Los incrementos acumulados desde enero de 2021 sitúan algunos grupos alimentarios muy por encima de niveles anteriores. El Banco de España monitoriza y pronostica esos cambios de precios usando una batería de modelos que abarcan desde el coste en la granja hasta el precio que paga el consumidor.
Los choques a corto plazo
El modelo lineal muestra que los choques en las materias primas y en los combustibles tienen efectos persistentes y significativos sobre la inflación alimentaria en la zona euro. En concreto, un choque del 10% en el precio de las materias primas alimentarias se traduce, en el pico de transmisión, en un aumento de alrededor de 3 puntos porcentuales en la inflación alimentaria. Un choque del 10% en el precio del combustible eleva la inflación alimentaria en torno a 0.35 puntos porcentuales en su pico. Entre los grupos que más contribuyen a esa respuesta se encuentran los lácteos, la carne, los cereales y las verduras.
La versión no lineal del modelo revela una asimetría importante. Las subidas de precios en materias primas provocan efectos al alza más intensos que las reducciones de precios provocan efectos a la baja. Por ejemplo, una subida del 10% en las materias primas eleva la inflación alimentaria en un 3% año contra año, mientras que una caída del 10% reduce la inflación alimentaria en aproximadamente 2.1% año contra año. En el caso del combustible, una subida del 10% tiene un efecto positivo apreciable sobre los precios al consumo, de alrededor del 0.4% año contra año, mientras que una caída del 10% en el combustible no muestra un efecto significativo hacia la baja en los precios alimentarios. Esta asimetría sugiere rigideces en la cadena de valor y en la formación de precios al detalle.
¿Qué se espera en el 2025 y 2026?
Los autores muestran ejemplos de previsiones condicionadas a precios de futuros observados al 18 de junio de 2025, y comparan dos enfoques metodológicos. Con un enfoque “bottom-up” que modeliza cada grupo por separado y luego agrega, la previsión condicionada por los futuros indicaba un aumento de la inflación alimentaria por encima de su promedio histórico durante 2025, impulsado sobre todo por subidas en los precios de lácteos y carne, y una moderación en 2026 aunque con la inflación todavía por encima del promedio histórico. El enfoque “top-down”, que usa un índice agregado, tiende a mostrar previsiones más moderadas porque las variaciones opuestas entre componentes se compensan parcialmente. Esta diferencia de escenarios también se elabora para ilustrar la sensibilidad de las previsiones a la información de mercado.
¿Cambio estructural o vuelta a la normalidad?
El análisis de largo plazo mediante el VECM detecta una ruptura estructural en 2022Q2. Bajo dos escenarios alternativos se ofrece una lectura distinta de la evolución futura. En el escenario 1, estimado hasta 2022Q1 y sin admitir la ruptura, el modelo predice una vuelta paulatina al equilibrio preexistente entre precios alimentarios y no alimentarios. En el escenario 2, que incorpora la ruptura observada en 2022Q2 y datos hasta 2024Q4, la trayectoria es otra, y los precios alimentarios permanecen persistentemente más elevados en el medio plazo. En términos simples, si la subida de 2022 es interpretada como un salto permanente, los alimentos seguirían relativamente caros respecto al resto de la cesta de consumo.
El Big Three: los tres efectos sobre la economía
Primero, la fuerte transmisión desde las materias primas a los precios al consumo significa que las fluctuaciones internacionales y los riesgos de oferta tienen efectos nacionales directos, y por tanto la política monetaria y las políticas de seguridad alimentaria deben tener en cuenta estas fuentes de presión.
Segundo, la evidencia de asimetría sugiere que las bajadas de costes no siempre se transmiten con la misma intensidad que las subidas, esto puede amplificar episodios inflacionarios y retrasar alivios en el poder de compra de los hogares.
Tercero, la opción metodológica importa, porque un enfoque del escenario «bottom-up» revela tensiones fuertes en subcomponentes que se disimulan en agregados, esto tiene implicaciones para el diseño de intervenciones sectoriales o medidas de apoyo focalizadas.
Finalmente, la posibilidad de un cambio estructural en 2022 sugiere que parte del incremento observado podría perdurar, afectando expectativas y salarios, y condicionando decisiones de gasto de los hogares y de costes en las empresas. Estas conclusiones se extraen de los resultados y escenarios presentados por los autores.
A retener:
El conjunto de modelos del Banco de España ofrece una caja de herramientas útil para entender y anticipar la evolución de los precios alimentarios, integrando información desde la granja hasta los futuros de mercado. Los hallazgos principales son que los choques de materias primas y energía tienen impactos relevantes y persistentes, que la transmisión muestra asimetrías y que existe evidencia de un posible desplazamiento duradero de los precios desde 2022. Para los ciudadanos esto se traduce en que algunos alimentos pueden seguir siendo relativamente más caros en el medio plazo.
