Un giro inesperado en el corazón del sur de Europa
Mientras países como España, Alemania o Francia experimentan con la semana laboral de cuatro días para mejorar la productividad y el bienestar, Grecia ha decidido ir en dirección contraria.
El Parlamento griego aprobó recientemente una ley que permite jornadas de hasta 13 horas diarias y semanas de seis días en sectores específicos.
El gobierno conservador de Kyriakos Mitsotakis defiende la medida como una forma de “modernizar” el mercado laboral y reducir el trabajo no declarado.
Pero para los sindicatos y gran parte de la sociedad, es una legalización del agotamiento, una vuelta al pasado que amenaza con perpetuar salarios bajos, precariedad y fuga de talento.
De la crisis financiera al espejismo de la recuperación
Para entender este giro, hay que volver atrás.
En los años 70, Grecia comenzó a acumular deuda pública masiva.
Cuando entró en la eurozona en 2001, su deuda ya superaba el 97% del PIB, una de las más altas del mundo.
La adopción del euro redujo los costes de financiación y fomentó aún más el endeudamiento.
La crisis financiera global de 2008 detonó el colapso:
- Los mercados cerraron el acceso al crédito.
- El país fue rescatado por la UE y el FMI a cambio de durísimas medidas de austeridad.
- Entre 2009 y 2014, el PIB cayó un 25%, el desempleo alcanzó el 28%, y los salarios reales se desplomaron más del 30%.
A pesar de múltiples rescates, la deuda siguió aumentando hasta superar el 200% del PIB.
Durante años, Grecia se convirtió en el símbolo de la austeridad europea.
Un rebote frágil y mal interpretado
En los últimos años, los titulares han hablado de un “renacimiento griego”.
De hecho, entre 2021 y 2024, la economía creció más rápido que la media de la eurozona, y la deuda bajó al 163,9% del PIB.
Pero, según un estudio de la London School of Economics (LSE), esa recuperación es más aparente que real.
El crecimiento se concentra en sectores intensivos en mano de obra —como turismo, hostelería y restauración—, donde la productividad es muy baja y los salarios están estancados.
Entre 2009 y 2023:
- El empleo turístico aumentó 87%,
- Pero el valor añadido del sector solo creció 11%,
- Mientras la productividad cayó 16% y los salarios reales bajaron hasta 35% (60% en el turismo).
En otras palabras, más gente trabaja más horas para producir menos valor.
Un país que trabaja mucho y gana poco
El mito de que los griegos “no trabajan lo suficiente” ha sido repetido durante años en Europa, pero los datos lo desmienten.
Según la OCDE, en 2023 los griegos trabajaron unas 1.950 horas anuales, más que los alemanes, franceses o neerlandeses, y quintos en el ranking mundial.
Además, uno de cada cinco trabaja más de 45 horas semanales, la tasa más alta de toda la UE.
Pese a ello, Grecia ocupa el penúltimo lugar en poder adquisitivo del bloque.
Casi la mitad de los hogares no puede cubrir necesidades básicas, y el salario mínimo —aunque ha subido varias veces— no compensa la inflación acumulada.
Ante este panorama, más de un millón de trabajadores cualificados han emigrado desde 2010.
El país sufre una grave fuga de cerebros y un envejecimiento acelerado:
la tasa de fertilidad es de 1,3 hijos por mujer, y se estima que la población podría reducirse un 25% para 2070.
Las reformas de Mitsotakis: flexibilidad o explotación
Desde su llegada al poder en 2019, el gobierno de Nueva Democracia ha impulsado una serie de reformas laborales bajo la bandera de la “modernización”:
- Creación de una tarjeta digital de trabajo para registrar horas y horas extra.
- Reconocimiento del teletrabajo y del derecho a desconectarse.
- Reducción de cotizaciones sociales para fomentar la contratación.
- Incrementos moderados del salario mínimo, aunque siempre por debajo de la inflación.
Sin embargo, las medidas más polémicas llegaron en 2023 y 2024:
- Semana laboral de seis días (hasta 48 horas) en ciertos sectores.
- Ley “Fair Work for All”, que permite jornadas de 13 horas diarias en “circunstancias excepcionales”.
El gobierno sostiene que esto formaliza horas extra que ya se hacían de forma ilegal, garantizando su pago y registro.
Los sindicatos, en cambio, denuncian que se institucionaliza el abuso y se debilita la negociación colectiva.
Además, la fiscalización laboral es casi inexistente:
los inspectores son pocos, las multas bajas y las denuncias escasas, por miedo al despido.
En la práctica, el trabajador no tiene poder real para rechazar una jornada extendida.
El riesgo de una trampa económica y demográfica
A primera vista, más horas de trabajo pueden inflar temporalmente el PIB, pero los economistas advierten que el efecto neto será negativo.
Tres razones explican por qué:
- Productividad decreciente:
Las largas jornadas reducen la eficiencia, aumentan los errores y provocan agotamiento físico y mental. - Fuga de talento:
Los jóvenes cualificados —ya propensos a emigrar— abandonarán aún más el país en busca de mejores condiciones en el extranjero. - Crisis demográfica agravada:
Con menos tiempo y estabilidad, las familias tendrán menos hijos, acelerando el colapso del sistema de pensiones.
En suma, la estrategia del gobierno puede sostener el corto plazo, pero socava las bases del desarrollo futuro.
El dilema griego: más horas o más valor
El problema de Grecia no es que sus ciudadanos trabajen poco, sino que trabajan mucho en sectores de bajo valor añadido.
Sin una apuesta seria por tecnología, educación e innovación, alargar las jornadas solo perpetuará el círculo vicioso de bajos salarios y baja productividad.
La experiencia internacional —desde Alemania hasta los países nórdicos— muestra que las economías más productivas tienden a trabajar menos horas, no más.
La clave está en invertir en capital humano y eficiencia, no en exprimir tiempo laboral.
Conclusión: un país que busca progreso en la dirección equivocada
La jornada de 13 horas es el síntoma de una política económica agotada, más preocupada por las cifras macroeconómicas que por la calidad de vida de sus ciudadanos.
Grecia logró salir de la crisis de deuda, pero sigue atrapada en un modelo precario: dependiente del turismo, mal pagado y con una población que envejece.
En lugar de mirar hacia un futuro más productivo e inclusivo, el gobierno parece revivir la lógica del sacrificio perpetuo: trabajar más, cobrar menos y esperar un milagro.
Pero como advierten los propios economistas griegos, ninguna economía moderna se reconstruye a base de agotamiento.
Si Grecia quiere ser verdaderamente competitiva, debe dejar de medir su éxito en horas y empezar a hacerlo en valor.
