Una promesa compartida entre demócratas y republicanos
En un país profundamente dividido, reindustrializar América es uno de los pocos objetivos que une tanto a republicanos como a demócratas.
Tanto Donald Trump como Joe Biden han coincidido en la necesidad de recuperar empleos manufactureros y reducir la dependencia económica de China, el gigante que hoy produce más del 35% de los bienes manufacturados del mundo.
Trump impulsó su estrategia mediante aranceles masivos y renegociaciones comerciales, mientras que Biden apostó por subsidios verdes a través de la Inflation Reduction Act, que canalizó cientos de miles de millones de dólares hacia vehículos eléctricos, energía renovable y semiconductores.
Pero, a pesar de las distintas rutas, el destino parece el mismo: la reindustrialización estadounidense no está ocurriendo.
Un declive de medio siglo
Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, la manufactura estadounidense ha ido perdiendo peso tanto en la economía como en el empleo.
- En los años 60, representaba el 25% del PIB y uno de cada cuatro empleos.
- En los 90, ya había caído al 15% del PIB y 15% del empleo.
- Hoy, apenas 10% del PIB y 8% de los puestos de trabajo pertenecen al sector industrial.
El fenómeno tiene causas estructurales:
- Aumento de la productividad —la automatización permite producir más con menos trabajadores.
- Globalización —importar bienes de países con mano de obra barata se volvió más rentable que fabricarlos en casa.
- Transición hacia sectores de servicios y tecnología —la economía estadounidense se desplazó hacia industrias más rentables, pero menos intensivas en empleo.
Sin embargo, la clase política ve el proceso como una herida nacional.
El cierre de fábricas en el llamado Rust Belt y la pérdida de empleos industriales bien pagados se convirtieron en símbolos del deterioro económico de la clase media.
Trump y Biden: dos versiones del mismo sueño
Aunque difieren en enfoque, ambos presidentes comparten la misma narrativa:
- Trump asocia la reindustrialización con proteccionismo y soberanía económica, utilizando aranceles como herramienta central.
- Biden, más tecnocrático, la enmarca dentro de una “transición verde”, incentivando la producción nacional de baterías, chips y energías limpias mediante subvenciones fiscales.
Trump desmanteló gran parte de los subsidios climáticos de Biden, concentrándose nuevamente en impuestos a las importaciones y presión sobre China y la Unión Europea.
La lógica es simple: si los productos extranjeros son más caros, las empresas producirán en EE.UU..
Pero la realidad económica es mucho más compleja.
El diagnóstico: la industria sigue contrayéndose
Los datos más recientes confirman el fracaso parcial de estas políticas.
- El índice manufacturero del Institute for Supply Management (ISM) registró en agosto su séptimo mes consecutivo de contracción.
- Entre abril y agosto, se perdieron unos 42.000 empleos industriales, y un 25% de las empresas manufactureras admitieron haber hecho despidos.
A primera vista, la inversión industrial parece haber aumentado, pero al examinar las cifras, casi todo el crecimiento proviene del sector tecnológico y de inteligencia artificial (IA), especialmente de centros de datos, no de fábricas físicas.
Y, paradójicamente, los productos vinculados a la IA están exentos de los aranceles de Trump.
El déficit comercial —otro indicador que el expresidente considera reflejo del declive industrial— sigue sin mejorar.
Aun después de los aranceles, Estados Unidos importa tanto o más que antes, y el déficit solo se redujo temporalmente por fluctuaciones puntuales en oro y productos farmacéuticos, no por un cambio estructural.
Los errores de cálculo
- Los aranceles encarecen los insumos domésticos
La economía moderna depende de cadenas de suministro globales.
Imponer aranceles a los componentes extranjeros aumenta los costos de producción nacional, lo que termina perjudicando a las mismas fábricas que se pretende proteger. - La “fiebre del AI” desvía la inversión
La avalancha de capital hacia la inteligencia artificial está absorbiendo recursos financieros que antes podían destinarse a manufactura.
Este fenómeno, comparable al boom de las telecomunicaciones de los 90, encarece el crédito para otros sectores y debilita la competitividad industrial tradicional. - Falta de trabajadores cualificados y política migratoria restrictiva
Reindustrializar requiere mano de obra técnica especializada, algo que escasea en EE.UU.
Con una población activa que envejece y una política migratoria cerrada, el país no puede cubrir la demanda de ingenieros, técnicos y operarios necesarios para nuevas plantas.
Un ejemplo reciente fue la deportación de cientos de trabajadores surcoreanos que ayudaban a montar una fábrica de Hyundai en Georgia, un caso que obligó a la Casa Blanca a revisar sus visados de trabajo.
El espejismo de la “América manufacturera”
El discurso político sobre “traer de vuelta los empleos industriales” apela al imaginario nostálgico de la posguerra, pero ignora una transformación irreversible:
- Las fábricas modernas emplean menos personas y más robots.
- La competitividad global se mide por innovación, no por volumen de producción.
- China, lejos de ceder terreno, lidera la producción de bienes de alto valor añadido, mientras Estados Unidos se concentra en diseño, software y propiedad intelectual.
En este contexto, pretender que los aranceles o los subsidios reviertan medio siglo de tendencias económicas es más un acto político que una estrategia viable.
Conclusión: reindustrializar un mito nacional
La “reindustrialización americana” se ha convertido en una promesa recurrente pero cada vez menos creíble.
Ni los aranceles de Trump ni los subsidios verdes de Biden han logrado revertir el declive estructural del sector.
La realidad es que la economía estadounidense ya no puede ser la fábrica del mundo, y su fortaleza radica en tecnología, servicios y conocimiento, no en acero ni automóviles.
Sin embargo, la narrativa industrial sigue siendo políticamente rentable:
evoca el orgullo perdido, promete independencia económica y ofrece una identidad común en un país dividido.
Pero los datos son contundentes:
Estados Unidos no está reindustrializándose, y quizá ya no pueda hacerlo en los términos del siglo XX.
El desafío no es traer de vuelta las fábricas del pasado, sino reinventar qué significa producir riqueza en la era digital.
