Europa se castiga por prosperar

El nuevo tabú europeo: vivir mejor está mal visto

De la austeridad moral al colapso competitivo: cómo Europa está convirtiendo la prosperidad en una culpa y la ambición en un delito.

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Durante siglos, Europa fue sinónimo de progreso, una civilización que convirtió el pensamiento racional, la industria y la innovación en motores de riqueza y libertad. Hoy, sin embargo, el continente parece sufrir una crisis silenciosa de identidad económica y moral. En lugar de aspirar a la prosperidad, muchos europeos han empezado a sentir culpa por vivir bien, como si el confort, el consumo o la ambición fueran actos de arrogancia frente al planeta o a los demás.

Este fenómeno (que podría llamarse una “austeridad moral”) tiene consecuencias que van más allá del discurso político: está moldeando la economía, la productividad y la psicología colectiva del continente.

La nueva religión del sacrificio

En la Europa actual, el discurso dominante ha reemplazado el antiguo orgullo por la prosperidad con una forma de virtud basada en la renuncia. Desde los impuestos ecológicos hasta las restricciones energéticas, el mensaje es claro: consumir menos es moralmente superior a producir más.

Los líderes europeos han adoptado un lenguaje casi espiritual en torno al clima y la igualdad. Se habla de “transición justa”, “crecimiento verde” o “decrecimiento feliz”, pero detrás de esas palabras se esconde un patrón: la idea de que el bienestar material debe expiarse. Como explica el economista Daniel Lacalle (2023), “Europa ha sustituido la competitividad por la regulación, y la innovación por la burocracia”, convirtiendo el crecimiento en algo sospechoso.

Mientras tanto, las élites políticas se benefician de una paradoja: predican el sacrificio mientras conservan los privilegios del sistema. En Bruselas, Estrasburgo o Madrid, los discursos sobre la “sostenibilidad” sirven tanto para justificar más impuestos y controles como para desplazar la culpa del fracaso económico hacia el ciudadano común.

El resultado es una cultura donde vivir mejor se asocia con insolidaridad, y el éxito personal se traduce en sospecha moral.

El declive competitivo: cuando la moral vence a la eficiencia

El coste de esta mentalidad no es simbólico, sino real. Europa está perdiendo peso económico frente a Estados Unidos y Asia. Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI, 2024), la eurozona creció apenas 0,8 % en 2023, mientras que Estados Unidos lo hizo al 2,5 % y China superó el 5 %.

Las causas no son solo coyunturales. Son estructurales: energía cara, exceso de regulación y aversión cultural al riesgo. En España, por ejemplo, la presión fiscal alcanza niveles récord mientras la productividad estancada frena los salarios reales (INE, 2024). Y sin embargo, el debate público se centra más en redistribuir lo poco que hay que en crear más riqueza.

El economista francés Jean Pisani-Ferry (2022) advirtió que “Europa corre el riesgo de convertirse en una economía de bajo crecimiento estructural si sigue priorizando el clima sobre la competitividad”. Pero esa advertencia, como tantas otras, fue recibida con silencio moral. Cuestionar la narrativa verde o las políticas redistributivas equivale a ser tachado de cínico o insensible.

Europa ha reemplazado el pragmatismo económico por un moralismo económico. Se legisla desde la emoción, no desde la eficacia. Se castiga la riqueza en nombre de la justicia, y se promueve la pobreza como una forma de virtud cívica.

España y el espejismo del progreso moral

España es uno de los mejores ejemplos de esta transformación. El país presume de avances en derechos sociales y transición energética, pero al mismo tiempo arrastra una deuda pública superior al 110 % del PIB y un mercado laboral basado en contratos temporales y bajos salarios (Banco de España, 2024).

El discurso oficial celebra la “modernización verde y social”, pero el progreso moral no paga las facturas. La electricidad se encarece, las empresas huyen hacia Portugal o el este de Europa, y la clase media se sostiene a crédito.

A nivel cultural, la idea de éxito económico se ha vuelto sospechosa. Mientras que en Estados Unidos el empresario es visto como motor de crecimiento, en España (y buena parte de Europa) el éxito individual se interpreta como privilegio. Esta mentalidad, profundamente arraigada, genera una sociedad que teme destacar y premia la mediocridad.

Como apunta el sociólogo alemán Wolfgang Streeck (2017), Europa vive una “decadencia moral del capitalismo”, donde el bienestar se sustituye por la corrección ideológica. En otras palabras: se ha perdido la narrativa de prosperar.

La élite verde y el ciudadano culpable

La transición ecológica es uno de los símbolos más claros del nuevo tabú europeo. Pese a sus fines legítimos, se ha convertido en una herramienta para redistribuir el sacrificio hacia abajo. Los gobiernos promueven coches eléctricos, pero la clase trabajadora no puede pagarlos. Se penalizan los vuelos cortos, pero los ministros viajan en jet privado a las cumbres climáticas.

Esta incoherencia erosiona la confianza pública. Según una encuesta del Eurobarómetro (2024), el 59 % de los europeos considera que las políticas climáticas benefician más a las élites urbanas que al ciudadano medio. La brecha entre discurso y realidad no solo es económica, sino moral: se predica el sacrificio como virtud, mientras se practica el privilegio como norma.

En este contexto, el ciudadano común se convierte en culpable por existir: por conducir, por calentar su casa, por aspirar a un mejor salario. La política climática se ha transformado en una política de control social encubierta, donde la virtud ecológica justifica la intervención en la vida privada.

Del bienestar al resentimiento

El efecto cultural más profundo de esta dinámica es el resentimiento hacia quien prospera. En lugar de inspirar admiración, el éxito genera desconfianza. Esto explica por qué Europa no ha producido grandes empresas tecnológicas en las últimas décadas, mientras Estados Unidos y Asia dominan el panorama global.

La falta de ambición no es técnica: es psicológica. Europa ha perdido el deseo de competir. Ha internalizado la idea de que competir implica desigualdad, y que el mérito ofende. La consecuencia es una sociedad más igualitaria, sí, pero igualitaria en el estancamiento.

Nietzsche habría llamado a esto una “moral de esclavos”, una ética basada en la culpa y la contención más que en la creación. Europa, en su intento de ser moralmente superior, ha sacrificado su energía vital.

Conclusión: recuperar la inocencia del progreso

Europa necesita una reconciliación con su propio deseo de prosperar. No se trata de abandonar los ideales ecológicos o sociales, sino de entender que el bienestar no es pecado. Que producir, innovar y crecer son formas legítimas de servir a los demás.

España, en particular, debería mirar más allá del discurso moral y recuperar la lógica del esfuerzo y la competitividad. De lo contrario, seguirá atrapada en una paradoja: querer parecer moderna mientras empobrece.

Como escribió Max Weber hace más de un siglo, el espíritu del capitalismo nació del sentido del deber, no de la culpa. Europa debe recordar esa lección antes de que su austeridad moral se convierta en un suicidio económico.

Referencias

Banco de España. (2024). Informe Anual 2024: Economía española y contexto internacional. Madrid: Banco de España.

Fondo Monetario Internacional (FMI). (2024). World Economic Outlook: Global Divergences. Washington, D.C.: FMI.

Lacalle, D. (2023). Europa: regulaciones, deuda y decadencia competitiva. Madrid: Deusto.

Pisani-Ferry, J. (2022). The Green Transition and Europe’s Economic Future. Bruegel Policy Paper.

Streeck, W. (2017). Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism. Verso Books.

Weber, M. (2001). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Madrid: Alianza Editorial.

Eurobarómetro. (2024). Public opinion in the European Union. Comisión Europea.