Durante décadas, Europa ha intentado combinar prosperidad económica y progreso social. Sin embargo, en los últimos años ha emergido un nuevo tipo de desequilibrio: una inflación moral que altera la forma en que se toman decisiones económicas, se asignan recursos y se valora el mérito.
El término “inflación moral” no alude a los precios del pan o la energía, sino al exceso de virtudes proclamadas en la esfera pública. Como en toda inflación, el problema no es la existencia del bien (la justicia, la igualdad o la diversidad), sino su devaluación por exceso y abuso retórico. Europa, en su intento por ser moralmente ejemplar, está socavando su propia base productiva (Baverez, 2023).
La economía del bien como nuevo dogma
En la era woke, el discurso económico se ha contaminado con un moralismo que redefine la noción de valor. Las empresas ya no compiten solo por eficiencia o innovación, sino por demostrar adhesión a un ideal ético cambiante. Palabras como inclusividad, sostenibilidad o justicia social se han convertido en credenciales económicas obligatorias, especialmente en el sector público y en la gran empresa europea.
El problema no radica en los valores en sí, sino en su conversión en instrumentos de señalización moral y política. Según el economista francés Nicolas Baverez (2023), “Europa ha creado un capitalismo regulado por el activismo y la culpa, no por la competencia”. Esta tendencia tiene efectos visibles: costes regulatorios crecientes, ineficiencia en la asignación de subvenciones y una erosión de la meritocracia.
En España, por ejemplo, los fondos europeos Next Generation han sido gestionados bajo criterios no solo técnicos, sino también ideológicos, premiando proyectos con narrativa “verde” o “igualitaria” más que por su impacto económico real (Expansión, 2024). El dinero público se distribuye según el relato correcto, no necesariamente según la utilidad social o la rentabilidad.
El mercado de las virtudes: más caro, menos productivo
La inflación moral genera un fenómeno similar al de la inflación económica: una distorsión de precios y señales. Cuando todo proyecto debe ser “ético” o “inclusivo”, el verdadero valor de esas palabras se diluye, y lo importante, la eficacia, la innovación y el crecimiento, se convierte en sospechoso (Lilla, 2018).
En el ámbito empresarial, esto se traduce en una explosión de departamentos de responsabilidad social, auditorías ESG y comunicación reputacional. Según datos de PwC (2024), las empresas europeas gastan un promedio del 5 % de su presupuesto operativo en cumplir con criterios ESG, frente al 2 % en Estados Unidos. El resultado es un sobrecoste estructural que reduce competitividad, especialmente para las pymes que no pueden asumir esa carga administrativa.
Además, la inflación moral alimenta una forma de censura indirecta. Las compañías evitan asociaciones con sectores o ideas políticamente sensibles, incluso si son rentables o necesarias. Es lo que el politólogo Mark Lilla (2018) denomina “capitalismo de expiación”: un sistema donde el dinero busca redimirse de sus pecados invirtiendo en causas virtuosas.
El coste político de la moralización económica
En la política europea, esta inflación moral se traduce en un discurso económico basado en emociones, donde cada medida se evalúa por su pureza moral, no por su eficacia (Rallo, 2024). Así, la fiscalidad se justifica como herramienta de reparación simbólica, no como instrumento de desarrollo. Se suben impuestos no por eficiencia, sino por castigar conductas percibidas como “privilegiadas”.
España encarna este fenómeno con claridad. El Gobierno ha convertido términos como “ricos”, “beneficios caídos del cielo” o “empresas insolidarias” en categorías morales. El empresario se convierte en sospechoso y el Estado en árbitro ético. Este clima, advierte el economista Juan Ramón Rallo (2024), “desincentiva la inversión y normaliza la intervención económica bajo una retórica de justicia moral”.
El resultado no es solo económico. También es psicológico y cultural: los ciudadanos interiorizan la idea de que el éxito ofende y la ambición es un defecto. De este modo, la economía deja de ser un espacio de creación y pasa a ser un campo de redención (Han, 2022).
Europa frente al espejo: la competitividad perdida
Mientras Europa se obsesiona con su pureza moral, el resto del mundo compite por eficiencia. China subvenciona fábricas; Europa subsidia discursos. Estados Unidos promueve inteligencia artificial; Europa redacta códigos éticos para su uso (Žižek, 2019).
La consecuencia es una pérdida de competitividad que ya es visible. Según el Banco Central Europeo (BCE, 2024), la productividad por hora trabajada en la eurozona crece un 40 % más lento que en EE.UU. desde 2010. Parte de la explicación radica en el marco regulatorio: las empresas europeas enfrentan mayores restricciones y costes de cumplimiento moral que sus rivales internacionales.
Incluso dentro de Europa, se perciben divergencias. Alemania y los países nórdicos, con una tradición de disciplina productiva, comienzan a cuestionar el rumbo de Bruselas. En 2024, el ministro de Finanzas alemán Christian Lindner advirtió que “Europa corre el riesgo de convertirse en un museo ético con una economía débil” (PwC, 2024).
El caso español: virtud sin prosperidad
España vive esta inflación moral con especial intensidad. La política económica reciente ha enfatizado el gasto social y la “justicia redistributiva”, pero sin generar una base sólida de productividad. La deuda pública supera el 109 % del PIB, y el déficit estructural sigue sin corregirse (Banco de España, 2024).
A nivel empresarial, muchas firmas se ven presionadas a adoptar discursos de inclusión o sostenibilidad sin un correlato real de impacto. Los departamentos de recursos humanos y marketing se convierten en guardianes ideológicos, mientras la inversión en innovación sigue rezagada (Expansión, 2024).
Esta brecha entre virtud declarada y eficacia real crea una economía más costosa, más frágil y menos dinámica. En términos culturales, refuerza una narrativa donde el bienestar se percibe como privilegio y el mérito como injusticia (Han, 2022).
El economista y filósofo Byung-Chul Han (2022) lo describe con precisión: “La sociedad de la transparencia exige pureza, no resultados. Y la pureza es enemiga de la libertad.” España, atrapada en esa dinámica, corre el riesgo de moralizarse hasta la parálisis.
El lado oscuro del bien
El fenómeno woke nació con causas legítimas: combatir la discriminación, fomentar la diversidad y promover la justicia social. Pero cuando esos fines se absolutizan, se transforman en mecanismos de exclusión inversa. Quien no usa el lenguaje correcto, quien no adhiere al consenso ideológico, queda fuera del debate (Žižek, 2019).
En economía, esto se traduce en una homogeneización del pensamiento empresarial y político, donde la creatividad se sustituye por la prudencia moral. Innovar implica riesgo, y el riesgo puede ser malinterpretado. Así, el miedo al error ético frena el progreso técnico.
El filósofo Slavoj Žižek (2019) advierte que “la corrección política es una forma de control disfrazada de compasión”. En el terreno económico, ese control se manifiesta como sobrerregulación, burocracia moral y autocensura corporativa.
Conclusión: recuperar la libertad de equivocarse
La economía europea necesita una revolución silenciosa de madurez moral. No se trata de abandonar los valores sociales, sino de devolverles su proporción y su contexto. El progreso moral no puede sostenerse sobre un modelo económico que penaliza la excelencia y glorifica la culpa (Rallo, 2024).
España, especialmente, debe aprender a separar la ética del discurso de la eficacia económica. Una nación no progresa por ser moralmente correcta, sino por ser capaz de crear riqueza que financie sus ideales. La virtud sin productividad es solo una promesa vacía.
La inflación moral, como toda inflación, termina empobreciendo a quienes pretende proteger. Si Europa no corrige su exceso de virtud autocomplaciente, seguirá siendo buena, pero irrelevante.
Referencias
Banco Central Europeo (BCE). (2024). Productivity and Growth in the Euro Area: Annual Report 2024. Frankfurt: BCE.
Banco de España. (2024). Informe anual 2024: Economía española y contexto internacional. Madrid: Banco de España.
Baverez, N. (2023). La decadencia moral de Europa. París: Fayard.
Byung-Chul Han, B. (2022). La desaparición de los rituales: Una topología del presente. Barcelona: Herder.
Expansión. (2024). “Los criterios ideológicos marcan la distribución de los fondos europeos”. Expansión Economía.
Lilla, M. (2018). The Once and Future Liberal: After Identity Politics. HarperCollins.
PwC. (2024). ESG Reporting and Competitiveness in Europe. PwC Europe.
Rallo, J. R. (2024). Contra el intervencionismo moral: Economía y libertad. Deusto.
Žižek, S. (2019). Like a Thief in Broad Daylight: Power in the Era of Post-Humanity. Allen Lane.
