Introducción
A primera vista, la economía australiana parece gozar de buena salud. El PIB lleva creciendo de forma constante desde 2020, la reelección del gobierno laborista con mayoría reforzada refleja cierta confianza política, y el país sigue beneficiándose de sus abundantes recursos naturales. Sin embargo, bajo la superficie los indicadores muestran un panorama mucho más frágil: la productividad cae, la vivienda es prohibitiva y la dependencia de China se convierte en un riesgo.
De hecho, en 2024 una de las principales agencias de calificación advirtió que podría rebajar el rating AAA de Australia por primera vez desde 2003, señalando problemas fiscales estructurales y la falta de reformas profundas.
El “país afortunado”: de la bonanza al estancamiento
Durante décadas, Australia fue conocida como the lucky country. Entre 1991 y 2020, logró encadenar casi 30 años de crecimiento ininterrumpido, el récord más largo en la historia moderna. La combinación de:
- Recursos naturales abundantes (hierro, carbón, oro, petróleo, litio).
- Un mercado interno robusto con uno de los PIB per cápita más altos del mundo.
- Un sector servicios competitivo (educación, finanzas, tecnología).
permitió a Australia superar crisis globales como la asiática de los 90 o la recesión de 2008.
La pandemia rompió esta racha, pero los altos precios de la energía dieron al Estado un ingreso extra de 350.000 millones de dólares australianos, un colchón que se esperaba sirviera para relanzar el crecimiento. Sin embargo, el impulso no se ha materializado: el PIB agregado crece, pero el PIB per cápita cayó seis trimestres consecutivos entre 2023 y 2024, mostrando un estancamiento real del nivel de vida.
La trampa de la productividad
Uno de los principales problemas es la caída de la productividad laboral, que mide el valor producido por hora trabajada. Desde 2021, el indicador ha retrocedido hasta niveles de 2016, el peor desempeño de cualquier economía desarrollada.
Las causas son múltiples:
- Inmigración poco cualificada, que diluye la productividad media.
- Baja inversión empresarial, en declive desde los 2000, lo que ha limitado la innovación y la modernización de sectores clave.
- Uso excesivo de ingresos extraordinarios para consumo en lugar de reinversión.
El resultado: los australianos deben trabajar más horas para mantener su nivel de vida, mientras que la competitividad internacional se erosiona.
La crisis habitacional: un freno al crecimiento
Australia enfrenta una de las peores crisis de vivienda del mundo.
- La relación entre el precio medio de la vivienda y el ingreso medio ha pasado de 3 en los años 90 a casi 10 en la actualidad, superando con creces a otras economías desarrolladas.
- En ciudades como Sídney, Melbourne o Adelaida la ratio supera las 10 veces, situándose entre las más elevadas del planeta.
Esto no solo reduce el acceso a la vivienda, sino que impide la movilidad hacia zonas de mayor productividad, frena el dinamismo laboral y recorta el ingreso disponible de los hogares.
Con la subida de los tipos de interés, las hipotecas han encarecido los pagos y la renta disponible de las familias ha retrocedido a niveles de 2018, el peor dato de la OCDE en la última década.
Además, el endeudamiento familiar en Australia es de los más altos del mundo, lo que agrava la vulnerabilidad del consumo.
China: de socio motor a factor de riesgo
El tercer gran pilar de la economía australiana es su dependencia de China, principal comprador de materias primas como carbón y mineral de hierro.
Durante años, la demanda china impulsó el superávit comercial australiano. Pero hoy el gigante asiático entra en una fase de desaceleración y transformación, reduciendo su dependencia de sectores como la construcción para apostar por industrias tecnológicas. Esto implica una menor necesidad de materias primas australianas y, por tanto, una amenaza directa al motor exportador del país.
Conclusión
La economía australiana se enfrenta a un punto de inflexión. El modelo que durante décadas garantizó estabilidad y crecimiento ya no basta para sostener el bienestar de los hogares. La caída de la productividad, la burbuja inmobiliaria y la dependencia de China configuran una tormenta perfecta que frena la “economía milagro”.
Australia aún cuenta con fortalezas notables —recursos naturales, estabilidad política y margen fiscal—, pero necesita reformas estructurales profundas: más inversión productiva, políticas de vivienda accesible y diversificación de mercados. De lo contrario, el país corre el riesgo de convertirse en un gigante con pies de barro.
