La descentralización territorial y el crecimiento económico: ¿está relacionado?

La descentralización territorial y el crecimiento económico: ¿está relacionado?

Determinar si existe una verdadera correlación entre descentralización y crecimiento económico es una empresa verdaderamente ardua. Hay múltiples papers que ponen de manifiesto una clara conexión entre un poder repartido entre diferentes núcleos y el crecimiento económico. Al mismo tiempo, empero, otros estudios determinan que, de no diseñarse bien, la burocracia y las duplicidades que de la descentralización pueden derivar no entrañan más que dificultades y trabas para el crecimiento económico. A lo largo de este artículo, determinaremos 1) a qué nos debemos referir al hablar de crecimiento económico y 2) de haberla, qué factores derivados de la descentralización radicarían en tal crecimiento económico.

El crecimiento económico

Parece inútil intentar conectar la variable independiente descentralización con la variable dependiente crecimiento económico sin previamente conceptualizar a qué nos estamos refiriendo con ésta última. Es más, es muy normal que el concepto “crecimiento económico” se pervierta y se vacíe, consecuentemente, de significado.

Muchos estudiosos y “opinólogos” consideran que crecimiento económico tiene, única y exclusivamente, que ver con crecimiento del PIB. Cuando incurrimos en bonanza económica (esto sí que lleva aparejado un crecimiento del PIB) son muchos los que no dudan en clamar que la economía está creciendo. Pues bien. Puede que sí y puede que no. A saber, el crecimiento económico está íntimamente relacionado con la producción de bienestar y, por tanto, de tal crecimiento es posible extraer una satisfacción de las necesidades de las personas.

De la anterior conclusión, podemos afirmar que la producción de más bienes o servicios no tiene que llevar aparejado consigo un verdadero crecimiento económico. Si producimos millones de sillas de cinco patas sin mayor utilidad que las que poseen cuatro, es obvio que no estaremos incurriendo en un verdadero crecimiento económico. Pues 1) no se han satisfecho en mayor medida las necesidades de la población; si cabe, al contrario, pues consumiríamos los limitados recursos que perfectamente se podrían destinar a la producción de bienes o servicios que, de facto, supliesen las necesidades y 2) porque seguramente ni esas sillas tuviesen salida en el mercado. Hemos producido. Es verdad. El PIB ha crecido. Pero la vida de las personas no se ha visto en su generalidad mejorada por la satisfacción de su -inexistente- imperiosa necesidad de sentarse en sillas de cinco patas.

El crecimiento, en conclusión, es maximizar la economía. Esto es, maximizar su función principal: satisfacer las necesidades de los individuos. En este sentido, una variable que perfectamente se puede -y se debe- correlacionar con el crecimiento es la productividad (que conlleva un previo ahorro), que implicará tener una mayor capacidad de satisfacer los deseos pero, también, de hacerlo de una forma más barata. Es más, el aumento de la productividad y la consecuente bajada de precios que lleva aparejada, no solo permitirá previsiblemente acrecentar la satisfacción sino, además, acrecentársela a aquel colectivo más desfavorecido: el de los salarios bajos.

La política y sus efectos sobre el crecimiento económico

 Es obvio y notorio que la política está profundamente relacionada con nuestra variable independiente, la descentralización. Pero, asimismo, también lo está con el crecimiento económico.

Es innegable que la actuación de la “mano política” en la economía acaba por desviar la actuación de la “mano invisible”. Es más, la política, podemos abiertamente decir, crea ganadores al limitar el acceso de nuevos participantes a la competencia (verbigracia, a través de las licencias) y crea perdedores al hacer una redistribución post-mercado y acabar por beneficiar económicamente a los beneficiados políticamente.

Sin menoscabar la rigurosidad que debiéramos emplear, podemos afirmar que la política limita la creación de valor y distorsiona su distribución. Y esta desigualdad que genera el aparato estatal no es beneficiosa para en conjunto social, sino para aquellos que, de facto, beneficia. Ergo, la política, en muchas ocasiones, acaba por impedir tal crecimiento económico: se limita el acceso a la satisfacción de necesidades de unos en aras de primar el acceso de otros; se coarta, por tanto, la mayor capacidad para satisfacer los deseos. En una sociedad en la que no se pusieran en liza a empresarios y trabajadores, sino más bien lo contrario, en la que se potenciase sus relaciones, se podrían alcanzar una sociedad más eficaz y eficiente en la que empresarios y trabajadores se beneficiarían al producir valor para otros. El crecimiento económico, por tanto, sería posible en todo su esplendor.

La descentralización y sus “ventajas”

Hasta ahora hemos conceptualizado el concepto de crecimiento económico y lo hemos interrelacionado con la política, una variable común con el concepto de descentralización. Recordemos que, tal y como aseguraba la profesora de Economía Aplicada Maite Vilalta Ferrer, “el objetivo principal de la descentralización de los Estados no es, precisamente, el crecimiento económico […] Los Estados descentralizados lo son por otros motivos, generalmente, políticos”. Y ya hemos visto que, en la mayor parte de los casos, política y crecimiento económico [a excepción de cuando la política interviene en fuertes economías de escala y hace posible la satisfacción de necesidades que, de otra forma, no se podrían satisfacer] no van de la mano.

Teniendo esto en cuenta, cabe destacar que si las aspiraciones de los nacionalistas que, en la mayoría de los casos, son los que pugnan por procesos descentralizadores [o, en su último extremo, de secesión] y desean alcanzar Estados -o núcleos de poder- más autosuficientes, la descentralización no será un buen aliado. Para que la descentralización sea efectiva, se debe tener en cuenta lo siguiente:

  1. La autosuficiencia económica no es una posibilidad, ni tampoco un motivo que justifique tal deseo de separarse con respecto a otro territorio soberano o de aumentar su núcleo de poder. A pesar de que, durante un cierto tiempo, un territorio descentralizado o inminentemente secesionado -máxime cuando tiene una mayor extensión- pueden subsistir durante un cierto tiempo de forma autárquica, con el tiempo estos territorios proteccionistas se empiezan a quedar rezagados con respecto al resto del mundo que, presumiblemente, participa del comercio internacional. De esto se concluye que 1) si la descentralización lleva aparejado un proteccionismo, hay evidencias históricas [como la Teoría de la Dependencia del S.XX, en la que se creía que los países se podrían hacer más ricos e independientes reduciendo el comercio exterior] y empíricas de que tal proceso conllevará una merma de su crecimiento económico y 2) que los países más pequeños tienen que estar más abiertos al comercio internacional que los países grandes. En este sentido, Gary Becker nos dice que “las naciones de los centros comerciales están proliferando porque las economías pueden prosperar produciendo bienes y servicios especializados para los mercados mundiales”. Así, las naciones que se descentralicen o los Estados que se independicen deben saber que el crecimiento económico estará fielmente correlacionado con su capacidad de abrirse al comercio exterior y de alcanzar una mayor integración política con el resto del orden mundial. Por desgracia, tras muchos procesos de descentralización y de secesión se esconden intereses nacionalistas que conllevan implícitos deseos de proteccionismo, chocando frontalmente con el crecimiento económico.

 

  1. Una de las ventajas que de la descentralización se puede derivar y que sí beneficiaría al crecimiento económico es el hábito de reducir la carga fiscal y la regulación de los países más pequeños o de las naciones descentralizadas para competir con las naciones más grandes. Tal y como dice el doctor Miguel Anxo Bastos, la mejor época de Europa fue cuando no estaba unida, pues los países competían entre sí y, al no tener una autoridad común entre ellos, innovaciones como la Revolución Industrial pudieron darse y no verse vetadas ante una autoridad poco favorable a los cambios. Las actuales descentralizaciones también pueden originar ese clima de competición que perfectamente puede radicar en un aumento del crecimiento económico. Las naciones más pequeñas, sobre todo, tienden a recortar los impuestos y la regulación para atraer capital y negocios extranjeros. Investigaciones avalan esta tesis y señalan que los tipos impositivos sobre el capital en los países de la UE están positivamente relacionados con su tamaño[1]. En este sentido, tipos impositivos más bajos pueden favorecer el que capital extranjero sea invertido en el país favoreciendo tal crecimiento económico y que, además, se incentive a los nacionales a llevar a cabo la función empresarial (a saber, aprovechar las oportunidades que el mercado brinda y contribuir a la creación de riqueza).

 

  1. Asimismo, hay pruebas empíricas que señalan que los Estados pequeños logran una mayor eficiencia a la hora de gestionar sus recursos y, por tanto, pueden lograr tasas de crecimiento más elevadas que conllevan una mejora de los niveles de vida. Es más, tal y como se puede comprobar, desde 1950 el PIB real (es decir, el PIB obtenido tras aplicar el deflactor) ha aumentado más rápido en las naciones con un tamaño menor que aquellas con uno mayor[2]. En este caso, todo nos lleva a indicar que su menor tamaño favorece la división del trabajo y, por tanto, una mayor productividad que radica en un mayor crecimiento económico.

 

  1. Si nos centramos en el caso español, es necesario recalcar que el modelo autonómico conllevó un evidente aumento de los contrapesos que limitan al poder central. En este sentido, es notorio que la tenencia de un Estado cuasi federal imposibilita al Gobierno central llevar a cabo su plan homogeneizador que podría derivar en una reducción del crecimiento económico. No es de extrañar que País Vasco y Navarra (recordemos, regiones forales) lideran el crecimiento económico en España (conllevando implícito un aumento del bienestar, riqueza y renta per cápita). Gracias a este sistema foral, los respectivos Gobiernos autonómicos recaudan y gestionan sus propios recursos financieros al margen de la autoridad central y del resto de comunidades. En ambos territorios, y no es casualidad, se generan una gran cantidad de incentivos fiscales y otro gran número de políticas públicas que acaban por beneficiar a empresarios (y, consecuentemente, a trabajadores) permitiendo el susodicho crecimiento económico. España no debe eliminar el foralismo. Sino que debe extenderlo a todo el país.

 

  1. La descentralización implica el acercamiento de las autoridades a los ciudadanos y favorece, así, la praxis política. Tal acercamiento permite la aplicación de políticas públicas más eficientes, más accesibles y adaptadas a los habitantes de ese territorio. Esto enroca en demasía con la competición anteriormente explicada: si la autoridad regional -o local- no favorece el desarrollo económico y la mejora de la vida de las personas, éstas perfectamente se podrán desplazar a otras comunidades para beneficiarse de, verbigracia, unas mejores condiciones fiscales. ¿Quién mejor que un Gobierno cercano a los ciudadanos para tomar decisiones que afecten a tales ciudadanos? Un Gobierno que decida sobre un menor número de ciudadanos tendrá la posibilidad conocer mejor el territorio en el que residen -tanto los ciudadanos como las autoridades-, su propia idiosincrasia y, en fin, las ventajas y desventajas de tal territorio.

 

  1. Lógicamente, para que la descentralización interterritorial sea efectiva, debe existir una libertad por parte de la autoridad central, es decir, ha de promover el mercado nacional y evitar barreras al comercio o a la movilidad entre regiones.

Conclusión

Hay abundante literatura que señala que la descentralización conlleva a un crecimiento económico y, sobre todo, a una mayor eficacia de las políticas públicas. Sin embargo, además de tal descentralización, ésta debe ser efectiva; es decir, debe posibilitarse el mercado con el exterior (y no aplicar políticas autárquicas) y no deben ponerse ningún tipo de trabas a la movilidad o comercio entre regiones de un mismo país. Con ello, se debe potenciar el clima de competición y la verdadera autonomía política de las regiones descentralizadas (para que, verbigracia, tengan autonomía fiscal o la capacidad de implementar políticas que incentiven a empresas y potencien el tejido productivo y empresarial).

 

[1] El lector puede acceder a esta investigación de Franto Ricka para ampliar esta tesis: https://www.ebrd.com/downloads/research/economics/workingpapers/wp0153.pdf

 

[2] Se pueden encontrar una explicación más detallada en la página 282 del libro The Economics of life de Gary Becker.

Autor

24h Economía

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