El colapso de una moneda que ya había sido “rescatada”
Turquía ha sido, en las dos últimas décadas, una de las economías más volátiles del mundo.
Desde que la nueva lira turca reemplazó a la antigua moneda en 2005 —tras un episodio de hiperinflación—, el país ha vuelto a caer en el mismo ciclo: devaluación crónica e inflación persistente.
Hoy, la lira ha perdido más del 96 % de su valor frente al dólar desde su introducción, lo que significa que el poder adquisitivo de los turcos se ha erosionado casi por completo.
Y lo más preocupante es que esta nueva crisis ocurre apenas veinte años después de la anterior, lo que indica un problema estructural profundo en la política económica del país.
Incluso considerando que el dólar estadounidense perdió cerca del 40 % de su poder adquisitivo en el mismo periodo, la magnitud de la depreciación turca es abrumadora.
El resultado ha sido una inflación de dos dígitos sostenida, un deterioro del ahorro doméstico y una pérdida total de confianza en la moneda nacional.
Aun así, Turquía no es un país pobre ni carente de potencial.
Posee una fuerza laboral grande y capacitada, una ubicación geográfica única entre Europa y Asia, recursos naturales abundantes y una industria diversificada.
El problema es que su política monetaria y su inestabilidad institucional han neutralizado casi todas esas ventajas.
De la estabilidad al descontrol: una década de decisiones erráticas
Durante los primeros años del siglo XXI, Turquía fue un ejemplo de éxito económico emergente.
Tras la crisis de 2001, el país creó una nueva moneda, reformó su banco central y estableció independencia monetaria.
Esa independencia permitió aplicar políticas ortodoxas: tasas de interés altas para frenar la inflación y reglas fiscales prudentes.
El resultado fue espectacular: entre 2001 y 2013, el PIB se cuadruplicó, la inversión extranjera se disparó y Turquía se integró como potencia manufacturera y financiera regional.
El país pasó de una economía agrícola a una economía industrial y de servicios, apoyada en exportaciones, construcción y turismo.
Sin embargo, la tendencia cambió tras 2013.
A partir de ese momento, la independencia del banco central comenzó a debilitarse y las tasas de interés se mantuvieron artificialmente bajas pese al aumento de los precios.
El entonces primer ministro y posteriormente presidente Recep Tayyip Erdoğan impuso su visión ideológica:
“Los intereses son inmorales. Los tipos bajos fomentan la prosperidad”.
Esa doctrina —opuesta a la teoría económica clásica— llevó al país a mantener un crédito barato en plena expansión inflacionaria, lo que disparó la demanda, devaluó la moneda y destruyó la confianza.
El ciclo de endeudamiento en moneda extranjera
En los años de auge, las empresas turcas se endeudaron masivamente en divisas, especialmente en dólares y euros.
Con los tipos de interés cercanos a cero en Occidente tras la crisis financiera de 2008, resultaba barato endeudarse en el extranjero y rentable invertir en Turquía, donde los retornos eran más altos.
Sin embargo, esa estrategia era una bomba de tiempo.
Cuando la lira empezó a depreciarse, las deudas en moneda extranjera se dispararon en términos reales, obligando a las empresas a comprar dólares para pagar sus préstamos, lo que aceleró aún más la caída de la lira.
Además, buena parte de esas inversiones se dirigieron a sectores improductivos, como la especulación inmobiliaria, en lugar de a infraestructura o manufactura exportadora, lo que dejó al país sin capacidad para generar divisas suficientes para cubrir su deuda.
Del golpe fallido al control político total
El intento de golpe de Estado de 2016 marcó un punto de inflexión.
La inestabilidad política ahuyentó la inversión extranjera y, en 2017, un referéndum constitucional concentró aún más poder en la presidencia.
A partir de entonces, el banco central perdió su independencia: cada vez que intentaba subir los tipos de interés, su gobernador era destituido.
Esa política de “tipos bajos a cualquier costo” provocó una espiral inflacionaria que alcanzó picos de 80 % anual en 2022.
El gobierno argumentaba que una lira más débil estimularía las exportaciones al abaratar los productos turcos en el exterior, siguiendo el modelo chino.
Pero el razonamiento era incompleto:
Turquía no es una economía orientada al exterior como China, sino un país con un gran déficit comercial.
Por tanto, una moneda débil solo logró encarecer las importaciones —energía, alimentos, maquinaria— y erosionar el poder adquisitivo interno.
El resultado fue una inflación fuera de control y una crisis de confianza: los ciudadanos comenzaron a guardar sus ahorros en dólares, euros o incluso criptomonedas, mientras el comercio interno se dolarizaba de facto.
Las medidas de emergencia: más problemas que soluciones
Para frenar el colapso del ahorro, el gobierno lanzó en 2022 un programa de cuentas bancarias indexadas al tipo de cambio, que compensaba a los ahorradores por la pérdida de valor de la lira.
El objetivo era evitar que la gente retirara su dinero de los bancos.
En la práctica, fue un boomerang inflacionario:
si la lira se depreciaba un 50 %, el Estado debía pagar un 50 % adicional a los depositantes, creando más dinero para cubrir esas compensaciones.
El remedio amplificó la enfermedad.
En paralelo, el gobierno siguió emitiendo dinero y otorgando créditos baratos a las empresas, aunque los tipos oficiales superaban el 50 %.
Debido a que la inflación era aún mayor, los préstamos se convertían en créditos a tipo real negativo, incentivando aún más el endeudamiento y la expansión monetaria.
Un motor económico sin lubricante
La crisis de la lira ha tenido efectos devastadores sobre la economía real.
Las familias han visto desaparecer sus ahorros, las empresas enfrentan costes de importación inasumibles, y el Estado carece de divisas para sostener sus reservas.
Y, sin embargo, Turquía conserva un enorme potencial estructural.
El país sigue siendo una potencia industrial y logística clave entre Europa y Asia.
Forma parte de la OTAN, pero mantiene vínculos comerciales con Rusia y el mundo árabe, lo que lo convierte en un intermediario estratégico en un sistema global cada vez más fragmentado.
Además, el turismo —tanto vacacional como médico— continúa siendo una fuente fundamental de divisas.
A pesar de la inestabilidad, Turquía figura entre los 10 destinos turísticos más visitados del mundo, y su floreciente industria de turismo sanitario (especialmente en cirugía estética y trasplantes capilares) aporta miles de millones en ingresos anuales.
El camino a la recuperación: ¿nueva reforma o nuevo colapso?
Para estabilizar su economía, Turquía necesita reformas profundas y un cambio político sustancial.
Los economistas coinciden en que solo un banco central independiente, disciplina fiscal y un restablecimiento de la confianza monetaria podrían revertir la espiral inflacionaria.
Algunos analistas proponen incluso una nueva reestructuración de la moneda, acompañada de reformas institucionales y transparencia financiera, similar a la aplicada tras la crisis de 2001.
El desafío, sin embargo, es político: admitir el error ideológico detrás de años de manipulación monetaria.
Mientras el gobierno continúe subordinando la política económica a consideraciones religiosas o electorales, la lira seguirá siendo una moneda sin credibilidad.
Una economía con futuro, si logra corregirse
Pese a todo, Turquía sigue siendo un actor indispensable.
Su posición entre Europa, Asia y Oriente Medio le permite aprovechar el fenómeno del friendshoring(estrategia económica y geopolítica que consiste en trasladar las cadenas de producción y suministro de un país a naciones aliadas o políticamente estables, con las que exista confianza diplomática, afinidad ideológica o seguridad estratégica), sirviendo como plataforma de producción intermedia entre bloques rivales.
El OCDE proyecta que Turquía podría ser la quinta economía mundial por paridad de poder adquisitivo en 2060, superando a todas las de Europa.
Pero para alcanzar ese horizonte, deberá recuperar el control de su moneda, restaurar la confianza institucional y liberar el potencial de su población joven y capacitada.
Hoy, Turquía es un motor económico sin aceite: poderoso, prometedor y vital para el comercio mundial, pero atascado por su propia falta de estabilidad.
Si logra volver a engrasar su sistema monetario, podría convertirse en la gran potencia puente entre Oriente y Occidente.
