La reforma laboral aprobada a finales de 2021, impulsada por Yolanda Díaz, prometía una transformación profunda del mercado laboral en España. Tres años después, los resultados son ambivalentes y generan debate entre expertos, sindicatos y empresas. El objetivo declarado era reducir la temporalidad, aumentar la estabilidad y acercar las cifras españolas a los estándares europeos. En parte, estos fines se han logrado, pero persisten problemas estructurales que dificultan hablar de un éxito rotundo.
Desde su entrada en vigor, el número de contratos indefinidos ha crecido notablemente: de cerca de 2 millones en 2021 a más de 6 millones y medio en 2024. Paralelamente, los contratos temporales se han reducido a casi la mitad, pasando de más de 17 millones a apenas 9 millones en el mismo periodo. Este cambio ha beneficiado especialmente a los jóvenes y ha permitido a España abandonar el liderazgo europeo en temporalidad.
Sin embargo, detrás de estos datos positivos, subyacen realidades menos favorables. Los llamados “contratos cerilla”, indefinidos pero de escasa duración –muchos apenas superan los 40 días– se han multiplicado. La duración media de los contratos indefinidos ha bajado de 47,22 días en abril de 2022 a 44,96 días en abril de 2025. Además, la afiliación a la Seguridad Social muestra una mayor volatilidad: entre 2022 y 2025, las bajas han crecido un 25%, impulsadas por despidos (sobre todo en contratos indefinidos), finalizaciones voluntarias o no superar el periodo de prueba.
Maquillaje estadístico y empleo ficticio
Uno de los puntos más polémicos es el uso intensivo del contrato fijo discontinuo. Aunque estadísticamente cuenta como empleo estable, muchos trabajadores pasan largos periodos inactivos sin protección real ni acceso pleno a prestaciones. Sindicatos como USO advierten que esta modalidad está maquillando las cifras reales del paro. Solo en abril de 2025 había cerca de 800.000 fijos discontinuos en situación efectiva de desempleo, no reflejados oficialmente como parados.
El fenómeno no es menor: mientras que el empleo registrado bate récords con más de 21 millones y medio de afiliados a la Seguridad Social, casi la mitad de los 2,5 millones de parados llevan más de un año buscando trabajo. La brecha es particularmente grave para mujeres (que duplican en tasa a los hombres) y mayores de 50 años (uno de cada dos desempleados).
Reducción nominal del paro frente a precariedad real
El Gobierno presume ante Bruselas del descenso histórico en la temporalidad y del aumento del empleo indefinido, cumpliendo así con las exigencias europeas dentro del Plan de Recuperación. Pero voces críticas denuncian que parte del éxito reside en un ajuste estadístico más que en una mejora sustancial del mercado laboral. El auge del contrato fijo discontinuo permite reducir artificialmente la tasa oficial de paro sin resolver el acceso real al empleo estable para cientos de miles.
Por otro lado, el incremento en bajas voluntarias (+120%) y despidos durante el periodo de prueba (+162%) revela una mayor rotación y volatilidad. Las empresas siguen recurriendo a estrategias flexibles para adaptar plantillas sin comprometerse con una estabilidad efectiva.
El reto pendiente: inserción real y mejora estructural
A pesar del avance normativo, España sigue arrastrando problemas estructurales:
- Elevada tasa de paro estructural y paro juvenil.
- Brecha significativa entre hombres y mujeres.
- Dificultad crónica para mayores de 50 años.
- Servicios Públicos de Empleo poco eficaces para la reinserción.
- Crecimiento del empleo “ficticio” o infraempleo encubierto.
Sindicatos como USO insisten en repensar el papel de las políticas activas de empleo y fortalecer mecanismos que permitan transitar hacia un trabajo realmente estable y protegido.
¿Reformas futuras o revisión profunda?
El debate sobre si es necesaria una nueva reforma o simplemente ajustar el marco actual está abierto. La reciente propuesta para reducir la jornada laboral a 37,5 horas semanales ilustra tanto la voluntad política como la dificultad para alcanzar consensos efectivos entre sindicatos y patronal. Mientras tanto, el mercado laboral español sigue polarizado entre buenas cifras oficiales e importantes bolsas invisibles de precariedad.
En definitiva, tres años después, la reforma laboral ha cambiado las estadísticas pero no ha terminado con los problemas endémicos del empleo español. El reto sigue siendo pasar del maquillaje estadístico a soluciones profundas que garanticen trabajo digno y estable para todos.