Un inicio prometedor que torea la gravedad del problema
Desde su asunción, Javier Milei bajó la advertencia: su presidencia no toleraría medias tintas. Apostó por reformas fuertes, redujo el déficit fiscal y prometió eliminar las asfixiantes rigideces que lastraban la economía. En los primeros meses, esas señales generaron entusiasmo en los mercados, y parecía que el país caminaba hacia un “punto de no retorno” positivo.
Uno de los focos centrales de tensión era la moneda nacional: el peso. Argentina llevaba años con dos tipos de cambio paralelos —el oficial, regulado por el Estado, y el “azul” o informales, que reflejaba mejor las expectativas reales del mercado—. Al iniciarse la gestión, el tipo oficial rondaba los 370 pesos por dólar, mientras que el mercado libre lo colocaba cerca de 1.000 pesos.
Milei optó por una estrategia intermedia: devaluar el oficial hasta 800 pesos por dólar y aplicar un mecanismo de crawling peg, es decir, una devaluación mensual controlada del 2 % para que los dos tipos de cambio convergieran paulatinamente. Pero la tasa paralela caía aún más rápida.
Entonces, en abril decidió liberar el mercado cambiario: eliminó la mayoría de los controles de capital y dejó que el peso flotara. Esto llevó al tipo de cambio a estabilizarse cerca de los 1.200 pesos por dólar, acercándose a lo que antes solo existía en el mercado “azul”. Pero esa calma fue engañosa.
Hacia julio, la caída en las encuestas y el revés electoral en la provincia de Buenos Aires hicieron que los inversores dudaran de la viabilidad del plan. El peso comenzó otra vez su erosión, y el gobierno respondió con intervenciones técnicas como exigir más encajes bancarios o reinstaurar controles parciales. Pero el efecto fue limitado: las reservas internacionales se agotaban rápidamente. Para octubre, se estimaba que quedaban 700 millones de dólares, un monto insuficiente para sostener una defensa intensa.
Frente al panorama, Estados Unidos intervino: el 9 de octubre confirmó la puesta en marcha de un swap line de 20.000 millones de dólares y realizó compras directas de pesos para apuntalar el mercado. Esta intervención revirtió momentáneamente la debilidad del peso, pero quedó claro que no era un remedio estructural.
Rescate estadounidense: la tabla de salvación con tensiones
La estrategia estadounidense combina dos elementos clave: una línea de intercambio monetario (swap line) y operaciones de compra directa de pesos. En términos simples, Argentina puede intercambiar sus pesos por dólares hasta un monto pactado, con la promesa de devolverlos al tipo original. Esto reduce el riesgo que asumen los mercados frente a deuda convencional.
Pero no es un apoyo sin debilidades:
El rescate fue facilitado por el Tesoro de EE. UU., no por la Reserva Federal, lo que limita su capacidad de expansión.
Es una medida de contención, no de corrección: mitiga la caída abrupta del peso, pero no resuelve los desequilibrios estructurales de la economía.
Si el mercado empieza a dudar de que las reformas de Milei puedan sostenerse políticamente, el efecto podría revertirse.
Los esfuerzos del gobierno argentino —quemar reservas, subir tasas de interés— enfrían la actividad económica y generan presión sobre sectores vulnerables.
El Peterson Institute advierte que rescates como este pueden funcionar como “puente electoral”, pero no eliminan la tensión que hace que el peso esté sobrevaluado frente a la capacidad productiva actual.
Por otro lado, Milei ha logrado avances fiscales reales, pero en una economía que muestra señales de estancamiento y déficit comercial creciente. La moneda local ya no tiene respaldo suficiente en la producción ni en la demanda externa.
Finalmente, la posibilidad de un bucle doble acecha: por un lado, un bucle electoral donde mercados castigan la caída en encuestas con ventas del peso; por otro, un bucle cambiario donde las intervenciones erosionan la confianza, provocando más ventas y nuevas intervenciones.
Rutas posibles para salir del laberinto
¿Qué opciones quedan para evitar un desenlace abrupto?
Recuperar competitividad exportadora: incentivar sectores con alto valor agregado para generar demanda genuina de divisas.
Generar pactos institucionales amplios: acuerdos entre fuerzas políticas que otorguen previsibilidad y respaldo legislativo.
Mostrar disciplina monetaria creíble: que el público perciba que la emisión estará subordinada a reglas claras.
Condiciones claras en los apoyos internacionales: que los acuerdos con EE. UU. e instituciones multilaterales estén sujetos a metas verificables.
Asistencia social focalizada: proteger los sectores más vulnerables puede evitar que la crisis se convierta en un desastre social.
Permitir ajustes cambiarios graduales: en lugar de resistir cualquier caída, anticipar ajustes predecibles puede estabilizar las expectativas.
También es crucial que Milei fortalezcan su posición política antes de las elecciones legislativas del 26 de octubre; si no, corre el riesgo de quedar paralizado ante una oposición con mayoría en el Congreso.
Epílogo: entre recuperación y riesgo latente
La intervención de EE. UU. ha proporcionado un respiro al peso argentino, pero no ha borrado el desafío principal: restaurar la confianza en los fundamentos de la economía. Si Milei logra alinear lo fiscal, lo productivo y lo político, la estabilización es posible. Pero el camino es estrecho y el margen de error escaso.
El peso no solo es un instrumento monetario: es una prueba de fuego para la credibilidad de un proyecto ambicioso que busca redefinir la economía argentina.
