en su uso internacional. Según los últimos datos del Banco Popular de China, el 7 % del comercio mundial ya se realiza en yuanes, frente al 2 % registrado apenas dos años antes. Además, la mitad del comercio exterior chino se factura en su propia moneda, una cifra récord.
El volumen de préstamos internacionales en yuanes se triplicó entre 2022 y 2024, y el sistema CIPS procesa más de 50 billones de yuanes trimestralmente, el doble que en 2022. Más de 1.700 bancos de 100 países están ya conectados a esta red.
Detrás de esta expansión hay tanto factores internos como presiones externas.
Por un lado, China ha flexibilizado algunos controles de capital y ha ampliado su infraestructura de pagos para atraer a nuevos participantes. Por otro, la política económica de Estados Unidos —con sanciones a Rusia, tensiones con Irán y medidas proteccionistas impulsadas por la administración Trump— ha llevado a muchos países a buscar alternativas al dólar para blindarse de eventuales represalias financieras.
El yuan como arma diplomática
La geopolítica del yuan es hoy una pieza central en la estrategia de Pekín.
A través de su red de créditos e inversiones, China ofrece a países de Asia, África y América Latina financiamiento sin condiciones políticas y, cada vez más, denominado en su propia moneda.
En África, los nuevos acuerdos con Egipto, Kenia y Etiopía ya prevén operaciones comerciales en yuanes. En América del Sur, Brasil y Argentina han firmado convenios para liquidar parte de su comercio bilateral con China sin pasar por el dólar. En Oriente Medio, acuerdos energéticos con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos avanzan en la misma dirección.
Este movimiento, que muchos economistas denominan “diplomacia del yuan”, busca algo más que influencia económica: pretende crear una zona monetaria alternativa, menos dependiente del sistema financiero occidental y menos vulnerable a sanciones estadounidenses.
Los límites del ascenso
A pesar del progreso, el yuan aún está lejos de destronar al dólar.
La moneda china carece de libre convertibilidad, y el sistema financiero del país sigue siendo altamente intervenido por el Estado. Los inversores extranjeros continúan viendo con cautela la opacidad regulatoria y la falta de independencia del Banco Popular de China.
Además, el atractivo del dólar se mantiene gracias a la profundidad y liquidez de los mercados estadounidenses, algo que ningún otro país ha conseguido replicar.
Incluso tras crisis políticas o financieras, la moneda estadounidense conserva su papel de refugio global.
Otro obstáculo es la confianza institucional. El predominio del dólar se sostiene no solo por la fortaleza económica de Estados Unidos, sino también por su sistema jurídico transparente y su protección a la propiedad privada. En China, el control político sobre el capital sigue siendo un factor disuasorio para los grandes fondos internacionales.
El efecto red: el ciclo del poder monetario
Sin embargo, la tendencia emergente favorece al yuan.
Los economistas hablan del “efecto red”: cuanto más se utiliza una moneda, más útil y atractiva se vuelve, lo que a su vez impulsa su adopción. Es el mismo mecanismo que ha mantenido la hegemonía del dólar desde mediados del siglo XX.
La expansión del yuan en los mercados energéticos —especialmente en el comercio de petróleo y gas con Rusia y Oriente Medio— refuerza este efecto.
Desde que Moscú fue desconectado de SWIFT en 2022, el yuan se ha convertido en la moneda de referencia para las transacciones ruso-chinas, desplazando casi por completo al dólar en ese corredor comercial.
Aunque aún representa una fracción del sistema global, el crecimiento exponencial del uso del yuan sugiere que la multipolaridad financiera ya no es un escenario hipotético, sino una realidad en formación.
El horizonte multipolar
La internacionalización del yuan no pretende reemplazar al dólar de inmediato, sino crear un mundo con varios polos monetarios. En este nuevo esquema, diferentes regiones operarían con divisas dominantes propias: el dólar en América y parte de Europa, el euro en la Unión Europea, y el yuan en Asia, África y gran parte del mundo en desarrollo.
Si ese proceso se consolida, la hegemonía financiera de Estados Unidos podría diluirse gradualmente, dando paso a un sistema más fragmentado, pero también más representativo del peso económico real de cada región.
No obstante, este nuevo equilibrio implicará tensiones.
El auge del yuan plantea preguntas sobre la seguridad financiera global, la transparencia del sistema chino y la competencia tecnológica entre redes de pagos.
El control que China ejerce sobre su moneda le permite usarla no solo como herramienta económica, sino también como instrumento de poder político, una capacidad que hasta ahora había sido exclusiva del dólar.
La larga marcha del yuan
La internacionalización del yuan no es un sprint, sino una marcha prolongada, cuidadosamente planificada por Pekín desde hace dos décadas.
El proceso es lento, pero constante, y refleja la ambición de China de ocupar un papel central no solo en la producción y el comercio mundial, sino también en la arquitectura financiera global.
Hoy, el dólar sigue siendo la moneda dominante, pero por primera vez en generaciones, su supremacía tiene un rival estructurado, disciplinado y paciente.
El yuan avanza sin estridencias, construyendo redes, ganando aliados y consolidando su presencia.
Quizá aún falten muchos años para que el mundo gire alrededor de la moneda china. Pero si algo ha demostrado la historia reciente, es que la economía global ya no tiene un único centro, y que el sonido del poder financiero empieza a hablar, poco a poco… en mandarín.
