La paradoja del siglo XXI

¿Se está pareciendo Estados Unidos a China?

Estados Unidos y China, antaño polos opuestos, muestran hoy un inquietante proceso de convergencia política, económica y social que redefine el orden global

China y EEUU
China y EEUU 24h

Del mito de los opuestos al espejo compartido

Durante décadas, Estados Unidos y China fueron presentados como antagonistas ideológicos irreconciliables:
el primero, la cuna del capitalismo liberal y la democracia representativa; el segundo, el paradigma del socialismo autoritario y el control estatal.

Sin embargo, esa narrativa binaria empieza a resquebrajarse.
En los últimos años, los dos gigantes han mostrado una convergencia sorprendente en cinco ámbitos clave:
la economía, el poder político, la política exterior, la libertad de expresión y la inmigración.

Lejos de una lucha entre sistemas, el mundo parece presenciar un proceso de imitación mutua, donde Washington y Pekín adoptan rasgos del otro para sostener su poder en un contexto de rivalidad global.

Economía: del libre mercado al capitalismo dirigido

Tradicionalmente, la economía estadounidense ha sido el símbolo del libre mercado, mientras China representaba el capitalismo de Estado.
Pero esa línea divisoria se ha difuminado.

En la última década, ambos gobiernos han incrementado su intervención económica de manera inédita:

  • Bajo Donald Trump, Washington impuso aranceles masivos sobre productos chinos y subvencionó industrias estratégicas, una política de proteccionismo industrial que recuerda a los planes quinquenales chinos.
  • Con Joe Biden, el Estado ha profundizado ese giro mediante la Inflation Reduction Act y la CHIPS Act, que canalizan subvenciones y créditos fiscales hacia sectores como los semiconductores, las energías renovables y la manufactura avanzada.

China, por su parte, ha hecho el camino inverso:
aunque el Partido Comunista mantiene el control macroeconómico, el sector privado ya representa más del 60% del PIB y lidera la innovación en áreas como la inteligencia artificial o los vehículos eléctricos.

La paradoja es clara:
Estados Unidos adopta un capitalismo planificado con tintes estratégicos, mientras China se liberaliza parcialmente para mantener competitividad global.

Incluso la toma de participaciones estatales en empresas privadas, una práctica típica de Pekín, ha empezado a reproducirse en Washington:
en 2024, el Pentágono adquirió un 15% de MP Materials (tierras raras), un 10% de Intel (semiconductores) y un 5% de Lithium Americas (litio).
Es la primera vez que el gobierno estadounidense invierte directamente en empresas privadas sin que haya una crisis de rescate.

En materia industrial, Estados Unidos parece aprender de China, y China, de Estados Unidos, en un fenómeno que redefine el concepto mismo de “capitalismo moderno”.

Política interna: el ascenso del presidencialismo imperial

El segundo punto de convergencia se da en el poder político.
En China, el Partido Comunista concentra toda la autoridad bajo la figura de Xi Jinping.
En Estados Unidos, la presidencia se ha convertido progresivamente en una institución casi monárquica.

El fenómeno no comenzó con Trump, pero alcanzó su punto álgido bajo su administración.
Trump erosionó los contrapesos institucionales, purgó adversarios políticos dentro del aparato estatal y centralizó la toma de decisiones bajo el argumento de “seguridad nacional”.

Desde los años 60, el poder ejecutivo estadounidense no ha dejado de expandirse, fenómeno que el historiador Arthur Schlesinger llamó “la presidencia imperial”.
Las crisis —desde el 11-S hasta la pandemia— han servido como justificación para extender la autoridad ejecutiva, de manera análoga al control centralizado del Partido Comunista Chino durante las crisis nacionales.

Hoy, Washington y Pekín comparten una estructura de poder más concentrada y vertical de lo que admitirían sus discursos oficiales.

Política exterior: del idealismo al pragmatismo estratégico

La diplomacia estadounidense ha sido históricamente expansionista e idealista, empeñada en exportar democracia y derechos humanos.
Pero eso ya no es prioridad.

Tanto Trump como una parte creciente del Congreso abogan por una política exterior no intervencionista, centrada en los intereses nacionales más que en los valores universales.
Esto se asemeja notablemente a la doctrina china de “no injerencia”, basada en evitar conflictos extranjeros y respetar la soberanía de otros regímenes, independientemente de su carácter autoritario.

Además, ambos países están redibujando sus esferas de influencia:

  • China se enfoca en el Mar de China Meridional, Taiwán y Asia Central.
  • Estados Unidos en América Latina, Canadá y México, adoptando una visión de “patio trasero” similar a la de Pekín.

En la práctica, ambos priorizan el control regional sobre la expansión ideológica, sustituyendo la diplomacia moral por la diplomacia de poder.

Libertad de expresión: censura suave y control digital

En este terreno, las diferencias aún son grandes, pero la brecha se acorta.
El gobierno chino mantiene una censura total a través del “Gran Cortafuegos” y una vigilancia digital omnipresente.

En Estados Unidos, la censura no es estatal, sino corporativa y algorítmica.
Durante el mandato de Trump, el gobierno revocó visados y bloqueó contenidos digitales considerados “antipatrióticos”.
Y tanto bajo Trump como bajo Biden, las grandes plataformas tecnológicas (X, Meta, YouTube) han sido presionadas para moderar discursos considerados peligrosos o desinformativos.

Así, aunque Estados Unidos sigue siendo una democracia liberal, el control del discurso público se ha convertido en una herramienta política compartida con regímenes autoritarios.

Inmigración y nacionalismo: la identidad como frontera

En el discurso oficial, Estados Unidos sigue siendo “la nación de los inmigrantes”, pero su política migratoria es cada vez más restrictiva.
El gobierno de Trump endureció los visados, limitó la naturalización y acentuó la retórica identitaria.

Algunos asesores, como J.D. Vance, incluso defendieron una visión étnico-histórica de la ciudadanía, afirmando que “quienes descendemos de los que lucharon en la Guerra Civil tenemos más derecho a América que otros ciudadanos recientes”.

Este nacionalismo excluyente recuerda a la concepción china de ciudadanía, basada en la homogeneidad cultural y el linaje histórico, más que en la integración cívica.

Aunque Estados Unidos no ha dejado de ser una sociedad plural, la deriva nacionalista marca una ruptura con su ethos fundacional y un punto de contacto inquietante con el autoritarismo chino.

Conclusión: dos potencias, un mismo espejo

La idea de que China y Estados Unidos representan modelos opuestos de civilización se está quedando obsoleta.
Ambos países están aprendiendo mutuamente sus estrategias de poder, adoptando mecanismos de control, intervención económica y centralización política.

En China, el capitalismo se ha vuelto indispensable para mantener el autoritarismo.
En Estados Unidos, el intervencionismo estatal y el nacionalismo económico se han vuelto indispensables para sostener su hegemonía.

El resultado es una hibridación ideológica:
un capitalismo estatal global donde la eficiencia pesa más que la libertad y el pragmatismo sustituye al idealismo.

Así, el siglo XXI no enfrenta tanto una guerra entre sistemas, sino una fusión de ellos.
La pregunta que queda abierta no es si América se parece a China, sino si el mundo entero está empezando a parecerse a ambos.