Del “take back control” al “¿por qué nos fuimos?”

El verdadero motivo por el que el Reino Unido quiere volver a la Unión Europea

Nueve años después del referéndum, el Reino Unido enfrenta los costos de un Brexit que no cumplió sus promesas y que ahora reabre el debate sobre una posible reconciliación con Europa

 

Londres
Londres 24h

De la ilusión al desencanto: el legado roto del Brexit

El 23 de junio de 2016, el Reino Unido decidió, por un estrecho 52% frente al 48%, abandonar la Unión Europea.
Sus defensores prometieron prosperidad, control migratorio y soberanía nacional, un “nuevo amanecer” para una nación libre de Bruselas.

Nueve años después, esas promesas se han desmoronado.
El coste promedio por persona ronda los 2.000 euros, se han perdido casi 2 millones de empleos, y lejos de reducirse, la inmigración ha alcanzado máximos históricos: más de 4 millones de personas han llegado al país desde 2016.

El resultado es una sensación de engaño colectivo.
Solo 13% de los británicos considera hoy que el Brexit ha sido un éxito, y casi la mitad de la población cree que la UE debería ser nuevamente el principal socio comercial del Reino Unido.

El péndulo político, que hace menos de una década se movía hacia el nacionalismo, vuelve ahora hacia el pragmatismo europeo.

Una ruptura con raíces históricas y psicológicas

Para entender por qué se produjo el Brexit —y por qué muchos ahora quieren revertirlo— es necesario recordar que el euroescepticismo británico no nació en 2016, sino que forma parte de la identidad nacional.

A diferencia de Francia o Alemania, que vieron en la integración europea un proyecto de paz tras la Segunda Guerra Mundial, Reino Unido siempre se sintió distinto.
Su mentalidad insular y herencia imperial alimentaron una visión de independencia política y cultural frente al continente.

Incluso tras su adhesión a la Comunidad Económica Europea (1973), Londres mantuvo una relación comercial, no ideológica.
El lema británico era claro: “Europa, sí; Bruselas, no”.

Ese recelo se amplificó con el tiempo.
En los 90, el UK Independence Party (UKIP) de Nigel Farage convirtió la desconfianza hacia la UE en una fuerza política popular, apoyada por una prensa ferozmente euroescéptica.
Titulares sobre “bananas torcidas” o “reglas absurdas de Bruselas” caricaturizaban a la Unión como un monstruo burocrático que amenazaba la soberanía británica.

El argumento más poderoso, sin embargo, fue emocional:
“Recuperar el control” —de las fronteras, de la economía y de la identidad nacional—.

Las tres promesas de la ruptura: soberanía, prosperidad y control migratorio

  1. Soberanía económica:
    Los partidarios del Brexit argumentaban que el Reino Unido pagaba más de lo que recibía a la UE.
    La campaña del “Vote Leave” afirmaba que 350 millones de libras semanales podrían destinarse al Servicio Nacional de Salud (NHS).
    Pero tras el referéndum se demostró que esa cifra era engañosa, ya que Londres recibía entre 200 y 250 millones en rebajas y fondos europeos, reduciendo el aporte real a unos 150 millones semanales.
  2. Prosperidad comercial:
    El Reino Unido sería “Global Britain”, libre para firmar acuerdos con el mundo.
    En la práctica, los nuevos tratados con países como Australia o Nueva Zelanda han tenido impactos insignificantes: el acuerdo australiano, por ejemplo, solo aumentó el PIB un 0,08%.
    Mientras tanto, las exportaciones al mercado europeo —el más cercano y rentable— cayeron un 11%, con un coste anual de 40.000 millones de libras.
  3. Control migratorio:
    La promesa más simbólica fue cerrar las fronteras.
    Sin embargo, la inmigración neta ha alcanzado récords históricos: más de 1,2 millones de entradas en 2023, el equivalente al 2% de la población en un solo año.
    Lejos de frenar los flujos migratorios, el Brexit los ha redirigido desde Europa hacia Asia y África, sin disminuir su volumen.

Las consecuencias: un país más pobre y más dividido

El Brexit no solo ha afectado a la economía; ha fracturado la cohesión social y política del Reino Unido.
Negocios cerrados, costes aduaneros, burocracia y pérdida de inversión extranjera han golpeado especialmente a las pequeñas empresas exportadoras.

Sectores como la pesca, que el movimiento pro-Brexit prometía “liberar”, han sido de los más perjudicados:
tras la salida del mercado único, las exportaciones de marisco a la UE se desplomaron un 83% por las nuevas trabas sanitarias y aduaneras.

En Escocia e Irlanda del Norte, el Brexit reavivó tensiones independentistas y puso en riesgo el delicado equilibrio del Acuerdo de Viernes Santo, al reinstaurar barreras comerciales entre las dos Irlandas.

Incluso en Londres, centro financiero global, la City ha perdido peso frente a París, Ámsterdam y Frankfurt, que han captado parte del negocio financiero que antes se concentraba en la capital británica.

Las causas del fracaso: un proyecto sin plan

La gran debilidad del Brexit fue su ambigüedad estructural.
Ni el gobierno ni los votantes sabían exactamente qué tipo de ruptura querían:

  • Hard Brexit: ruptura total, fuera del mercado único y la unión aduanera.
  • Soft Brexit: salida política, pero con estrecha cooperación económica.
  • Modelo Noruega: permanencia en el área económica europea sin ser miembro pleno.

El resultado fue un híbrido insostenible: se buscó la libertad sin asumir los costes, pretendiendo “lo mejor de ambos mundos”.
La realidad económica, sin embargo, no permitió ese equilibrio.

El Reino Unido terminó atado a regulaciones europeas para poder exportar, pero sin voz ni voto en su elaboración.
En otras palabras, más burocracia y menos soberanía real.

Un mundo que ya no espera a Londres

Mientras el Reino Unido lidiaba con sus divisiones internas, el mundo siguió adelante.
El comercio global se ha reconfigurado hacia bloques regionales: Estados Unidos, China e India avanzan hacia la autosuficiencia industrial, mientras Europa se repliega ante los nuevos desafíos tecnológicos y energéticos.

En este tablero, el Reino Unido ha quedado aislado:

  • Sin el peso económico de la UE,
  • Sin el poder militar de EE.UU.,
  • Y sin la influencia diplomática de antaño.

Paradójicamente, el Brexit —que debía ampliar horizontes— ha reducido el margen estratégico de acción británico.

El renacer del europeísmo y la tentación de volver

La decepción se ha transformado en una nueva corriente proeuropea.
Encuestas recientes muestran que una mayoría creciente de británicos apoyaría volver al mercado único, y casi un 60% considera que la salida fue un error.

El debate sobre un “Brexit inverso” ya no es marginal.
Aunque ningún partido mayoritario se atreve aún a plantearlo abiertamente, la presión social y empresarial crece.
El Partido Laborista, que lidera las encuestas, ha insinuado una “reconexión pragmática” con la UE, centrada en acuerdos sectoriales, movilidad laboral y cooperación científica.

En el fondo, el Reino Unido no quiere volver al pasado, sino reconstruir una relación funcional que le devuelva acceso a los mercados europeos sin renunciar a su autonomía.

Conclusión: de la nostalgia imperial al realismo europeo

El Brexit nació de una ilusión nacionalista y de un malestar económico real, pero sus resultados han debilitado al país que pretendía fortalecer.
Hoy, el Reino Unido no busca rehacer la Unión, sino corregir su propio aislamiento.

En un mundo dominado por EE. UU., China y la inteligencia artificial, la elección no es entre soberanía o integración, sino entre relevancia o irrelevancia.

Y para un Reino Unido que aún aspira a ser potencia global, Europa vuelve a parecer menos una prisión y más un salvavidas.