El Banco Central Europeo no da tregua.
La entidad financiera elevó los tipos de interés este jueves en un cuarto de punto, situándolos en el 4.5%, el nivel más alto desde 2001. A pesar de los modestos indicadores de crecimiento en la zona euro, la institución con sede en Fráncfort no se dejó influenciar y tomó la decisión de aumentar las tasas de interés por décimo mes consecutivo, la mayor serie de incrementos desde la creación del euro. Esta medida envía un mensaje claro de combate a la inflación, aunque también genera debate sobre si se está yendo demasiado lejos y repitiendo errores del pasado que requirieron mucho tiempo y esfuerzo para corregir.
Los economistas del Banco Central Europeo redujeron sus proyecciones de crecimiento económico de manera significativa. Ahora pronostican un repunte del 0.7% en la zona euro para 2023 (anteriormente era del 0.9%), un 1.0% en 2024 (anteriormente el 1.5%) y un 1.5% en 2025, una décima menos de lo previsto. En total, estas revisiones recortan ocho décimas de sus estimaciones anteriores. Además, la perspectiva de inflación empeora, con una previsión de inflación media del 5.6% para este año y del 3.2% para el próximo (dos décimas más en ambos casos), aunque se mejora ligeramente para 2025, cuando se espera que se ubique en el 2.1%, prácticamente en línea con el objetivo de estabilidad de precios del banco, que es del 2%. Tras el anuncio del BCE, el euro se depreció ligeramente en relación al dólar, cotizando a 1.07 dólares.
Por primera vez en más de un año de endurecimiento de la política monetaria, el BCE se mostró reacio a revelar su próximo paso, sugiriendo que dependerá de la evolución de los datos económicos. Los analistas se debatían entre la interrupción prematura y la continuación de la subida de tasas. Había divisiones entre quienes abogaban por la primera pausa en 14 meses y aquellos que preferían un último aumento antes del otoño. Se presentaban dos argumentos para respaldar cada decisión: uno sostenía que los aumentos de tasas ya estaban reduciendo el crédito y enfriando la economía, lo que allanaba el camino hacia tasas de inflación más normales sin necesidad de subir más los tipos. El otro argumento se basaba en la alta inflación persistente, que superaba con creces el objetivo de estabilidad de precios del banco.
A pesar de la desaceleración económica y el riesgo de recesión en algunos países como Países Bajos e Italia, el BCE priorizó la lucha contra la inflación sobre el crecimiento del PIB. La balanza finalmente se inclinó hacia la necesidad de controlar la inflación, dados los datos numéricos que mostraban precios aún descontrolados.
Para los críticos, la decisión de Lagarde y su equipo de llevar los tipos de interés a máximos del siglo XXI se asemeja a un controvertido episodio de la historia médica, donde se prescribía una enfermedad para combatir otra. Aunque el aumento de los tipos de interés se considera una solución efectiva contra la inflación, sus efectos suelen tardar en notarse y pueden tener consecuencias perjudiciales, como una recesión económica y un aumento en las cuotas hipotecarias para los hogares endeudados con hipotecas variables.